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El leproso Zapatero

La política y el poder, indisolublemente unidos en el ADN de la humanidad, tienen la virtud de poner al descubierto lo más ruin de nuestra condición. Rubalcaba, químico de formación, lo está demostrando empíricamente con su trato a Zapatero. Al todavía presidente, secretario general del PSOE y, hasta ayer jefe, referente y valedor, se le está dando trato de apestado. Es el leproso de la campaña socialista.

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El mitin de Sevilla y su inmediata secuela en Valencia han visualizado la vergonzante actitud no solo de quien durante siete años medró y prosperó a su cobijo, sino de casi todo un partido que baja la vista y se cambia de acera ante la muy incómoda presencia de aquel a quien más aduló y a quien todos aplaudían en la totalidad de sus actos, gestos y ocurrencia.

En la romería de Dos Hermanas, con San Alfonso y San Felipe recuperados para encabezar y presidir la procesión, nadie osó pronunciar el nombre del caído. Bueno, sí, fugazmente lo hizo Griñán al mismo tiempo que esbozaba un gesto de disculpas por mentar allí a esa virgen.

No puede uno ante ello, y desde la distancia y el crédito de haberlo combatido, dejar de sentir por ello cierto asco y cierta pena. Por lo que aflora repulsivamente del poder, de la política y de la condición humana. Y lo dice quien, desde su advenimiento, estuvo entre los críticos a él y a su camarilla a la que califiqué de "cuadrilla de insensatos" incluso antes de obtener, en medio del mortal estruendo del 11-M, la Presidencia del Gobierno.

Gusto ahora de citar momentos de soledad cuando se ensalzaba, por ejemplo, a Blanco y poco menos que se le consideraba un brujo infalible de la demoscopia y el más prudente y comedido ministro de Fomento. Fue hace un parpadeo cuando en los círculos periodísticos se le atufaba a incienso. Ahora sólo huele a gasoil. Y a una legión de cerilleros tras él. Zapatero aún estaba en la peana y presidía sus altares.

Rubalcaba no estuvo de entrada, como en los tiempos de la OTAN, con aquella trupe. Y, como entonces, “de Entrada No” pero de salida, menos. Apostó por Bono, que partía -y que me excuse la pertinente terminología hípica- como caballo ganador y con muchos cuerpos de ventaja.

Acabó perdiendo por corta cabeza -González y, por supuesto, Guerra tuvieron mucho que ver con su tropiezo en la recta de tribunas-. Y ZP inició una carrera que no pintaba nada bien, con sonoros gatillazos en las elecciones locales de 2003, pero donde todo cambió tras aquellos días de marzo, aquellos dramáticos errores de Aznar y aquella "jornada de la ira" -que no de la reflexión- en la que sí tuvo tanto que ver Rubalcaba.

Demostró en aquel momento su valía y se ganó un lugar en la mesa de los vencedores. Su ascensión fue tan sutil al principio como pertinaz y contundente en su final. Acabó mandando en todo y en todos y deslizado primero e impuesto luego el axioma de que era imprescindible y, lo suyo, un sacrificio que logró que hasta se borrara a su competencia. Por no dejarle hacer a Zapatero, ya no le dejó hacer ni las Primarias.

Hoy, el presidente es peor que el jarrón chino: es más que un estorbo. Es algo que se quiere borrar, como algo que no existe y ni siquiera ha existido, como la fea mancha que todos quieren ocultar.

El PSOE, y en esto es fiel a una vieja táctica, busca tapar un pasado con otro anterior que espera más olvidado y que pueda mixtificar y manipular mejor. Como cuando reclama tiempos y abuelos de República -porque en la lucha antifranquista ni estuvo ni se le esperó-, ahora vuelve a los ochenta y al siglo XX porque el XXI no lo quiere ni mirar. Que es en esencia la corriente subterránea de la que emana toda su campaña.

No puede hablar de "ayer" ni siquiera de "hoy"; no puede poner en valor sus casi ocho años de mando y de gobierno. No puede lucir ante los ciudadanos sino, bien al contrario, intenta desesperadamente esconder lo que ha hecho y en la ruina en que nos ha dejado. Y vuelve a días en los que podemos tener menos memoria.

Le queda únicamente una consigna fuerza a la que agarra como único asidero: ¡cuidado que los otros perversos que lo van a hacer peor! Y retorna con ello y con la amenaza de las jaurías de doberman a González y a Guerra e intenta recuperar aromas de rosas y victorias, intentando que no recordemos sus espinas, sus ponzoñas y sus corrupciones.

Y para ello es necesario, como icono superlativo y cuerpo presente del desastre, enterrar lo más hondo posible a lo actual, a lo presente, a la realidad, a Zapatero. Al mismo Rubalcaba de anteayer.

Al leproso Zapatero lo mantienen oculto en el lazareto de Moncloa. Cuanto menos asome su rostro de cinco millones de parados menos se pensará en la verdadera enfermedad que nos corroe. Pero como su ausencia podría ser una clamorosa presencia, lo enseñarán un poco.

En algún momento ya estudiado lo sacarán de la leprosería y exhibirán en público abrazos demostrativos de compasión y fraternal cariño. Será las más mentirosa de las mentiras de la campaña. Pero ni ella ni las procesiones con Felipe parece que vayan a servir de mucho. El día 20 por la noche Rubalcaba tiene cita con los cuchillos.
ANTONIO PÉREZ HENARES
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