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Demagogia versus cinismo

Anoche se celebró el promocionado debate televisivo entre los candidatos a la Presidencia de Gobierno de los dos partidos mayoritarios de España. Y como todo producto audiovisual que se precie, su elaboración y puesta en escena se cuidó con el esmero de un gran espectáculo de entretenimiento en horario de prime time, en el que lo sobresaliente era el envoltorio y las imágenes, con su capacidad “emotiva”, antes que un contenido rico en argumentos dirigidos a la razón.

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Alfredo Pérez Rubalcaba, por el Partido Socialista, y Mariano Rajoy, por el Popular, desde este sentido, cumplieron con las expectativas que ambos despertaban entre seguidores e incondicionales con su duólogo (dos monólogos), pero no supieron o no quisieron convencer a una audiencia que da muestras de una progresiva desafección de esa política capaz de cronometrar a la milésima el reparto de las intervenciones, pero escatima la confrontación dialéctica y las preguntas fuera del argumentario respectivo. A pesar de ser el quinto cara a cara de la democracia, apenas hubo debate. Anoche se aproximó pero no se consiguió.

Además, sería el único debate que se celebraría durante la presente campaña electoral, con lo que no cabía opción a la revancha, en caso de un claro perdedor, ni a la participación de los demás partidos del arco parlamentario.

Todo estaba perfectamente encorsetado y preparado para que los dos únicos intervinientes lucieran sus habilidades en un pulcro e inmaculado escenario que la Academia de la Televisión montó en el Palacio de Congresos de Madrid para un solo uso, ejemplo evidente de cuál es el concepto de austeridad que ambos pregonan pero con el que no se sienten concernidos.

Y aunque Rajoy y Rubalcaba partían desde posiciones diferentes –amabilidad y no errar el uno; sorprender y arriesgar el otro-, ambos estuvieron sujetos a lo establecido por sus asesores de imagen y de comunicación.

Y lo previsible se cumplió completamente porque uno asumió el papel de demagogo con unas propuestas que ya nadie cree y el otro mostró el cinismo con el que intenta no desvelar abiertamente sus intenciones. Veteranos de la política, los dos candidatos procuraron no exhumar los muchos cadáveres que portan en sus mochilas y fueron parcos en novedades con las que deslumbrar al respetable.

No es de extrañar, por tanto, que si las propuestas, argumentos e ideas que arrojan luz a los ciudadanos brillaron con tan pobre luz, entonces fueran los aspectos espectaculares de la puesta en escena los pudieron resultar relativamente interesantes para quien se entretiene con las bambalinas.

Incidir en la rigurosidad de un horario para el recibimiento y despedida de los candidatos, el cronometraje milimétrico de las intervenciones, la sujeción estricta a bloques temáticos pactados de antemano, el color de las corbatas y los trajes y hasta la falta de un público en la inmensa sala, quedó como lo llamativo de un encuentro donde se limitaron a leer lo ya preparado y se ufanaron en demostrar “tablas”.

Así, Rubalcaba se empeñó en interrogar a Rajoy sobre las medidas concretas que piensa poner en marcha para descubrir las ambigüedades calculadas de su programa electoral, en un papel de “opositor” poco coherente con su condición de miembro -hasta hace poco- de un Gobierno en funciones. Y Rajoy se limitó a resaltar las excusas de un candidato que pudo haber realizado lo que ahora propone durante sus años en el Ejecutivo.

Ambos reconocieron el mal momento que vive el país para hallar culpables distintos y afirmaron que el empleo constituía su mayor preocupación, pero sin aclarar cómo combatirlo. Entre programas incumplidos y programas “ocultos” se desarrolló un cara a cara en el que se acusaron mutuamente de mentir y de propagar insidias, eso sí, con respeto y buenos modales.

Porque fue cínico negar la bajada de las prestaciones por desempleo o la financiación de los activos tóxicos de los bancos que figuran en un contrato electoral, como demagógico era pretender el sostenimiento del Estado del Bienestar con planes Marshall europeos y la supresión de las Diputaciones.

En definitiva, exceso de “protocolo” para que la demagogia y el cinismo fueran los protagonistas de un debate en el que, presuntamente, se discutía el futuro del país y resultó ser simplemente un mitin para pedir el voto.
DANIEL GUERRERO
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