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¿Quién anda ahí?

Hace unos días, revisitaba un fragmento del libro del sacerdote José Luis Fortea, exorcista en Alcalá de Henares. Sí, lo sé, querido lector, siempre triunfa la miga sobre el pajarraco. Se trata de una de esas materias a las que hay que izar con poleas y que en tiempos de incertidumbre y fracaso abocina al más pintado. Nadie escapa de esas larvadas formas de plomo frío encasquillándote las entendederas.

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No voy a ser yo quien merodee tierra adentro y me ponga al frente de las timbas de la caballería. No reaparezco cada quince días para poner en tela de juicio aquello que desconozco, ni pienso hacer caer en barrena las creencias de nadie.

Amanojarte a la inercia de lo desconocido huele siempre al sabor rapado de la descomposición. Por eso, expongo esta anécdota con distancia clínica y sin el tocado salvaje propio de un cantamañanas como yo.

Lo realmente llamativo de esta lectura, plagada de legiones infernales y bestias cimarronas, de fonemas sin alambre, es la museística vehemencia con la que se refiere a sus conversaciones con Lucifer: “Yo, desde que el diablo me dijo lo tonto que era, me he dejado de considerar un gran teólogo”.

Después de este missing time, necesario para dejar enfriar la leche en sus jarras, giremos el tirador de la puerta y entremos en la estancia por donde pasean los recuerdos como cáncanos ingratos.

Cada vez que ETA asoma con sus armas King size al desnudo, con el arma creacionista vasca manchando los ecos, imagino bonetes perversos y bombillas bizcas abriéndose paso en el farragoso mundo de la política.

Imagino al moduloso Rubalcaba atesorando matute con el escoplillo en las manos y a correligionarios de pasillo haciendo rodar por las cunetas más desinformación y turbidez. ¿No les ha ocurrido alguna vez algo así?

Aparece la ETA, con su cabellera filistea, con su bietan jarrai sentada en un sofá persa para ejemplares armados, flotando como un zepelín acaparando traviesas, y no puedo dejar de imaginar un animal salvaje abriéndose paso en los maizales o caboteando entre los manteles de la desnaturalizada democracia española.

Cada vez que la ETA pone los cojones en segundilla de toda la sociedad española, me viene a la mente la dictadura franquista despertando en medio de un chichón de piedra. Hoy, más que nunca, estoy convencido de que los soldados no combaten: roban y violan. Que los Estados, más vigentes que nunca en su función represiva, poseen la lógica de la demografía fascista: el número es potencia. Llámesele número de votos, de muertos a soportar, llámesele códigos napoleónicos con infinidad de leyes incomprensibles, etc. El número es potencia.

Hoy más que nunca no creo en la herramienta política de ETA. Creo en su tremendismo mariano y en la cristalería que desgañitan, que para ellos es calderilla y requemado corsario. Son profesionales cum laude en aullar como coyotes y acorralar, en la vieja profesión de cantar por los dientes de las hogueras. Son buenos en su innoble arte del asesinato.

Esta gente, que se aglomera como la grasa de un oso a ese catre de madera con serpientes y hachas, no actúa más que de medianera en negocios y ajustes del Estado. Estos gudaris, que invocan sus versos satánicos para matar y extorsionar, son recaderos y chulean para el señorío del Estado.

ETA es un bodegón con anguilas de frente caliente, donde se mezclan estúpidos ideales de trinchera, niñatos ganseando vivas y arribas a espantajos a los que se les ha pasado ya más de un invierno; ETA, cuando amartilla una pistola, acumula féretros que son el sonajero que agita el Estado desde las cloacas, haciéndonos creer que una banda de furibundos asesinos, con perfecto servicio de mesa en las cárceles, pueden hacer descarrilar el tren de todo un país.

A Franco le fue bien con El Lute, enemigo number one. A Bush, con Bin Laden. ETA es el gusaneo nocturno del Estado vacío español, el estado del poder, donde nada, absolutamente nada, escapa a su control. Bidart, beneficios carcelarios, De Juana, Josu Ternera... Silencio de recaudo. ¡Cómo suena esa vieja melodía de cincuenta años! ¡Cómo suena ese chillido contra el rugido del tenedor y la cuchara!

Lucifer tomó por tonto al padre Fortea. Ahora es el momento de olfatear polizones, que en nuestra alta política son caballos vestidos de niña que nos han hecho creer que ese hemisferio muerto que resuena como la Radio de las Mil Colinas, esa ETA que desafía a las libertades, sigue siendo humo a través de las chimeneas. Y no es ni más ni menos que el contrabando sabroso que los furtivos franquistas han ido utilizando para no tener que pagar facturas. Que eso es un deshonor.

ETA es hija del franquismo, y tal vez, concuñada de la mal llamada "Transición", donde no se sentaron víctimas y verdugos para dar portazo a tantas décadas de hostias como panes.

Las víctimas siguen siendo víctimas, jodidamente incomprendidas y maltratadas. Y los verdugos siguen siendo levantiscas inmaculadas tras sus lagos de mierda y sus plagas de pus. Y nos la dieron con queso. Los carniceros escanciando sidra, pasen los años, barbeando el trono de Dios.

Así envenenaron a Napoleón, con ácido prúsico, con un vino bisiesto demasiado sutil, que en las islas se tomaba con la voz canora de las mareas. ¿Qué fue Auschwitz sino el caballete, la tarima de tanta democracia templadera, consentidora, donde el refinado cabo pintó con sangre ese diamante de locura que unos violentos y otros de todos los tiempos se encargan de resucitar en pos del fanatismo?

¿Acaso Hitler, todos aquellos mercenarios que dejan trillando un ajardinado pico de flores en avenida, acaso ETA no es el hueso bien mamado, el gran témpano de tierra muerta, del que se ha servido la extrema derecha en el poder para ir soltando metros cortos de cuerda y que aquí nadie saque los pies del tiesto?

Con el tema de ETA, después de 30 años, nos siguen tomando el pelo. ETA viste el mismo ladrido que sus antepasados fascistas españoles. Quizás ETA se gestara en un monasterio y en principio no fuera más que el ruido de una avispa grande.

Sin embargo, imagino esas cacerías antiguas donde se decidían alianzas, donde se señalaba quién caía, hombres de negocios et altri, prebostes del franquismo, escaparatistas de la apertura, alacena de putas y cigarros, charcos en desnieve. ¿Pudo nacer ETA con la singladura de los davidoff de trece cosechas, merada con coñac y ansiolíticos, arremolinada como las sargas a los vientres opacos de los puentes?

Quizás me equivoque, quizás piensen que soy uno de esos locos que tratan de lengüetear la luna creyendo que es un queso de tetilla. Créanme, ojala me equivoque, y dentro de unos años, cuando las capuchas hayan caído del todo, no nos llevemos una sorpresa sobre quién estaba bajo las sábanas y cuánto dolor y sufrimiento inútil hemos ido a pagar por esta dramaturgia incendiada que fue chasqueando la brasa de un cigarro en algún que otro despacho oficial.

“Un día a Mao se le ocurrió que una buena medida para mantener la comida a salvo sería librarse de los gorriones.

Decidió que los gorriones eran una de las cuatro plagas a eliminar junto con las ratas, los mosquitos y las moscas. Movilizó a toda la población para que agitara palos y escobas, y que organizara un gigantesco estruendo para que los gorriones no atrevieran a posarse en el suelo.

Por consiguiente, las plagas de insectos que hasta entonces habían sido mantenidas a raya por los gorriones y otras aves, empezaron a proliferar con resultados catastróficos. Mao, la historia desconocida”.

J. DELGADO-CHUMILLA
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