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Más allá de la ética y la justicia

Los buenos de la película ya no son los que eran. No es que me sorprenda esta degradación imparable de la dignidad de los hombres, reflejada en las noticias que son actualidad esta semana. No, no me sorprende, pero tampoco deja de dolerme y producirme un empeoramiento deplorable de mis estados físico y anímico.

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Yo no sé si el señor este, José Bretón, es culpable de la desaparición de sus pequeños. No sé si los perdió involuntariamente allá por mi hermoso barrio, el Parque Cruz Conde, o si lo hizo voluntariamente en cualquier descampado de mi tierra.

Lo que sí sé es que la frialdad que arroja su rostro me sacude las entrañas hasta sentir cómo me retuerce los intestinos. Lo que sé es que, si puede demostrarse que ha matado a sus dos hijos, no habrá poder de perdón en el mundo capaz de absolverle de este terrible pecado.

Al mismo tiempo, un caso parecido se juzga en Sevilla. El caso de Marta, esa chica delgadita y mona que un mal día desapareció para siempre sin dejar rastro. Me da pavor lo que está sucediendo con este asunto. Hoy mismo, en una emisora de radio, un señor abogado justificaba, por un lado, la actuación de los abogados de estos niñatos sin alma; y por otro, darle dos bofetadas a Miguel Carcaño para que revelara dónde está Marta.

Más allá de lo que sea política, jurídica y legalmente correcto, lo que está claro es que animales como Carcaño y sus compinches no pueden ser tratados como seres humanos normales. Sencillamente porque no lo son. Son buitres, bichos carroñeros que han aparcado los sentimientos humanos por una astucia aguda y destructora: destructora no sólo de un padre y una madre, sino de un barrio, una ciudad, una nación entera. No digo yo exactamente bofetadas, pero estoy convencido de que existen técnicas infalibles para que estos pájaros asesinos canten hasta confesar que fueron ellos quienes mataron a Laura Palmer, si hace falta.

Y por fin, el tema de ETA. De acuerdo, es una gran noticia eso de incluir el término "definitivo" en el pestilente comunicado de la semana pasada. Alegrémonos todos de que no van a matar más –otra cosa es que nos lo creamos, claro; que yo sepa, ETA sólo ha dicho la verdad cuando ha amenazó con que mataría a Miguel Angel Blanco si no se aceptaban sus condiciones-. Pero, desde luego, no nos podemos alegrar de que esto sea una derrota. Es más, la derrota, según se mire, es la del Estado de Derecho, la de las víctimas de los asesinos.

Basta con ver algunos de los comentarios que se vierten en medios de comunicación y redes sociales. El domingo, sin ir más lejos, un excelente Jordi Évole –alias El Follonero- nos obsequiaba una entrega especial de Salvados llamada “Reiniciando Euskadi”.

Entrevistando a todos, a los buenos, a los malos, a los medias tintas. Daba pavor escuchar a ese nazi director de un diario vasco; vergüenza de oír a Ignacio Anasagasti; dolor al escuchar a una víctima relatar cómo ETA había asesinado a su hermano por ser el funcionario que llevaba las nóminas de un centro penitenciario.

Una guapa vasca, en un momento de paseo por la calle, decía que había que hablar de todas las víctimas, refiriéndose a los torturados y a los exiliados. Otros decían que también había muertos del lado de los independistas.

Lo siento, pero no puedo con esto. Llamar "víctima", "torturado" o "exiliado" a alguien que ha muerto en un tiroteo con las Fuerzas de Seguridad del Estado, o que ha sido detenido, juzgado y condenado y, por tanto, metido en la cárcel, me parece que está más allá de cualquier justicia, de cualquier ética, de cualquier argumento racional. Llamar "víctima" a un tipo que está cumpliendo condena por haber matado a un señor que no le había hecho nada delante de su esposa y de su hija de seis meses… sencillamente es repugnante.

Y, sin embargo, no se me quita de la cabeza la sensación de que lo peor está por llegar. Ya el entorno de ETA cosechó un triunfo descarado sobre el Estado de Derecho con la marca de Bildu. Ahora quieren hablar. Ya saben que es más rentable acomodarse al sistema, cobrar sueldos y pensiones del erario y no arriesgarse a pasar la vida detrás de una reja. En las próximas elecciones conseguirán grupo parlamentario propio en un Congreso de los Diputados que rechazan de pleno.

Pero no que equivoquen ellos, ni dejen ustedes que les confundan. El mito de que cualquier idea es defendible mediante la palabra no es más que eso, un mito; y por lo tanto es absolutamente falso. No todas las ideas se pueden defender con la democracia. Que se lo cuenten, si no, a los judíos alemanes que vieron a Hitler y su Partido Nacional Socialista Obrero Alemán ganar las elecciones de julio de 1932.
MARIO J. HURTADO
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