Unos solo leen una línea -“ETA ha decidido el cese definitivo de su actividad armada”- y obvian el resto de los condicionantes y considerandos que la envuelven. Otros leen todos ellos –ni se disuelven, ni entregan sus armas, ni se arrepienten del terror causado ni de la sangre derramada, ni piden perdón a sus víctimas sino que homenajean a sus asesinos, exigen negociación de igual a igual a los estados de España y Francia y, hasta por no quitarse, ni siquiera se quitan la capucha- y concluyen en valorar esa decisión como una trampa.
En ello está ahora la polémica y hasta la confrontación donde todos tienen razones y en donde, en unos casos, prevalece el optimismo y, en otros, más que legítimas amarguras y recelos. Unos volean campanas mediáticas y desaforadas alegrías de victoria y a los otros les embarga la tristeza porque no ven la derrota del terrorismo por ninguna parte sino, muy al contrario, su avance y hasta su victoria.
Será necesario el reposo de los días y los acontecimientos para desbrozar las consecuencias del anuncio. Que es, de eso espero que no haya duda, trascendental. La renuncia definitiva al terror. Y ello es, a mi juicio, lo relevante, lo esencial. Lo que no había sucedido nunca hasta ahora.
ETA lo hace obligada, acorralada, más allá de la retorica y el vomitivo lenguaje, y porque no tiene otra salida. Porque está derrotada policialmente y deslegitimada socialmente, hasta entre sus propios simpatizantes, para seguir ejerciéndolo. Es lo esencial y ello es profundo motivo de satisfacción y de alivio de la sociedad libre, pacífica y democrática a la que durante casi medio siglo ha torturado.
La amargura procede no de ese anuncio sino de sus prolegómenos y de sus consecuencias. De su escenificación como victoria que, aunque haya en parte que entender como propaganda para camuflar su fracaso, tiene también motivos y hechos muy visibles que apuntalan la sensación de haber obtenido pago y beneficios políticos por sus crímenes.
La visualización es, en realidad, muy simple. Si este abandono del terror se hubiera producido sin sus tentáculos de Bildu legalizados y triunfantes en las instituciones, la alegría democrática hoy sería mucho más clara y esos considerandos etarras del comunicado despreciados como pura parafernalia.
Es cierto que las diferencias de lo ahora sucedido son notorias con respecto a aquel malhadado Proceso de Paz. La firmeza en la lucha antiterrorista posterior al atentado de la T-4 ha acabado por acogotar a la banda y puede defenderse la afirmación de que no ha habido concesiones con el dato de que mientras entonces se produjo la vergonzosa excarcelación de De Juana Chaos, hoy Otegui está en la cárcel.
Ello puede hacer entender la posición y la expresión –que muchos consideran un charco y un refrendo pues, para nada, ha sido partícipe que bien podía haberse evitado- del líder de la oposición y probable futuro presidente Mariano Rajoy. Pero creo que se entiende mejor a la luz de lo que pueden ser sus responsabilidades futuras.
Porque el hecho irreversible es que Bildu -y, desde noviembre, Amaiur (o sea, los brazos políticos de ETA-Batasuna)- están y estarán en las instituciones. No debieron estar. Y la infamia de Tribunal Constitucional permitiéndolo cuando ETA aún no había abandonado las armas -y esto es mucho más que un matiz, porque este orden de sumandos sí que altera y mucho el resultado- es lo que degrada hoy el triunfo de la democracia.
Pero si ya, cuando no debía haberse producido, se produjo esa sentencia político judicial cuyo responsable último es Zapatero, hoy, cuando ETA ha renunciado a las armas, esa presencia ya no tiene marcha atrás y la imposibilidad legal de lograrlo es casi absoluta. Sin armas ni violencia, todas las ideas son defendibles.
En realidad y más allá de este debate actual con crecientes componentes de esterilidad, si la victoria es de la democracia o de ETA, la respuesta a la incógnita está en el devenir más próximo y ahí es donde encontraremos los hechos y las respuestas. Y en ello es en lo que uno tiene la sensación que pensaba el líder del PP.
La cuestión no estará en otro punto sino en si se mantiene la línea infranqueable y el principio irrompible de que los criminales han de pagar por sus crímenes y no ser premiados por ellos. Porque el hecho de que el criminal deje de matar no debe significar que quede exculpado de su delito y, menos, que quede convertido en héroe.
La justicia ha de seguir actuando y cumpliéndose. Y los delincuentes, aún no capturados con delitos pendientes, detenidos; los que sigan violando las leyes, perseguidos; los culpables, cumplir sus penas; y sus víctimas, amparados por la sociedad y por sus referentes morales.
Escribía Fernando Savater, y coincidía en argumentos similares Santos Juliá -y los elijo intencionadamente a ellos como dignos representantes de esa izquierda crítica aunque bien hubiera podido elegir a no menos dignos intelectuales de la derecha que se han expresado en el mismo sentido- que “ellos han sido los causantes de los estragos y crímenes durante todos estos años. Ahora es gracias a ellos por lo que vamos a vernos libres de estragos y crímenes [sic]. Todo esto fue necesario para que deje de ser necesario”.
Pero hay más y aún más trascendental por mucho que lo anterior sea primordial desde la humanidad y la justicia debidas. Y eso no será otra cosa que el "no" más rotundo a la pretensión de interlocución de los terroristas, a cualquier negociación política sobre territorio, a cualquier otra cosa que no sea la entrega de sus armas y su disolución sin condiciones que, para nada, habrá de pasar por una nueva pantomima indignante para el prestigio como nación de España como la de San Sebastián, cuyo texto leído por los títeres importados internacionalmente era el calcado del que unos días después leyó el encapuchado.
Es en este próximo futuro -más allá de los diputados que ellos saquen que con estos espectaculares actos de campaña montados y con el PSE de comparsa pueden ser demasiados- donde habremos de calibrar la respuesta y el mantenimiento de la dignidad de nuestro Estado de Derecho y de quien entonces previsiblemente encabece nuestro Gobierno. Es ahí donde tendremos que medirlo y medir entonces también nuestro ánimo de victoria o de derrota. Y también la de ellos.
Porque la otra gran pregunta, la verdaderamente pertinente es: ¿qué harán ellos, qué hará ETA si este Estado y esta nación no hacen concesión alguna, si no cede a sus delirios de independencias, si no está dispuesta a suicidarse porque eso es lo que sería, si no está dispuesta a abjurar de la Justicia y no permite que los asesinos salgan como héroes de las cárceles sin haber cumplido sus condenas?
Si todos esos considerandos que ETA supone han de cumplirse no se cumplen ¿volverán los terroristas a la andada? Las armas aún las tienen. Y no parece que gana alguna de entregarlas. La tranquilidad solo será irreversible cuando las hayan rendido y la organización haya quedado disuelta. Solo entonces habrá que celebrar el fin de ETA. No ahora.
En ello está ahora la polémica y hasta la confrontación donde todos tienen razones y en donde, en unos casos, prevalece el optimismo y, en otros, más que legítimas amarguras y recelos. Unos volean campanas mediáticas y desaforadas alegrías de victoria y a los otros les embarga la tristeza porque no ven la derrota del terrorismo por ninguna parte sino, muy al contrario, su avance y hasta su victoria.
Será necesario el reposo de los días y los acontecimientos para desbrozar las consecuencias del anuncio. Que es, de eso espero que no haya duda, trascendental. La renuncia definitiva al terror. Y ello es, a mi juicio, lo relevante, lo esencial. Lo que no había sucedido nunca hasta ahora.
ETA lo hace obligada, acorralada, más allá de la retorica y el vomitivo lenguaje, y porque no tiene otra salida. Porque está derrotada policialmente y deslegitimada socialmente, hasta entre sus propios simpatizantes, para seguir ejerciéndolo. Es lo esencial y ello es profundo motivo de satisfacción y de alivio de la sociedad libre, pacífica y democrática a la que durante casi medio siglo ha torturado.
La amargura procede no de ese anuncio sino de sus prolegómenos y de sus consecuencias. De su escenificación como victoria que, aunque haya en parte que entender como propaganda para camuflar su fracaso, tiene también motivos y hechos muy visibles que apuntalan la sensación de haber obtenido pago y beneficios políticos por sus crímenes.
La visualización es, en realidad, muy simple. Si este abandono del terror se hubiera producido sin sus tentáculos de Bildu legalizados y triunfantes en las instituciones, la alegría democrática hoy sería mucho más clara y esos considerandos etarras del comunicado despreciados como pura parafernalia.
Es cierto que las diferencias de lo ahora sucedido son notorias con respecto a aquel malhadado Proceso de Paz. La firmeza en la lucha antiterrorista posterior al atentado de la T-4 ha acabado por acogotar a la banda y puede defenderse la afirmación de que no ha habido concesiones con el dato de que mientras entonces se produjo la vergonzosa excarcelación de De Juana Chaos, hoy Otegui está en la cárcel.
Ello puede hacer entender la posición y la expresión –que muchos consideran un charco y un refrendo pues, para nada, ha sido partícipe que bien podía haberse evitado- del líder de la oposición y probable futuro presidente Mariano Rajoy. Pero creo que se entiende mejor a la luz de lo que pueden ser sus responsabilidades futuras.
Porque el hecho irreversible es que Bildu -y, desde noviembre, Amaiur (o sea, los brazos políticos de ETA-Batasuna)- están y estarán en las instituciones. No debieron estar. Y la infamia de Tribunal Constitucional permitiéndolo cuando ETA aún no había abandonado las armas -y esto es mucho más que un matiz, porque este orden de sumandos sí que altera y mucho el resultado- es lo que degrada hoy el triunfo de la democracia.
Pero si ya, cuando no debía haberse producido, se produjo esa sentencia político judicial cuyo responsable último es Zapatero, hoy, cuando ETA ha renunciado a las armas, esa presencia ya no tiene marcha atrás y la imposibilidad legal de lograrlo es casi absoluta. Sin armas ni violencia, todas las ideas son defendibles.
En realidad y más allá de este debate actual con crecientes componentes de esterilidad, si la victoria es de la democracia o de ETA, la respuesta a la incógnita está en el devenir más próximo y ahí es donde encontraremos los hechos y las respuestas. Y en ello es en lo que uno tiene la sensación que pensaba el líder del PP.
La cuestión no estará en otro punto sino en si se mantiene la línea infranqueable y el principio irrompible de que los criminales han de pagar por sus crímenes y no ser premiados por ellos. Porque el hecho de que el criminal deje de matar no debe significar que quede exculpado de su delito y, menos, que quede convertido en héroe.
La justicia ha de seguir actuando y cumpliéndose. Y los delincuentes, aún no capturados con delitos pendientes, detenidos; los que sigan violando las leyes, perseguidos; los culpables, cumplir sus penas; y sus víctimas, amparados por la sociedad y por sus referentes morales.
Escribía Fernando Savater, y coincidía en argumentos similares Santos Juliá -y los elijo intencionadamente a ellos como dignos representantes de esa izquierda crítica aunque bien hubiera podido elegir a no menos dignos intelectuales de la derecha que se han expresado en el mismo sentido- que “ellos han sido los causantes de los estragos y crímenes durante todos estos años. Ahora es gracias a ellos por lo que vamos a vernos libres de estragos y crímenes [sic]. Todo esto fue necesario para que deje de ser necesario”.
Pero hay más y aún más trascendental por mucho que lo anterior sea primordial desde la humanidad y la justicia debidas. Y eso no será otra cosa que el "no" más rotundo a la pretensión de interlocución de los terroristas, a cualquier negociación política sobre territorio, a cualquier otra cosa que no sea la entrega de sus armas y su disolución sin condiciones que, para nada, habrá de pasar por una nueva pantomima indignante para el prestigio como nación de España como la de San Sebastián, cuyo texto leído por los títeres importados internacionalmente era el calcado del que unos días después leyó el encapuchado.
Es en este próximo futuro -más allá de los diputados que ellos saquen que con estos espectaculares actos de campaña montados y con el PSE de comparsa pueden ser demasiados- donde habremos de calibrar la respuesta y el mantenimiento de la dignidad de nuestro Estado de Derecho y de quien entonces previsiblemente encabece nuestro Gobierno. Es ahí donde tendremos que medirlo y medir entonces también nuestro ánimo de victoria o de derrota. Y también la de ellos.
Porque la otra gran pregunta, la verdaderamente pertinente es: ¿qué harán ellos, qué hará ETA si este Estado y esta nación no hacen concesión alguna, si no cede a sus delirios de independencias, si no está dispuesta a suicidarse porque eso es lo que sería, si no está dispuesta a abjurar de la Justicia y no permite que los asesinos salgan como héroes de las cárceles sin haber cumplido sus condenas?
Si todos esos considerandos que ETA supone han de cumplirse no se cumplen ¿volverán los terroristas a la andada? Las armas aún las tienen. Y no parece que gana alguna de entregarlas. La tranquilidad solo será irreversible cuando las hayan rendido y la organización haya quedado disuelta. Solo entonces habrá que celebrar el fin de ETA. No ahora.
ANTONIO PÉREZ HENARES