Mi vocación, precisamente, no es la política. No es, ni mucho menos, una fobia esquiva o un Freddy Kruegger que irrumpe en mi habitación por las noches. Pero, habiendo llegado al punto al que hemos llegado, no me queda otra opción que travestirme de Unamuno y gritar en la antesala del Parlamento que a mí también “me duele” esta nación.
Me agota mucho, muchísimo -y que conste que no soy una indignada- cuando PSOE y PP se las calzan de refinados jugadores de cartas y juegan una partida constante contra el pueblo. A veces la encabezan los de la derecha, a veces los de la izquierda, y entre ese zig-zag de altanería siempre hay un populacho que paga las deudas con sudor y trabajo.
He visto apostar el alma, el corazón y una tinta escarlata que se ha vilipendiado por la defensa de unos ideales en personas verdaderamente comprometidas. Pero es la honestidad de este populacho la que estrella, en cada mano, su péndulo contra una escalera real, desde su as -que es Zapatero- hasta el diez de Chacón.
Entonces, llenos de clemencia, se apiadan del perdedor y le devuelven la ciega para que cambien de mesa y vuelva más tarde, agradecido, con nuevas ganancias y la ilusión inducida de que puede efectuar una victoria heroica.
A su vez, socialistas y populares bromean con las riquezas sobre el tapete, preocupados por simular ese yugo de rivalidad y competencia acerca de quién lo hace mejor o peor. ¡Ya habrá tiempo de calumniarse, de idear palabrería perniciosa, que ahora lo que toca es guardarse los billetes grandes en el bolsillo zurdo, no vaya a ser que vengan vacas flacas peores!
Y al españolito de a pie arrimar el hombro, que ya se versa eso de “Hacienda somos todos”. Como buenos maestros de la apuesta, la diestra la utilizan para la calderilla, dineritos que se emplean para los envites lúdicos contra los ciudadanos.
No es que tenga problema alguno en los robos del siglo, es más, me fascinan, pero para eso prefiero votar a Belén Esteban, George Clooney, Brad Pitt o Julia Roberts como gobernantes y flamantes estrellas de mi representación. Cuestión de carisma, o eso dicen.
Por ello, en estos días postreros, días de ineficacia, inestabilidad, majadería presupuestaria y mangoneos varios, he creído conveniente presentar mi candidatura a la Presidencia, yo que soy “choriza” contumaz y profesional del Black Jack.
Sin embargo, y si se me permite este consentimiento, voy a cambiar de bolsillo a uno más cercano a donde tengo el sentimiento patriótico, uno de la camisa o del interior de mi chaqueta que me recuerde, en cada partida, que todos los céntimos irán a parar al mismo sitio: a España.
Me agota mucho, muchísimo -y que conste que no soy una indignada- cuando PSOE y PP se las calzan de refinados jugadores de cartas y juegan una partida constante contra el pueblo. A veces la encabezan los de la derecha, a veces los de la izquierda, y entre ese zig-zag de altanería siempre hay un populacho que paga las deudas con sudor y trabajo.
He visto apostar el alma, el corazón y una tinta escarlata que se ha vilipendiado por la defensa de unos ideales en personas verdaderamente comprometidas. Pero es la honestidad de este populacho la que estrella, en cada mano, su péndulo contra una escalera real, desde su as -que es Zapatero- hasta el diez de Chacón.
Entonces, llenos de clemencia, se apiadan del perdedor y le devuelven la ciega para que cambien de mesa y vuelva más tarde, agradecido, con nuevas ganancias y la ilusión inducida de que puede efectuar una victoria heroica.
A su vez, socialistas y populares bromean con las riquezas sobre el tapete, preocupados por simular ese yugo de rivalidad y competencia acerca de quién lo hace mejor o peor. ¡Ya habrá tiempo de calumniarse, de idear palabrería perniciosa, que ahora lo que toca es guardarse los billetes grandes en el bolsillo zurdo, no vaya a ser que vengan vacas flacas peores!
Y al españolito de a pie arrimar el hombro, que ya se versa eso de “Hacienda somos todos”. Como buenos maestros de la apuesta, la diestra la utilizan para la calderilla, dineritos que se emplean para los envites lúdicos contra los ciudadanos.
No es que tenga problema alguno en los robos del siglo, es más, me fascinan, pero para eso prefiero votar a Belén Esteban, George Clooney, Brad Pitt o Julia Roberts como gobernantes y flamantes estrellas de mi representación. Cuestión de carisma, o eso dicen.
Por ello, en estos días postreros, días de ineficacia, inestabilidad, majadería presupuestaria y mangoneos varios, he creído conveniente presentar mi candidatura a la Presidencia, yo que soy “choriza” contumaz y profesional del Black Jack.
Sin embargo, y si se me permite este consentimiento, voy a cambiar de bolsillo a uno más cercano a donde tengo el sentimiento patriótico, uno de la camisa o del interior de mi chaqueta que me recuerde, en cada partida, que todos los céntimos irán a parar al mismo sitio: a España.
CARMEN LIROLA