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La izquierda estupenda

Lo más estupendo de ser de la estupenda izquierda es que uno siempre tiene razón y, además, queda del lado de los buenos. En caso de derrota, aunque sea por “suscripción” popular, ello será debido a: a) que no lo hemos explicado bien; b) a las malas artes del perverso enemigo; o c) a que el pueblo se ha equivocado.

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Nosotros seguiremos siendo estupendos, teniendo la exclusividad de la razón, poseyendo el corazón de la bondad y siendo los depositarios de la ética, el progreso y el futuro. Fuera solo queda la tiniebla exterior, el lado oscuro de la fuerza en el que circulan los malos y al que caen los débiles y los vendidos.

La izquierda más estupenda que uno ha conocido -y soportado- ha sido la del PSOE, desde sus comienzos de aluvión y su llegada al paraíso del poder y la gloria hasta apenas la nada y, aún menos, el paso por ningún infierno.

Pero dentro de lo estupendos que siempre han sido los socialistas españoles de estos tiempos -o sea, esos que son "de toda la vida", que es lo que llevan en el cargo cuando entraron en el PSOE ya muy muertecito Franco-, el zapaterismo ha sido el grado sumo, el más colorido y resplandeciente del estupendismo, el espécimen más deslumbrante, la quintaesencia del progre, la más refulgente mariposa de las apariencias. Y hoy lo sigue siendo.

Aunque les hayan pasado las urnas por encima el 22-M hasta dejarlos sin una almena y hasta sin alas. Y lo seguirán siendo después del 20-N aunque la ciudadanía los trate cada vez más como a moscas.

La campaña de Rubalcaba es, ante todo y sobre todo, ese mismo principio esencial. Ninguna culpa es suya. Lo hicieron bien cuando hicieron una cosa y aún mejor cuando hicieron la contraria. Que el país esté cayéndose a cachos, las familias con el agua al cuello y el paro ruja siniestramente en todas las casas es cosa que ellos han hecho todo lo posible por resolver, aunque fuera negando el grito de todos los ojos, y que sin ellos aún hubiera sido mucho peor.

Que partieron de una situación envidiable y que estamos en la angustia es responsabilidad de cualquiera: llámese "destino", "sistema", "el mundo mundial", "la crisis planetaria", Bush y la pérfida herencia del pérfido Aznar -el más malo de la derecha universal-. ¿Qué podían hacer ellos que tan solo gobernaban, que simplemente se limitaban a mandar sobre el país?

Han tenido que sacar de la pista a quien hasta ayer era el maravilloso timonel, la sonrisa de la rosa y, si pudieran, lo harían desaparecer, igual que harían desaparecer la memoria de sí mismos, de su propio candidato y de sus poderes y sus obras bien recientes. Nada de ello les puede ser imputado, ni reprochado ni siquiera recordado. Vade retro, Satanás.

Ese es el eje esencial de la campaña, el principio que fundamenta todo el discurso. No habrá un rastro de humildad, ninguna disculpa y, menos aún, el reconocimiento de un error. Aunque se enuncie un balbuceo, éste no será concretado jamás y lo que prevalecerá en el fondo y asomará a nada que se apriete en las formas es que quienes deberían de hacer penitencia y rasgarse las vestiduras son aquellos que han cometido la maldad de criticarlos y la traición de abandonarlos.

Eso es lo que nos está diciendo Rubalcaba en la campaña y lo que dicen los derrocados barones por sus antiguos feudos. A ese toque concitan a los “buenos”. A que lo peor son los otros. Como poco, "tontos", como calificación; "enemigos de la humanidad" y, como lugar común para andar por casa, "son todos unos fachas".

La última convención socialista es el fiel reflejo de ese acto fallido que fue el zapaterismo; de ese presente asustado y amnésico por donde navega Rubalcaba y de ese arrebato de pasados al que pretenden aferrarse.

Una encuesta -otra de las todas que les pronostican la hecatombe-, la clausuró. Su respuesta fue idéntica a cuando hace unos meses les auguraron la catástrofe. “Este partido está acostumbrado a conseguir buenos resultados con pronósticos que no le son favorables”, dijo el triste Iglesias, lo mismo que antes del terremoto anterior.

Porque como había dicho el abuelo Felipe, que una de los suyos le llamó "Cebolleta", esto “se arregla en un telediario” o "como mucho, en dos", que terció Patxi López. Ya solo falta que remate el genio demoscópico Pepe Blanco: “Nosotros no celebramos encuestas, celebramos resultados”. Pues nada, que sigan celebrando estupendamente el funeral.
ANTONIO PÉREZ HENARES
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