Los socialistas franceses han abierto las urnas a todo francés que, previamente, haya pagado un euro y haya hecho suyos los valores de la libertad, "igualdad, justicia y fraternidad”. Un acto de radical democracia participativa con el que los socialistas galos intentan desprenderse de las etiquetas de "elitistas" e "inaccesibles". De paso, crean un clima ilusionante que les sirva para volver al Palacio del Elíseo tras diecisiete años de sequías electorales.
A tenor de los resultados, la experiencia democrática ha sido todo un éxito. Más de dos millones de franceses se acercaron el segundo fin de semana de octubre a las casi 10.000 mesas electorales que, a regañadientes, había habilitado el Ministerio de Interior, para decidir quién había de ser el candidato del Partido Socialista francés (PS) que se enfrentará a Sarkozy. François Hollande (ex de la también candidata Segolene Royal) consiguió el 39 por ciento de los votos, frente al 31 por ciento de Martine Aubry.
François Hollande, defensor de “la normalidad”, representa la parte más centrista de la socialdemocracia. Su carrera ha sido, como él, discreta, lenta pero con paso firme. Afín a Strauss-Kahn, que fue apeado de la carrera presidencial por sus escándalos sexuales, se ha visto beneficiado por la renuncia de su homólogo ideológico.
No obstante, contra todo pronóstico, el voto del exdirector del Fondo Monetario Internacional (FMI) no fue para Hollande. Strauss-Kahn apoyó a Aubry, “la roja”. Martine Aubry, hija el expresidente de la Comisión Europea Jacque Delors, está muy a la izquierda de su principal rival.
De su etapa de ministra se le recuerda su afán por instaurar la jornada laboral de 35 horas semanales, la cobertura médica universal, el pacto social entre personas del mismo sexo y la lucha por sanear las cuentas públicas. Es una gran defensora de los derechos civiles y de la ortodoxia socialdemócrata.
Afirma la exministra de Trabajo que legislará en favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, de la ecología, que pondrá coto a los mercados financieros y será “jefa de Estado de la moralidad”. Es heredera del vitalismo europeísta de su padre.
En este sentido, su idea de Europa es “humanista y solidaria”. “Una izquierda blanda no ganará nunca a una derecha dura”, le espetó a Hollande, su máximo rival y con el que se enfrentó el pasado domingo en la segunda vuelta de las primarias.
En primavera, los franceses decidirán qué modelo de sociedad quieren que les gobierne. Si la derecha de Sarkozy o la socialdemocracia de Hollande, que se impuso el pasado domingo a Martine Aubry, actual líder del partido, en el segundo turno de las inéditas primarias ciudadanas y con una diferencia mayor de lo previsto en los sondeos.
Pero más allá del resultado final, los socialistas franceses han dado una lección a Europa de participación y de no tener miedo a las urnas. Han ilusionado a su electorado y han atraído la atención mediática.
El PS francés se ha situado en la línea de salida para un tiempo nuevo en el que es más necesaria que nunca una socialdemocracia legitimada democráticamente, sin complejos y que se enfrente a los conservadores que quieren acabar con los Estados para que los gestione la iniciativa privada.
Ya de paso, si aprende algo la socialdemocracia europea, especialmente la española, habrá sido un éxito rotundo. Los líderes socialdemócratas deben reactualizar su discurso y atacar, con la ferocidad de las ideas, el affaire insolidario, antieuropeísta, populista y xenófobo, entre la derecha europea y los mercados financieros. Esta relación de alto riesgo ha parido la catarsis social y económica que ha puesto en entredicho el sueño europeísta de los padres fundadores de la construcción europea.
Europa bien merece el esfuerzo. Los europeos están esperando respuestas que pongan freno a la angustia de “la mano invisible”. Mantener en pie los cimientos de la solidaridad europea y el Estado del Bienestar son motivos más que suficientes para que la izquierda europea reaccione.
A tenor de los resultados, la experiencia democrática ha sido todo un éxito. Más de dos millones de franceses se acercaron el segundo fin de semana de octubre a las casi 10.000 mesas electorales que, a regañadientes, había habilitado el Ministerio de Interior, para decidir quién había de ser el candidato del Partido Socialista francés (PS) que se enfrentará a Sarkozy. François Hollande (ex de la también candidata Segolene Royal) consiguió el 39 por ciento de los votos, frente al 31 por ciento de Martine Aubry.
François Hollande, defensor de “la normalidad”, representa la parte más centrista de la socialdemocracia. Su carrera ha sido, como él, discreta, lenta pero con paso firme. Afín a Strauss-Kahn, que fue apeado de la carrera presidencial por sus escándalos sexuales, se ha visto beneficiado por la renuncia de su homólogo ideológico.
No obstante, contra todo pronóstico, el voto del exdirector del Fondo Monetario Internacional (FMI) no fue para Hollande. Strauss-Kahn apoyó a Aubry, “la roja”. Martine Aubry, hija el expresidente de la Comisión Europea Jacque Delors, está muy a la izquierda de su principal rival.
De su etapa de ministra se le recuerda su afán por instaurar la jornada laboral de 35 horas semanales, la cobertura médica universal, el pacto social entre personas del mismo sexo y la lucha por sanear las cuentas públicas. Es una gran defensora de los derechos civiles y de la ortodoxia socialdemócrata.
Afirma la exministra de Trabajo que legislará en favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, de la ecología, que pondrá coto a los mercados financieros y será “jefa de Estado de la moralidad”. Es heredera del vitalismo europeísta de su padre.
En este sentido, su idea de Europa es “humanista y solidaria”. “Una izquierda blanda no ganará nunca a una derecha dura”, le espetó a Hollande, su máximo rival y con el que se enfrentó el pasado domingo en la segunda vuelta de las primarias.
En primavera, los franceses decidirán qué modelo de sociedad quieren que les gobierne. Si la derecha de Sarkozy o la socialdemocracia de Hollande, que se impuso el pasado domingo a Martine Aubry, actual líder del partido, en el segundo turno de las inéditas primarias ciudadanas y con una diferencia mayor de lo previsto en los sondeos.
Pero más allá del resultado final, los socialistas franceses han dado una lección a Europa de participación y de no tener miedo a las urnas. Han ilusionado a su electorado y han atraído la atención mediática.
El PS francés se ha situado en la línea de salida para un tiempo nuevo en el que es más necesaria que nunca una socialdemocracia legitimada democráticamente, sin complejos y que se enfrente a los conservadores que quieren acabar con los Estados para que los gestione la iniciativa privada.
Ya de paso, si aprende algo la socialdemocracia europea, especialmente la española, habrá sido un éxito rotundo. Los líderes socialdemócratas deben reactualizar su discurso y atacar, con la ferocidad de las ideas, el affaire insolidario, antieuropeísta, populista y xenófobo, entre la derecha europea y los mercados financieros. Esta relación de alto riesgo ha parido la catarsis social y económica que ha puesto en entredicho el sueño europeísta de los padres fundadores de la construcción europea.
Europa bien merece el esfuerzo. Los europeos están esperando respuestas que pongan freno a la angustia de “la mano invisible”. Mantener en pie los cimientos de la solidaridad europea y el Estado del Bienestar son motivos más que suficientes para que la izquierda europea reaccione.
RAÚL SOLÍS