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“Camorristas y pendencieros”

La intolerancia envuelta en insultos y ejercida desde las altas esferas del poder hacia las manifestaciones democráticas de la sociedad civil es el combustible propicio para avivar la llama de la indignación. Las manifestaciones de la señora Aguirre, con ocasión de la presentación del libro de Pedro J. Ramírez, ponen en evidencia la “política de bar” que se practica desde los escenarios formales del poder.

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La comparación errónea de “la Revolución Francesa” con los “camorristas y pendencieros” del 15-M, en palabras de Esperanza, forman parte de la “provocación clasista” hacia aquellos que, en ejercicio pacífico del derecho a manifestarse, sufren a cambio el insulto y la demagogia dolosa de sus gobernantes.

Desde la crítica de la izquierda, es de vital importancia para la salud democrática del tejido institucional poner freno y denunciar con los instrumentos de la razón los argumentos sin sentido emitidos desde la “derecha clásica de Madrid” contra los intereses de la izquierda, en contraste con el silencio de aquel que, sin pasar por “el trámite electoral”, se proclama, en palabras de Alfredo, como "inquilino de La Moncloa".

La consideración del 15-M como el “germen de golpes de Estado”, junto con la afirmación de Manuel Moix, Fiscal Jefe de Madrid -que aseguró que “los indignados exteriorizan su ignorancia sobre la convivencia democrática”- o las declaraciones recientes de Aznar sobre la “extrema izquierda” del movimiento, deben servirnos para reflexionar sobre los prejuicios que la praxis de Hessel está causando en el tejido azul de este país.

Lógicamente, y no hay que ser muy inteligentes para darse cuenta de ello, la inmensa mayoría de los “camorristas y pendencieros” que decíamos atrás no son, sin lugar a dudas, los hijos de las clases pudientes de la derecha.

La indignación surge del sufrimiento y éste tiene sus raíces en los desequilibrios nefastos entre recursos y necesidades. La angustia por no poder pagar la hipoteca, la estructura desigual entre ¨mileuristas” y banqueros, el azote del desempleo y la frustración entre “querer y no poder trabajar” son los trazos que dibujan el perfil del indignado de hoy.

La falta de sensibilidad de la derecha con la sintomatología de una clase media herida y empobrecida por el servilismo político de los mercados debe servir a la izquierda para canalizar el discurso de los indignados y marcarles los objetivos políticos que siempre han renunciado.

Para ello, es necesario la politización del movimiento, o dicho de otro modo, su adscripción a la identidad de la izquierda como reacción al desplante manifiesto de la derecha.

Para conseguir su cometido, el movimiento 15-M debería plantear la finalidad de sus gritos en un discurso articulado de sus intereses de grupo. Una vez delimitados sus objetivos, mediante fórmulas asamblearias, será el momento de ceder sus intereses de plataforma al discurso político progresista para que, desde el poder ejecutivo y legislativo, sus propuestas e inquietudes sean materializadas en instrumentos legales y reales del discurso democrático.

La abstención como vía de repulsa a las élites políticas se traducirá en una participación democrática de corte negativo, es decir, favoreciendo el poder de aquellos que, probablemente, no les tenderán la mano para salvar sus intereses de grupo.

Es repugnante que políticos elegidos democráticamente tengan la insensibilidad y la falta de empatía para criticar y provocar la ira a miles de personas que lo único que quieren es expulsar la disconformidad democrática que llevan dentro.
ABEL ROS
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