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Brujas

A veces es difícil describir un sentimiento que ya pasó. De hecho, casi siempre escribo en el momento en que soy golpeado por la lluvia o la tempestad. Cuando el fuego está prendido aún. Cuando la llama se tersa en la piel y vierte las sombras al otro lado de mis manos, bailando compulsivamente sobre un papel en blanco.

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Vista del Campanario || © orádea 2011

Al cabo del tiempo, meses o años, algo prende de nuevo y trato de recomponer las piezas que extraigo del fondo de una balsa de bruma. Las saco lentamente y voy redescubriendo las formas, colores, sentimientos y olores. Hoy, como aquella noche, Brujas emerge de la niebla que acechaba levemente por los rincones de aquel febrero.

A todos nos sienta bien una época del año. A Brujas, como un ser pletórico de vida, también. Y es que es una ciudad de invierno. Sus casas con tejados a dos aguas y sus calles adoquinadas nos lo desvelan. Se viste de una manera inenarrable cuando cae la noche. Se abriga y cubre de luces tenues, como un hermoso vestido de fiesta, informal pero de elegancia perturbadora.

De manera enigmática, parece que todas las calles te llevan hasta la Mark Platz, el corazón medieval de la ciudad, donde el ayuntamiento y el campanario te observan mientras llegas. Y es que toda la ciudad observa atenta tus pasos.

Te mira cuando visitas la iglesia de San Salvador, sumergiéndote en el siglo IX, o cuando la sombra de las bicicletas se recuesta sobre las fachadas con el sol del atardecer. De camino, Brujas te devuelve en forma de eco las huellas que vas percutiendo sobre sus callejuelas declaradas hoy Patrimonio de la Humanidad.

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Lago Minnewater || © orádea 2011

Brujas es conocida como "La Venecia del norte" y es que está íntimamente surcada de canales y virtuosamente entretejida con puentes. De hecho, la castellanizada palabra "Brujas", nada tiene que ver con su significado. En idioma flamenco la ciudad recibe el nombre de "Brugge": puentes.

El agua es la savia de la ciudad. Su sangre. Navega por su interior con pulsión queda. Ese silencioso manto es desdibujado por las lanchas preñadas de turistas que la surcan. Entonces, su historia es contada una y otra vez como un canto continuo. Sin embargo, es cuando cae la noche cuando sus aguas están más bellas. Los embarcaderos descansan junto a las barcas adormecidas. El reflejo de los edificios reposa en un imperceptible vaivén de agua.

Madonna con niño de Miguel Ángel || © orádea 2011Temprano, cuando la luz ni siquiera amenaza con emerger, Brujas acaudala la bruma por sus esquinas. Quizá lo que ahora hago, rescatarla de la niebla, es la perfecta metáfora de lo que viví aquella mañana. En la soledad del silencio, iba descubriendo los colores de la noche, las formas adormecidas, los puentes que a cada paso iban asaltándome como pétreos ladrones.

Recuerdo el momento en que llegué al lago Minnewater. Los cisnes atesoraban los sueños. Las farolas daban forma a los edificios y las sombras de los árboles se tendían sobre el césped perlado de relente. Como un hermoso regalo, en silencio, nos envolvimos en una danza de colores y luces.

A unas horas en las que no supe si ella venía de quemar la noche o si estaba recién levantada -horas inciertas-, Brujas se detuvo a mirarse en el reflejo del agua en el lago. Ella dice que no, pero sabía que yo estaba allí esperando a la belleza. Radiante me regaló aquél perfil y aquel cuerpo. Con su nocturno vestido sonrió para sí y yo, aprendiz de la belleza, la retraté lo mejor que pude. Creo que después nos besamos… o quizá lo imaginé. Recuerdos inciertos.

Atardecer en Brujas || © orádea 2011Por el día parecía diferente, lejana: ausente. Yo la miraba y como si fuera un perfecto desconocido, ella apenas me guiaba por sus iglesias como a un turista más; por sus canales, como a una lancha más. En aquel momento supe que Brujas no es de nadie. No es la Venecia del norte. Brujas es Brujas.

Y es que es de todos, pero sin atarse más que a sus puentes, su historia o sus museos de arte. Brujas pertenece al gesto que Miguel Ángel esculpió en la Madonna que sostiene al niño en la catedral de Notre Damme. Brujas pertenece al surco en el aire que dejaban los molinos de trigo al este de la ciudad, cuando antaño movían sus aspas y que hoy descansan apacibles.

Y es que apenas pertenece a su propio rostro reflejado en los escaparates. Brujas pertenece al reflejo sobre las aguas. Y es que apenas pertenece a las decenas de cafés que se reparten en la ciudad. Si acaso, al sabor que queda en la boca. Ni siquiera pertenece a los pasos que la surcan. Si acaso, a la fantasía acodada en el eco de las huellas. Es como la sombra de las bicicletas sobre las fachadas. Fugaz.

Brujas pertenece a los sonidos que emergen de las manos del organista en lo alto de la Torre del Reloj… Tú únicamente puedes subir y escuchar sus latidos tan de cerca que creerás desfallecer. Únicamente podrás asomarte desde lo alto y contemplar cómo se extiende la ciudad bajo tus pies en un momento irrepetible. Y sabes que eso tiene un final. Tarde o temprano.

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Embarcadero || © orádea 2011

Y será pronto cuando cojas un tren y desaparezcas de su vida. Ella dejará el cauce de sus canales hendidos en tu piel, como una herida que jamás volverá a cerrarse. Y así tarde, muy tarde, conseguirás empañar el dolor de su ausencia y al cabo del tiempo, te encontrarás desmoronando la bruma de la memoria para descubrir Brujas de nuevo.

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DAVID CANTILLO
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