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Un rato de estrella

Viajar es conocer a alguien donde no esperas. Algo te atrae: sus ojos, su rostro, su manera de ser. A veces es hermosa. Otras, no tanto. Pero siempre ves en ella algo que sabes que, probablemente, no vuelvas a encontrar jamás. Y durante unos días os involucráis vehementemente en un romance extraño, desaforado... cuitado. Así, tras largos paseos de conversaciones que versan desde uno mismo hasta la vida entera, tras unas cervezas, una cena y unas copas, acabáis convirtiéndoos en amantes.

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Un rato de estrella en el Parque Nacional del Teide, Tenerife || © orádea 2011

Así amanece y alguien se va. Después, con el sabor de su boca despintándose en tus labios, recompones las sensaciones de lo que ha sido y de lo que nunca llegará a ser. Tomas tu libreta preñada de sentimientos y tratas de explicarte con palabras lo que no sabes si ha entendido tu corazón. Así, la pluma entra en el juego.

A veces se viaja al lugar deseado, como a veces conoces a la persona que deseas. A veces viajas por casualidad como puedes conocer a alguien en el metro o en la calle. Otras eres arrastrado a alguna parte donde no esperas hallar nada ni a nadie. Es entonces cuando la vida te suele sorprender porque, efectivamente, no esperabas nada.

Hay lugares con los que sueñas toda la vida. Lugares exóticos quizá o lugares plenos de cultura y arte. A veces planeas minuciosamente el encuentro, paso a paso, como quien planea una cita a ciegas e intenta componer cada parte de la velada. Sin embargo, la realidad es que cuanto más minuciosamente preparas algo, más posibilidades hay de que no salga como lo habías planeado.

En mi profesión, la de fotógrafo, me gusta prepararlo todo y componerlo en mi mente. Un viaje, una sesión, una tarde en un desfiladero o una puesta de sol sonrojando las fachadas de una ciudad nueva. Así, llegado el momento, espero que la situación me sorprenda completamente.

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El lago Minnewater en Brujas, Bélgica || © orádea 2011

A veces lo hace y otras no. Las que no me sorprende, suelo quedar satisfecho. Las que me coge por sorpresa, viendo como acontece la situación, veloz y abruptamente, consigue sacar lo mejor de mí. Me hace inquietarme, correr de un lado para otro. Me obliga a enfocar con precisión, reunir la sabiduría exigua que con el tiempo he ido atesorando y así, componer en mi mente el mejor ángulo, los reflejos más enriquecedores e intentar disparar en el momento preciso.

Me toca nadar de una orilla, la que creía que era idónea, hasta el otro lado del río para que, a veces, sienta como los árboles, la corriente del agua o la puesta de sol se han burlado de mí. Entonces vuelvo presuroso a la orilla contraria. A veces el disparo es certero. A veces no. Fotografiar no siempre es tan fácil como parece. Sí es verdad que va involucrado con una especie de halo de bohemia, intriga y aventura. Ese halo no es casual.

Pero vivir de la fotografía, en algunos aspectos se hace duro. A menudo has de sopesar si ganar dinero e irte a trabajos comerciales o impulsar las alas de lo que llevas dentro. Avanzas cueste lo que cueste, valga lo que valga y siempre con la posible borrasca que en el incierto horizonte amenaza con que nada salga bien.

Viajar, como escribir y fotografiar, es siempre descubrir un lugar nuevo: es conocerse a uno mismo. En mi caso, son largas horas en silencio, conversando con la ciudad, inventando encuentros, aventuras, amores. Es emocionarte ante la mirada serena de la noche en lo alto de una montaña en el Pirineo.

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El Puente de las cadenas sobre el Danubio, Budapest, Hungría || © orádea 2011

Es sopesar el camino de las luces de las farolas. Es perderte bajo el firmamento para fotografiar un rato de estrella. Es pasar frío. Es pintar con pinceles extraños en mitad de la nada aunque esté nevando. Es perseverar y seguir adelante según tus convicciones.

Es tocar en todas las puertas aunque alguien te diga lo siento chaval, aquí no entras, este no es tu sitio, tu trabajo no encaja. Fotografiar es ir directo hacia la tormenta porque sabes en el corazón que ese es el camino y no otro.

Todo esto es para mí viajar, fotografiar y escribir. Conocer lugares nuevos, sentirme parte de ellos. Acariciar las copas de los árboles con la luz del sol o de la luna. Ajetrearme al compás de las flores cuando éstas son mecidas por el viento.

Transformar un río en una gasa suave y aterciopelada o en una vigorosa panoplia de colores. Es buscar un rostro reflejado en un escaparate en una ciudad cualquiera, conseguir que me mire y que piense: ¿este pobre tonto qué estará haciendo?

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Todos los lugares dejan huella en nosotros || © orádea 2011

Todo esto para mí es viajar, fotografiar y escribir. Es conocerme y conocer lo que me rodea. Y lo que es más difícil, intentar entenderlo. Es encontrar esa amante repentina que me coge de la mano, sometiéndome a un intenso placer o a un infinito dolor, y me arrastra hasta mitad de la noche para colocar el trípode y con calma, durante unos minutos, o unas horas, intentar fotografiar ése rato de estrella.

Así, con estos pequeños retratos de los lugares que se convierten en amantes casuales, que dejan una huella en mí, sea la que sea, espero conseguir hacer que os emocionéis tanto como me emocionaron a mí.
DAVID CANTILLO
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