Hoy quiero hablaros del papel tan importante que tenemos como ciudadanos y ciudadanas nada más cumplir los dieciocho años de edad. Si nunca os han explicado cómo funciona un gobierno democrático permitidme que os cuente cómo entiendo yo esta avanzada forma de gestión de lo público. Y si ya sabéis de lo que voy a hablar, os agradezco que me leáis y corrijáis en algo si me equivoco.
Durante nuestra infancia y adolescencia pedimos y debemos casi todo a nuestros padres. Aparte de la forma en la que aprovechamos nuestro tiempo de formación y de ocio, el resto de necesidades básicas las cubrimos casi al cien por cien gracias a los adultos.
Sin embargo, nuestras responsabilidades aumentan con la mayoría de edad, como también aumenta nuestra participación activa real en la vida pública. El ejemplo mínimo más palpable de ejercicio de poder en la actualidad es el voto. Cuanto mayor es el cargo que asumimos en una organización pública o privada, mayor es el poder y la responsabilidad.
La gestión de lo público es lo que se decide en unas elecciones como las generales del próximo 20 de noviembre. Cuando la mayoría de edad nos hace adultos, al pequeño mundo doméstico en el que nos movíamos se suma un enorme entramado de normas y tomas de decisiones por las que nos regiremos para ser felices en todo momento hasta el último latido del corazón.
Desde que la inventaron los griegos hace veinticinco siglos, la democracia ha demostrado ser el mejor sistema conocido que tienen las sociedades para decidir cómo se gestiona ese gran mundo público al que accedemos cuando nos hacemos adultos. Un mundo al que todos aportamos y del que todos nos beneficiamos, un colectivo que alcanza el bienestar a través de la participación y el compromiso de todos.
Para gestionar ese gran número de decisiones que se han de tomar para que aumente o no disminuya la felicidad de una sociedad del tamaño del estado español no es necesario que todas y todos los españoles y españolas se pronuncien a diario a favor o en contra de la aprobación de tal o cual ley -aunque en breve podrán hacerlo a través de Internet-, sino que trasladamos esta responsabilidad a una serie de personas que se ofrecen a hacerse cargo de ello por periodos de cuatro años.
Una vez que España se constituye como estado democrático, cada ciudadano y cada ciudadana mayor de edad tienen derecho a elegir al grupo de personas que por su programa electoral mejor les represente. Dentro de la variedad de propuestas de mejora que puede tener la ciudadanía de un país tan grande como España, cada partido político recoge en su programa las que cree convenientes y las lleva al congreso a través de los diputados que le representan en proporción a los votos obtenidos. Y así es como el pueblo español decide sobre la gestión de lo público a través de sus representantes políticos. Así es como la democracia garantiza que el poder emane del pueblo.
Sin embargo, esta forma de gobierno tiene sus vicios, como sistema creado por seres humanos que es. Si eres mayor de dieciocho años y vas a votar el próximo 20 de noviembre, algo a lo que te animo de buena gana como conciudadano tuyo que soy, tendrás que tener en cuenta algunas prácticas poco éticas que tienen lugar a nuestro alrededor y se deben a vicios como la codicia, el egoísmo y la avaricia.
Para empezar, puede que el partido político con el que más te identifiques después de escucharlos a todos no pueda presentarse a candidato este año si nunca antes consiguió un escaño en el Congreso y en un tiempo aun no determinado no reuniera un número de firmas que lo avalen en cada circunscripción por la que se presenta.
Por otro lado, también debido a una Ley Electoral nacida en la Transición para fortalecer la democracia y que ahora no se modifica para perpetuar el bipartidismo, si el partido que mejor te representa es minoritario no conseguirá un número de diputados directamente proporcional al número de votos obtenidos en todo el territorio español. Esto ocurre porque los grupos mayoritarios están convencidos de que son las únicas alternativas posibles a pesar de que cada cuatro años el pueblo puede elegir ser representado por cualquier otro.
Una vez que se acuerdan los pactos necesarios entre los distintos grupos para trabajar a diario en el Congreso si ninguno obtiene la mayoría absoluta de los votos, entran en contacto con la mayor tentación que ha seducido a hombres y mujeres a lo largo de la historia: el poder económico.
Retrasan la aprobación de una Ley de Transparencia que nos permita examinar todas las transacciones que realizan con dinero público y son capaces de dar prioridad a sus asuntos privados y pasar por alto las propuestas con las que se ganaron tu confianza cuando hacían campaña electoral. Algunos son tan cínicos que aun estando imputados por delitos de corrupción vuelven a solicitar un cargo público.
Por último, si tradicionalmente el poder público de un Estado democrático se divide en legislativo, ejecutivo y judicial para evitar la tiranía, el sistema actual español los mezcla debilitando de manera alarmante el que reside en la ciudadanía. Se desdibujan los límites entre las Cortes y el Ejecutivo, y el Judicial está a menudo profundamente condicionado por el Legislativo.
Por todas estas razones, para recuperar el control que nos corresponde sobre el poder público -así como sobre el poder económico de los mercados y el poder mediático de los medios de comunicación sobre los que podemos hablar otro día- os invito a elevar nuestro nivel de conciencia y observar todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Para que el concepto de democracia que estudiamos en la escuela se convierta en realidad.
Durante nuestra infancia y adolescencia pedimos y debemos casi todo a nuestros padres. Aparte de la forma en la que aprovechamos nuestro tiempo de formación y de ocio, el resto de necesidades básicas las cubrimos casi al cien por cien gracias a los adultos.
Sin embargo, nuestras responsabilidades aumentan con la mayoría de edad, como también aumenta nuestra participación activa real en la vida pública. El ejemplo mínimo más palpable de ejercicio de poder en la actualidad es el voto. Cuanto mayor es el cargo que asumimos en una organización pública o privada, mayor es el poder y la responsabilidad.
La gestión de lo público es lo que se decide en unas elecciones como las generales del próximo 20 de noviembre. Cuando la mayoría de edad nos hace adultos, al pequeño mundo doméstico en el que nos movíamos se suma un enorme entramado de normas y tomas de decisiones por las que nos regiremos para ser felices en todo momento hasta el último latido del corazón.
Desde que la inventaron los griegos hace veinticinco siglos, la democracia ha demostrado ser el mejor sistema conocido que tienen las sociedades para decidir cómo se gestiona ese gran mundo público al que accedemos cuando nos hacemos adultos. Un mundo al que todos aportamos y del que todos nos beneficiamos, un colectivo que alcanza el bienestar a través de la participación y el compromiso de todos.
Para gestionar ese gran número de decisiones que se han de tomar para que aumente o no disminuya la felicidad de una sociedad del tamaño del estado español no es necesario que todas y todos los españoles y españolas se pronuncien a diario a favor o en contra de la aprobación de tal o cual ley -aunque en breve podrán hacerlo a través de Internet-, sino que trasladamos esta responsabilidad a una serie de personas que se ofrecen a hacerse cargo de ello por periodos de cuatro años.
Una vez que España se constituye como estado democrático, cada ciudadano y cada ciudadana mayor de edad tienen derecho a elegir al grupo de personas que por su programa electoral mejor les represente. Dentro de la variedad de propuestas de mejora que puede tener la ciudadanía de un país tan grande como España, cada partido político recoge en su programa las que cree convenientes y las lleva al congreso a través de los diputados que le representan en proporción a los votos obtenidos. Y así es como el pueblo español decide sobre la gestión de lo público a través de sus representantes políticos. Así es como la democracia garantiza que el poder emane del pueblo.
Sin embargo, esta forma de gobierno tiene sus vicios, como sistema creado por seres humanos que es. Si eres mayor de dieciocho años y vas a votar el próximo 20 de noviembre, algo a lo que te animo de buena gana como conciudadano tuyo que soy, tendrás que tener en cuenta algunas prácticas poco éticas que tienen lugar a nuestro alrededor y se deben a vicios como la codicia, el egoísmo y la avaricia.
Para empezar, puede que el partido político con el que más te identifiques después de escucharlos a todos no pueda presentarse a candidato este año si nunca antes consiguió un escaño en el Congreso y en un tiempo aun no determinado no reuniera un número de firmas que lo avalen en cada circunscripción por la que se presenta.
Por otro lado, también debido a una Ley Electoral nacida en la Transición para fortalecer la democracia y que ahora no se modifica para perpetuar el bipartidismo, si el partido que mejor te representa es minoritario no conseguirá un número de diputados directamente proporcional al número de votos obtenidos en todo el territorio español. Esto ocurre porque los grupos mayoritarios están convencidos de que son las únicas alternativas posibles a pesar de que cada cuatro años el pueblo puede elegir ser representado por cualquier otro.
Una vez que se acuerdan los pactos necesarios entre los distintos grupos para trabajar a diario en el Congreso si ninguno obtiene la mayoría absoluta de los votos, entran en contacto con la mayor tentación que ha seducido a hombres y mujeres a lo largo de la historia: el poder económico.
Retrasan la aprobación de una Ley de Transparencia que nos permita examinar todas las transacciones que realizan con dinero público y son capaces de dar prioridad a sus asuntos privados y pasar por alto las propuestas con las que se ganaron tu confianza cuando hacían campaña electoral. Algunos son tan cínicos que aun estando imputados por delitos de corrupción vuelven a solicitar un cargo público.
Por último, si tradicionalmente el poder público de un Estado democrático se divide en legislativo, ejecutivo y judicial para evitar la tiranía, el sistema actual español los mezcla debilitando de manera alarmante el que reside en la ciudadanía. Se desdibujan los límites entre las Cortes y el Ejecutivo, y el Judicial está a menudo profundamente condicionado por el Legislativo.
Por todas estas razones, para recuperar el control que nos corresponde sobre el poder público -así como sobre el poder económico de los mercados y el poder mediático de los medios de comunicación sobre los que podemos hablar otro día- os invito a elevar nuestro nivel de conciencia y observar todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Para que el concepto de democracia que estudiamos en la escuela se convierta en realidad.
MIGUEL ÁNGEL HERENCIA