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Sin referéndum

A pocos meses para las elecciones generales del 20-N, el maquillaje democrático de la marca "España" se ha derretido de su envoltorio constitucional. Las manifestaciones del movimiento 15-M han sido glorificadas por la corroboración de la evidencia empírica. Hoy más que ayer, no les falta razón, a los millones de seguidores de Hessel, cuando con la garganta reseca y a la intemperie de Sol, gritan y claman aquello de "¡Le llaman democracia y no lo es!".

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La “Bastilla", en palabras de Aguirre, no ha sido tomada esta vez por los “descamisados de Dragó". La “revolución indignada” por el “fortalecimiento de las reglas de juego democrático” ha perdido la batalla ante el muro infranqueable de los dictámenes del “bipartidismo anglosajón” y las aguas turbulentas de los mercados.

El referéndum popular, o dicho de otro modo, la oportunidad de palabra a un pueblo sediento de voz, ha sido vetado por imperativo legal, en beneplácito del servilismo nacional a los postulados de Merkel. Las “élites tóxicas del poder” no podían permitirse el riesgo de recibir un “no” por respuesta.

El “sí o sí” de la reforma de nuestra suprema ha nacido sin el consentimiento legítimo de la “Vox populi”. Los 3/5 del hemiciclo han bastado para prescindir del voto de las minorías y la sentencia popular.

El artículo 135, o dicho de otro modo, la “guillotina constitucional", nos hace tocayos de la Carta Magna germana. Con el retoque constitucional hemos fortalecido el Estado del Malestar. La democracia indirecta ha cerrado las puertas del voto a aquellos millones de ciudadanos que son llamados religiosamente cada cuatro años a la cita con las urnas y, después, en momentos como los actuales, en los cuales se mide la talla democrática de un país, son abandonados como títeres en un cajón, después de acabar su función.

El ajuste de los déficits al modo conservador, o dicho de otro modo, el filo de la tijera por el lado de los "menos pudientes”, pasará factura a la España del mañana. La tónica actual de los recortes en educación y sanidad al estilo de Aguirre y Cospedal, para ajustarnos a la “legalidad constitucional”, sienta las bases del proceso de involución y la pérdida de competitividad que en los próximos lustros situará al sueño español en el escenario de la mediocridad.

La reforma del artículo 135, al margen de la disyuntiva de su contenido, ha marcado un antes y un después en el “saber hacer” democrático de este país. Los cimientos del derecho, o dicho de otro modo, las raíces del árbol supremo, han sido arrancadas sin tener en cuenta a los miles de “ciudadanos” que, allá por el 78, dijeron sí a la plantación de la semilla.

Hoy, unos cuantos años después, los dos principales partidos de la parrilla política, PP y PSOE, han realizado un guiso sin tener en cuenta los gustos de sus comensales. La vuelta al bipartidismo del XIX, que tanto criticó Galdós y tanto daño hizo al maquillaje democrático de la España de ayer, ha resurgido con fuerza para contentar los intereses de la utopía alemana y “quedar bien” ante la mirada internacional.

Desde la indignación de la crítica de izquierda, el veto a votar “sí" o "no” ha supuesto un antes y un después en el escenario incrédulo de este país. El próximo 20-N, los mismos partidos que han cortado las alas democráticas de su pueblo sacarán la flauta para hipnotizar a la serpiente ciudadana e incitarla a votar.

Es en esos momentos, justo en esos instantes, al sonar la melodía hipnotizadora del interés egoísta del poder, cuando los sonámbulos debemos despertar del sueño placentero de haber votado y clamar bien despiertos el tan merecido "¡No les votes!".
ABEL ROS
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