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Goodbye, Oslo

Ahí estaba. Iba a conseguir que se me cortara el primer café del día. No daba crédito. Existen elementos que nos recuerdan que alguna pieza del ser humano anda defectuosa. Una avería para la que no existe remedio. No me lo creía. Un error, una broma sin ninguna gracia, algo totalmente diferente. "Por favor", supliqué en vano. Era la realidad de aquella mañana. Ojalá me hubiera quedado en la cama.

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La fotografía dice mucho. Sonrisa de chacal. Era un ser superior, si definimos la superioridad como capacidad de ignorar por completo el valor de la vida humana. Asco. Parece estar esperando una medalla.

Explicará tranquilamente a una justicia apaleada los minuciosos detalles de una acción cobarde, ideada y llevada a cabo por un cobarde. Escribirá un libro sobre su hazaña; la gente lo devorará con sumo interés: el público adora a los locos. Eso explicaría lo de la mirada. Relajada, pero a la vez desafiante.

Ignoro el principio biológico que hace respirar el mismo oxígeno a gente así y al resto de personas que habitamos como podemos este globo. Nunca fui hombre de ciencia.

Se cree que es digno de aparecer en los libros de Historia. Quizás un hueco en acciones sin nombre que hace que nos replanteemos que un gran porcentaje de la humanidad está podrido.

Para ellos era un día más. Los autobuses les llevaban a los centros comerciales, a hacer turismo, a los puestos de trabajo. En las escuelas sus hijos bostezaban deseando que llegase la hora del recreo. Se servían los cafés en las cafeterías.

Todo fue un espejismo. Esta monotonía frágil se deshizo en pedazos cuando el coche bomba explotó en el centro de Oslo. Murieron ocho personas. En la isla de Utoya, en un tiroteo mortal, fueron cazados setenta y seis jóvenes. Anders Behring Breivik juzgó que no eran dignos de seguir viviendo.

La ciudad donde nunca pasa nada, del país donde nunca pasa nada, pasó a ser protagonista de la prensa, de los informativos, de los programas de debate. Nadie encuentra un porqué de la matanza. La razón es simple: no hay un motivo. La más absoluta de las locuras no tiene razón de ser, sólo destruir, sembrar el pánico.

Hay que estar agradecido a un embotellamiento el que no haya más víctimas. El terrorista tuvo un error de cálculo a la hora de contabilizar el tiempo que tardaba en trasladarse a sus objetivos. Al final, la bestia tuvo destellos de humanidad. Hay que joderse.
CARLOS SERRANO
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