Me entristece el silencio, el desconocimiento y la apatía de la mayoría ciudadana; la claudicación de mi Gobierno ante los poderes económicos (golpistas con corbatas); la falta de una alternativa ilusionante de la izquierda y la división de ésta en innumerables trincheras; la hipocresía de los que votan lo mismo que critican en los bares o la gran cantidad de inútiles dóciles que venden su coherencia a cambio de un escaño.
Me desanima profundamente que la política haya derivado a la simplificada lógica futbolística. O eres del Madrid o del Barça. O del Betis o del Sevilla. O eres del PSOE o del PP. O eres nacionalista catalán o vasco, o un ultranacionalista español. Me apena que la gente no tenga cultura política y vote de manera automática, irreflexiva e inconsciente.
Quienes han diseñado el juego político como si fuera un tablero de sólo dos jugadores -donde hoy defienden lo que hace tres días criticaban con fervor- están reduciendo la democracia a un guión inverosímil. Alejado de la realidad y que hace de la política el problema, no la solución.
Nuestra clase política no está formada por ciudadanos libres ni preparados. Predican un discurso que no practican; no tienen ideas ni, mucho menos, argumentos. Su actividad se reduce a cumplir las órdenes de los amos que los han colocado en el escaño.
Son traidores de sus mismas proclamas. Amanecen defendiendo a los trabajadores y se acuestan votando en contra de éstos; ganan elecciones prometiendo extender la democracia y acaban la Legislatura convertidos en secuestradores del pluralismo, de la libertad ideológica y de la participación ciudadana.
La clase política española, escondida bajo el paraguas PP-PSOE, no cambiará nunca si los que se manifiestan en contra de su ineficacia e inoperancia vuelven a depositar la misma papeleta de voto en las urnas. No es sano que nos acerquemos a las urnas con el mismo proceder de los seguidores del Betis o del Sevilla. Del Madrid o del Barça. En democracia se ha de castigar a los gobernantes que traicionan a su electorado o prostituyen los valores sagrados, por los que fueron votados.
En la actualidad, los partidos minoritarios no ocupan ni el 10 por ciento de los escaños del Congreso de los Diputados y es la medicina letal para la democracia. Sin partidos minoritarios no existe un verdadero debate de ideas y la dinámica siempre desemboca en un enfrentamiento estéril entre las multinacionales de la política.
No es casualidad que la Legislatura más improductiva y más perniciosa para los españoles, haya sido la Legislatura en la que el bipartidismo ocupa el 90 por ciento de los escaños parlamentarios, cifra récord en la corta democracia española.
Ser ciudadano no es votar automáticamente a “nuestro partido” sino depositar un voto formado y maduro, que nos convierta en ciudadanos. No en conciencias silenciosas que no condenan las tropelías de una camarilla de hombres y mujeres dóciles, que esconden su incapacidad y su cobardía en el tumulto de la mediocridad.
Se podría refrendar la reforma constitucional si un diez por ciento del Congreso de los Diputados (35 diputados) quisieran. Ni uniéndose todos los diputados de la minoría se podría llegar a los 35 escaños. Los nueve partidos minoritarios con representación en el Parlamento sólo suman 28 escaños: el bipartidismo secuestra la democracia. Votar a las minorías no es "tirar el voto".
Me desanima profundamente que la política haya derivado a la simplificada lógica futbolística. O eres del Madrid o del Barça. O del Betis o del Sevilla. O eres del PSOE o del PP. O eres nacionalista catalán o vasco, o un ultranacionalista español. Me apena que la gente no tenga cultura política y vote de manera automática, irreflexiva e inconsciente.
Quienes han diseñado el juego político como si fuera un tablero de sólo dos jugadores -donde hoy defienden lo que hace tres días criticaban con fervor- están reduciendo la democracia a un guión inverosímil. Alejado de la realidad y que hace de la política el problema, no la solución.
Nuestra clase política no está formada por ciudadanos libres ni preparados. Predican un discurso que no practican; no tienen ideas ni, mucho menos, argumentos. Su actividad se reduce a cumplir las órdenes de los amos que los han colocado en el escaño.
Son traidores de sus mismas proclamas. Amanecen defendiendo a los trabajadores y se acuestan votando en contra de éstos; ganan elecciones prometiendo extender la democracia y acaban la Legislatura convertidos en secuestradores del pluralismo, de la libertad ideológica y de la participación ciudadana.
La clase política española, escondida bajo el paraguas PP-PSOE, no cambiará nunca si los que se manifiestan en contra de su ineficacia e inoperancia vuelven a depositar la misma papeleta de voto en las urnas. No es sano que nos acerquemos a las urnas con el mismo proceder de los seguidores del Betis o del Sevilla. Del Madrid o del Barça. En democracia se ha de castigar a los gobernantes que traicionan a su electorado o prostituyen los valores sagrados, por los que fueron votados.
En la actualidad, los partidos minoritarios no ocupan ni el 10 por ciento de los escaños del Congreso de los Diputados y es la medicina letal para la democracia. Sin partidos minoritarios no existe un verdadero debate de ideas y la dinámica siempre desemboca en un enfrentamiento estéril entre las multinacionales de la política.
No es casualidad que la Legislatura más improductiva y más perniciosa para los españoles, haya sido la Legislatura en la que el bipartidismo ocupa el 90 por ciento de los escaños parlamentarios, cifra récord en la corta democracia española.
Ser ciudadano no es votar automáticamente a “nuestro partido” sino depositar un voto formado y maduro, que nos convierta en ciudadanos. No en conciencias silenciosas que no condenan las tropelías de una camarilla de hombres y mujeres dóciles, que esconden su incapacidad y su cobardía en el tumulto de la mediocridad.
Se podría refrendar la reforma constitucional si un diez por ciento del Congreso de los Diputados (35 diputados) quisieran. Ni uniéndose todos los diputados de la minoría se podría llegar a los 35 escaños. Los nueve partidos minoritarios con representación en el Parlamento sólo suman 28 escaños: el bipartidismo secuestra la democracia. Votar a las minorías no es "tirar el voto".
RAÚL SOLÍS