Las propuestas que hoy día constituyen el movimiento decrecentista, una corriente de pensamiento ecosocial, político y económico que aboga por medidas que restablezcan el equilibrio entre el ser humano y su medio, ya formaban parte del ideario tradicional ecologista. No obstante, el término "decrecimiento" acuñado a partir del Informe Meadows de 1972, Los límites del crecimiento, parece haber dado un nuevo impulso a estas ideas, hasta ahora difíciles de transmitir: los planteamientos de los objetores del crecimiento.
El decrecimiento rechaza el crecimiento económico que proclama el neoliberalismo, renunciando así a la relación entre progreso-felicidad y aumento del PIB. Además, denuncia la imposibilidad de un crecimiento infinito, algo que el movimiento ecologista viene denunciando desde hace décadas.
El hecho de que no es posible explotar ciertos recursos naturales de manera ilimitada, ni es sostenible generar residuos al nivel actual, así como el despropósito ecológico de arrojar al medio productos xenobióticos a gran escala (compuestos químicos extraños al metabolismo natural de los seres vivos, que suelen ser tóxicos y contaminantes) y la inviabilidad del crecimiento ilimitado de población, son ideas que están calando ahora en la sociedad. Pero son temas que vienen siendo abordados por autores representativos del ecologismo desde los años sesenta, como Erlich, Anders, Carson o Arendt.
No obstante, es a partir del informe Los límites del Crecimiento, una relación de propuestas de soluciones prácticas planteadas por el equipo de investigadores del Massachusetts Institute of Technology encargado por el Club de Roma, cuando empieza a fraguarse esta nueva propuesta sociopolítica que el economista francés Serge Latouche bautizaría como "decrecimiento".
El estudio denuncia los peligros ecológicos del crecimiento económico del mundo industrializado, defiende que en un planeta limitado no es posible un crecimiento económico ilimitado, cuestionando así los principios de los postulados neoliberales.
En definitiva el Informe Meadows viene a romper la "inmaterialidad" que planteaba la nueva ciencia económica postindustrial en la que se desvinculaba el sistema económico de los flujos físicos que lo sostenían: materias primas, tierra y trabajo. Sólo un año después de la publicación de este informe estallaría la primera crisis del petróleo en 1973.
Estos planteamientos rompen pues con la idea positivista de que el bienestar y la emancipación humana vendrían del aumento continuo de bienes y servicios consumidos, idea que dejaba fuera de la ecuación el deterioro medioambiental que esa sobreproducción traía de la mano.
Fue otro de los padres de las tesis decrecentistas, Georgescu-Roegen, quien introdujo el concepto "entropía" en su análisis de la salud ecológica del planeta, descartando la sostenibilidad del sistema de producción capitalista. Decía Roegen, a modo de ejemplo, que las materias y energías utilizadas para la construcción de un ordenador son “fragmentadas y diseminadas”, quedando disipadas para siempre con la consiguiente pérdida de recursos útiles.
A pesar de estas corrientes nacidas en los setenta, en las tres últimas décadas ha habido un aumento de la fe en el desarrollo económico sin límites –aún habiendo sufrido una serie de crisis sistemáticas hasta llegar a la crisis actual nacida en 2008-, gracias al abaratamiento de las materias primas (algo que la mayoría de los economistas coinciden en descartar que vuelva a suceder) y afianzado en una desregulación económica derivada de los postulados neoliberales de los gobiernos norteamericanos y europeos que sigueron a Tatcher y Reagan.
El término "decrecimiento" aparece ahora como estandarte que busca devolver a la mesa de debate cuestiones ecosociales que ya fueron expuestas en los setenta, pero que el neoliberalismo de los ochenta, noventa y principio del siglo XXI habían enterrado.
La crisis desatada en 2008 parece que será el detonante de un cambio que movimientos como el 15-M en España, la Revolución Islandesa o la Primavera Árabe ya están reivindicando.
La crisis actual no es solo económica, es energética, medioambiental, social y cultural; se trata de una crisis de identidad que parece necesitar de un amplio proceso de reflexión. Un proceso de reinvención de la humanidad que implicaría un cambio radical de sistema.
El hecho de que no es posible explotar ciertos recursos naturales de manera ilimitada, ni es sostenible generar residuos al nivel actual, así como el despropósito ecológico de arrojar al medio productos xenobióticos a gran escala (compuestos químicos extraños al metabolismo natural de los seres vivos, que suelen ser tóxicos y contaminantes) y la inviabilidad del crecimiento ilimitado de población, son ideas que están calando ahora en la sociedad. Pero son temas que vienen siendo abordados por autores representativos del ecologismo desde los años sesenta, como Erlich, Anders, Carson o Arendt.
No obstante, es a partir del informe Los límites del Crecimiento, una relación de propuestas de soluciones prácticas planteadas por el equipo de investigadores del Massachusetts Institute of Technology encargado por el Club de Roma, cuando empieza a fraguarse esta nueva propuesta sociopolítica que el economista francés Serge Latouche bautizaría como "decrecimiento".
El estudio denuncia los peligros ecológicos del crecimiento económico del mundo industrializado, defiende que en un planeta limitado no es posible un crecimiento económico ilimitado, cuestionando así los principios de los postulados neoliberales.
En definitiva el Informe Meadows viene a romper la "inmaterialidad" que planteaba la nueva ciencia económica postindustrial en la que se desvinculaba el sistema económico de los flujos físicos que lo sostenían: materias primas, tierra y trabajo. Sólo un año después de la publicación de este informe estallaría la primera crisis del petróleo en 1973.
Estos planteamientos rompen pues con la idea positivista de que el bienestar y la emancipación humana vendrían del aumento continuo de bienes y servicios consumidos, idea que dejaba fuera de la ecuación el deterioro medioambiental que esa sobreproducción traía de la mano.
Fue otro de los padres de las tesis decrecentistas, Georgescu-Roegen, quien introdujo el concepto "entropía" en su análisis de la salud ecológica del planeta, descartando la sostenibilidad del sistema de producción capitalista. Decía Roegen, a modo de ejemplo, que las materias y energías utilizadas para la construcción de un ordenador son “fragmentadas y diseminadas”, quedando disipadas para siempre con la consiguiente pérdida de recursos útiles.
A pesar de estas corrientes nacidas en los setenta, en las tres últimas décadas ha habido un aumento de la fe en el desarrollo económico sin límites –aún habiendo sufrido una serie de crisis sistemáticas hasta llegar a la crisis actual nacida en 2008-, gracias al abaratamiento de las materias primas (algo que la mayoría de los economistas coinciden en descartar que vuelva a suceder) y afianzado en una desregulación económica derivada de los postulados neoliberales de los gobiernos norteamericanos y europeos que sigueron a Tatcher y Reagan.
El término "decrecimiento" aparece ahora como estandarte que busca devolver a la mesa de debate cuestiones ecosociales que ya fueron expuestas en los setenta, pero que el neoliberalismo de los ochenta, noventa y principio del siglo XXI habían enterrado.
La crisis desatada en 2008 parece que será el detonante de un cambio que movimientos como el 15-M en España, la Revolución Islandesa o la Primavera Árabe ya están reivindicando.
La crisis actual no es solo económica, es energética, medioambiental, social y cultural; se trata de una crisis de identidad que parece necesitar de un amplio proceso de reflexión. Un proceso de reinvención de la humanidad que implicaría un cambio radical de sistema.
PABLO GARCÍA DE CASTRO