El xenófobo Josep Anglada ha obligado a dimitir a una edil enloquecida por los huesos de un camerunés “sin papeles”. ¿A quién se le ocurre enamorarse de un negro? El absurdo es aún más ridículo. Carlos Bonet, portavoz de Plataforma per Catalunya (PxC) en Salt (Girona) y compañero de corporación de la dimitida, es gay y vive en pareja con un dominicano.
Bonet milita en una formación política neofascista: expulsión de inmigrantes, negativa a la construcción de mezquitas, recuperación del valor de la familia y “ni de derechas ni de izquierdas”, como todo buen oportunista. Cuando se reniega de la ideología lo único que hay son intereses espurios.
A Bonet no se le mueve el rictus. A la concejala dimisionaria, tampoco. Afiliados a un proyecto político que aboga por un modelo de sociedad en el que no caben ni ellos mismos. La incoherencia como ideología es su máxima. El súmmum de la desfachatez.
Rodrigo de Santos, exconcejal del PP en el Ayuntamiento de Palma de Mallorca, es otro militante de la incoherencia. Ultracatólico. Activista contra el matrimonio homosexual. Miembro del Opus Dei y aficionado a irse de chaperos con el dinero de los mallorquines. Su doble moral la sufre entre rejas.
En la militancia incoherente también hay clases. Dolores de Cospedal es la más elegante de este nutrido grupo de caraduras que predican una moralina que no cumplen. Madre soltera, por fecundación in vitro, a la que no se le descoloca la peineta en la procesión del Corpus Christi y a la que los obispos no excomulgan por no cumplir los preceptos de la santa madre Iglesia. La manchega, cansina hasta aburrir, pide rebajas de sueldos a diestro y siniestro pero ella se embolsa el salario de cinco españoles.
Luego están los incoherentes que ondean banderas en favor de la familia tradicional. A sus hijos los cuida la niñera ecuatoriana, a la que quieren expulsar por ecuatoriana. Otro espécimen en este selecto club es el caballero apuesto que luce una entrañable fotografía de mujer e hijos en la mesa de la oficina y que, a la vuelta a casa, hace una paradita rutinaria en la “sala de fiestas” más cercana. Auténtica flexibilidad moral.
En esta ideología mayoritaria uno milita como quiere. No hay normas. Algunos seguidores del ultraliberalismo económico, a los que les escuecen las ayudas públicas al cine o a los sindicatos, se hacen comunistas si se trata de subvencionar a empresas automovilísticas, corridas de toros, educación privada, capitalizar la banca o abastecer de liquidez a la Iglesia.
La fauna de incoherentes habita en ecosistemas distintos. Homosexuales que militan y/o votan a políticos que ven “antinatural” su orientación sexual. Lesbianas que se enfadan con el cura porque no les deja bautizar a sus hijos por el rito cristiano. Socialdemócratas que se olvidan de Keynes cuando finaliza la campaña electoral o ateos que matriculan a sus hijos en colegios católicos.
Castigadores con la camarilla del Gürtel travestidos en entusiasmados defensores de la panda corrupta del Caso Mercasevilla; solidarios con las víctimas del terrorismo vasco que, a su vez, denigran y humillan a las familias de los asesinados en el 11-M; abanderados de la democracia que, sin cambiar de careta, veneran a los mandatarios de Honduras, Cuba, China, Corea del Norte, Marruecos o Qatar; o embravecidos enemigos de la izquierda abertzale que siguen teniendo a Franco como alcalde perpetuo y profanan tumbas de represaliados por el dictador.
Amordazadores de la libertad de información en RTVE que parecen redactores del Código Deontológico de la Asociación de la Prensa cuando encienden Canal Sur. O feministas que ridiculizan el feminismo pero se adhieren al discurso liberador de éste el día que son víctimas del tratamiento vejatorio que hacen los medios de la imagen de la mujer.
Si la incoherencia se presentara a la próxima convocatoria electoral obtendría mayoría absoluta. Es transversal y recorre todos los estratos sociales. La incongruencia como ideología también sale en procesión, bajo la excusa del arte, la tradición y la cultura popular. En esta corriente ideológica los valores se configuran a la carta y el sujeto aliña su incoherencia con la predicación de una moralina nauseabunda que lo incapacita para dar lecciones de nada.
Bonet milita en una formación política neofascista: expulsión de inmigrantes, negativa a la construcción de mezquitas, recuperación del valor de la familia y “ni de derechas ni de izquierdas”, como todo buen oportunista. Cuando se reniega de la ideología lo único que hay son intereses espurios.
A Bonet no se le mueve el rictus. A la concejala dimisionaria, tampoco. Afiliados a un proyecto político que aboga por un modelo de sociedad en el que no caben ni ellos mismos. La incoherencia como ideología es su máxima. El súmmum de la desfachatez.
Rodrigo de Santos, exconcejal del PP en el Ayuntamiento de Palma de Mallorca, es otro militante de la incoherencia. Ultracatólico. Activista contra el matrimonio homosexual. Miembro del Opus Dei y aficionado a irse de chaperos con el dinero de los mallorquines. Su doble moral la sufre entre rejas.
En la militancia incoherente también hay clases. Dolores de Cospedal es la más elegante de este nutrido grupo de caraduras que predican una moralina que no cumplen. Madre soltera, por fecundación in vitro, a la que no se le descoloca la peineta en la procesión del Corpus Christi y a la que los obispos no excomulgan por no cumplir los preceptos de la santa madre Iglesia. La manchega, cansina hasta aburrir, pide rebajas de sueldos a diestro y siniestro pero ella se embolsa el salario de cinco españoles.
Luego están los incoherentes que ondean banderas en favor de la familia tradicional. A sus hijos los cuida la niñera ecuatoriana, a la que quieren expulsar por ecuatoriana. Otro espécimen en este selecto club es el caballero apuesto que luce una entrañable fotografía de mujer e hijos en la mesa de la oficina y que, a la vuelta a casa, hace una paradita rutinaria en la “sala de fiestas” más cercana. Auténtica flexibilidad moral.
En esta ideología mayoritaria uno milita como quiere. No hay normas. Algunos seguidores del ultraliberalismo económico, a los que les escuecen las ayudas públicas al cine o a los sindicatos, se hacen comunistas si se trata de subvencionar a empresas automovilísticas, corridas de toros, educación privada, capitalizar la banca o abastecer de liquidez a la Iglesia.
La fauna de incoherentes habita en ecosistemas distintos. Homosexuales que militan y/o votan a políticos que ven “antinatural” su orientación sexual. Lesbianas que se enfadan con el cura porque no les deja bautizar a sus hijos por el rito cristiano. Socialdemócratas que se olvidan de Keynes cuando finaliza la campaña electoral o ateos que matriculan a sus hijos en colegios católicos.
Castigadores con la camarilla del Gürtel travestidos en entusiasmados defensores de la panda corrupta del Caso Mercasevilla; solidarios con las víctimas del terrorismo vasco que, a su vez, denigran y humillan a las familias de los asesinados en el 11-M; abanderados de la democracia que, sin cambiar de careta, veneran a los mandatarios de Honduras, Cuba, China, Corea del Norte, Marruecos o Qatar; o embravecidos enemigos de la izquierda abertzale que siguen teniendo a Franco como alcalde perpetuo y profanan tumbas de represaliados por el dictador.
Amordazadores de la libertad de información en RTVE que parecen redactores del Código Deontológico de la Asociación de la Prensa cuando encienden Canal Sur. O feministas que ridiculizan el feminismo pero se adhieren al discurso liberador de éste el día que son víctimas del tratamiento vejatorio que hacen los medios de la imagen de la mujer.
Si la incoherencia se presentara a la próxima convocatoria electoral obtendría mayoría absoluta. Es transversal y recorre todos los estratos sociales. La incongruencia como ideología también sale en procesión, bajo la excusa del arte, la tradición y la cultura popular. En esta corriente ideológica los valores se configuran a la carta y el sujeto aliña su incoherencia con la predicación de una moralina nauseabunda que lo incapacita para dar lecciones de nada.
RAÚL SOLÍS