La dictadura es la jaula de la palabra. A través del corsé de su organigrama, el mensaje fluye enlatado bajo el control de la censura. El feedback, o dicho de otro modo, el recorrido de ida y vuelta del discurso social entre el pueblo sometido y la cúspide de su pirámide, es vigilado por los prismáticos represores de sus instituciones.
En los regímenes dictatoriales la libertad termina en el límite existente entre el pensamiento y el lenguaje. La palabra mal sonante, aquella que marca la discordancia entre la ideología dominante y la cadena disidente es duramente castigada por los tentáculos receptores de sus oyentes.
La estrangulación de la semántica impide que fluya el rumor existente en todas las organizaciones informales. El camino del discurso solo conoce la senda libre del descenso. El ascenso, o dicho de otro modo, la elevación del mensaje del pueblo a las élites dominantes, es analizado y depurado para que los residuos de libertad no crispen el “orden legítimo” de sus autoridades.
Este control férreo del sentido ascendente del significado es extrapolado a todos los canales de emisión social y, en especial, a las artes como transportistas de la cultura.
El artista no es el dueño de su obra. La creación es cortocircuitada por el pensamiento vertical de la censura. La pintura es el resultado de un pincel secuestrado por el ojo crítico de la política. El materialismo es sometido al idealismo del poder y convertido en un simbolismo forzado, representante de unos valores impuestos y huérfanos de expresión artística.
En la democracia la palabra no entiende de barrotes ni de tijeras. El discurso fluye en doble sentido; de las élites al soberano y de éste a los áticos de sus delegados. El feedback, o dicho en otras palabras, la guinda de todo mensaje sólo es posible en el marco de las libertades, sin la cortapisa de la censura. La libertad del pensamiento no necesita poner el freno en la antesala del lenguaje.
Los medios de comunicación en marcos democráticos gozan del derecho a informar dentro del respeto y el rigor en el tratamiento de la información. La noticia, o mejor dicho, aquello que normalmente no sucede, se vuelve cotidiano en la quietud del presente.
El titular al servicio de la línea editorial sirve de jaula a una palabra encorsetada en la uniformidad de sus receptores. Solamente el contraste de información nos hace tener una aproximación a la verdad parcial de la extraordinariedad. ¿Dónde está la libertad si vivimos en una democracia inmersa en el capitalismo salvaje de la palabra?
En la dictadura, el político habla y el pueblo calla. Esta fórmula rompe el circuito del acto comunicativo en su fase final. No existe retroalimentación, no existe la aprobación o desaprobación del receptor. No hay lugar a la réplica. Las ruedas de prensa son instrumentos para canalizar el sentido único y descendente del mensaje. El periodista no pregunta y si lo hace, lo hará desde el miedo al veto de su pregunta y, en ocasiones, la palabra es el precio de su vida.
Los blogs y, sobre todo, la prensa digital han liberado al lenguaje de los residuos dictatoriales de la televisión y el papel frágil del periódico. Tales instrumentos de comunicación moderna han conseguido que el circuito del discurso finalice con el feedback, o dicho de otro modo, que el emisor conozca el acierto o desacierto de su mensaje.
Estas herramientas de la modernidad presente sirven al escritor para conocer la reacción de su estímulo. Ya lo dijo el filósofo, todo mensaje lleva implícito una provocación. Gracias a las redes sociales, en los post podemos observar aquellos símbolos, tan reconocidos hoy, como, "me gusta", "twittear", "compartir", "+1"… Estos signos han permitido la conexión necesaria entre la pluma y la emoción que todo escultor de la palabra necesita.
En el comentario de todo artículo electrónico, el discurso democrático se enriquece y conseguimos ser actores y no espectadores, sentados en las butacas simbólicas del régimen dictatorial que nos reprime.
En los regímenes dictatoriales la libertad termina en el límite existente entre el pensamiento y el lenguaje. La palabra mal sonante, aquella que marca la discordancia entre la ideología dominante y la cadena disidente es duramente castigada por los tentáculos receptores de sus oyentes.
La estrangulación de la semántica impide que fluya el rumor existente en todas las organizaciones informales. El camino del discurso solo conoce la senda libre del descenso. El ascenso, o dicho de otro modo, la elevación del mensaje del pueblo a las élites dominantes, es analizado y depurado para que los residuos de libertad no crispen el “orden legítimo” de sus autoridades.
Este control férreo del sentido ascendente del significado es extrapolado a todos los canales de emisión social y, en especial, a las artes como transportistas de la cultura.
El artista no es el dueño de su obra. La creación es cortocircuitada por el pensamiento vertical de la censura. La pintura es el resultado de un pincel secuestrado por el ojo crítico de la política. El materialismo es sometido al idealismo del poder y convertido en un simbolismo forzado, representante de unos valores impuestos y huérfanos de expresión artística.
En la democracia la palabra no entiende de barrotes ni de tijeras. El discurso fluye en doble sentido; de las élites al soberano y de éste a los áticos de sus delegados. El feedback, o dicho en otras palabras, la guinda de todo mensaje sólo es posible en el marco de las libertades, sin la cortapisa de la censura. La libertad del pensamiento no necesita poner el freno en la antesala del lenguaje.
Los medios de comunicación en marcos democráticos gozan del derecho a informar dentro del respeto y el rigor en el tratamiento de la información. La noticia, o mejor dicho, aquello que normalmente no sucede, se vuelve cotidiano en la quietud del presente.
El titular al servicio de la línea editorial sirve de jaula a una palabra encorsetada en la uniformidad de sus receptores. Solamente el contraste de información nos hace tener una aproximación a la verdad parcial de la extraordinariedad. ¿Dónde está la libertad si vivimos en una democracia inmersa en el capitalismo salvaje de la palabra?
En la dictadura, el político habla y el pueblo calla. Esta fórmula rompe el circuito del acto comunicativo en su fase final. No existe retroalimentación, no existe la aprobación o desaprobación del receptor. No hay lugar a la réplica. Las ruedas de prensa son instrumentos para canalizar el sentido único y descendente del mensaje. El periodista no pregunta y si lo hace, lo hará desde el miedo al veto de su pregunta y, en ocasiones, la palabra es el precio de su vida.
Los blogs y, sobre todo, la prensa digital han liberado al lenguaje de los residuos dictatoriales de la televisión y el papel frágil del periódico. Tales instrumentos de comunicación moderna han conseguido que el circuito del discurso finalice con el feedback, o dicho de otro modo, que el emisor conozca el acierto o desacierto de su mensaje.
Estas herramientas de la modernidad presente sirven al escritor para conocer la reacción de su estímulo. Ya lo dijo el filósofo, todo mensaje lleva implícito una provocación. Gracias a las redes sociales, en los post podemos observar aquellos símbolos, tan reconocidos hoy, como, "me gusta", "twittear", "compartir", "+1"… Estos signos han permitido la conexión necesaria entre la pluma y la emoción que todo escultor de la palabra necesita.
En el comentario de todo artículo electrónico, el discurso democrático se enriquece y conseguimos ser actores y no espectadores, sentados en las butacas simbólicas del régimen dictatorial que nos reprime.
ABEL ROS
Puedes seguirme en Twitter: @Abel_Ros
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