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El príncipe destronado

¡Oh no, no digas eso! Este niño necesita un cariño especial, Merche. No olvides que hasta hace un año era el rey de la casa. Es el príncipe destronado, ¿oyes? Ayer era todo para él; hoy, nada. Es muy duro mujer”.

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Con este párrafo de la novela El príncipe destronado de Miguel Delibes, publicada en 1974, y en la que el marido se dirige a su mujer para decirle que Quico, que está a punto de cumplir cuatro años y se siente de esa manera con el nacimiento de su hermanita Cris, inicio el estudio de los celos infantiles y adolescentes, que tanta importancia tienen en el desarrollo emocional y afectivo de las personas.

No sé si los celos son el sentimiento negativo primigenio en el ser humano. Lo cierto es que lo encontramos en los inicios del relato bíblico en el que se describe la relación de dos hermanos: Abel y Caín. Todos conocemos la historia de que el primero fue muerto por su hermano, ya que lo mató con una quijada de asno, dado que las oraciones y los frutos de la tierra que Abel le ofrecía a Dios eran bien acogidos en los cielos; mientras que Caín comprobaba, sin entender las razones, de que los suyos fueran rechazados.

Y si me remonto al relato bíblico es porque queda bien descrito el esquema triangular de los celos: uno siente esa emoción negativa porque comprueba que “el rival” es preferido por otro, habitualmente con cierto rango o poder sobre ambos. En esa triangularidad reside la diferencia con la envidia, sentimiento negativo que ya traté en otra ocasión, puesto que la envidia se da entre dos: el envidioso y el envidiado, sin que aparezca necesariamente una tercera persona.

La alusión a la historia bíblica tiene sentido ya que los autores que siguen un enfoque psicoanalítico hablan del “complejo de Caín” para referirse a los mecanismos que subyacen en los casos de rivalidad fraterna.

En esta línea, la gran psicoanalista británica de origen austriaco, Melanie Klein, diferencia entre celos y envidia, ya que el primero de los sentimientos se basa en el amor, en el sentido de que el objetivo del celoso es poseer al ser amado a la vez que excluir al rival; en la envidia no aparece el amor, sino el deseo de destrucción del envidiado, aunque sea la destrucción de su imagen pública.

De entrada, tengo que decir que los celos son normales y universales en la vida familiar, aunque, siendo emociones normales, pueden convertirse en una verdadera fuente de conflictos dentro de la familia, puesto que en los celos subyace el sentimiento profundo de sentirse desplazado y con la pérdida de ese lugar privilegiado en el que se encontraba antes de que apareciera el “culpable” de su desdicha.

El principal factor desencadenante de los celos es el nacimiento de un hermano, ya que repercute en el niño con cambios de conductas y en las relaciones con los padres. De todos modos, los celos no se apoderan de todos los niños por igual, puesto que las personas, aun compartiendo las emociones básicas, nos manifestamos de maneras diferentes en función del carácter y de los sentimientos dominantes de cada uno.

Lo que sí he comprobado en mis trabajos es que el nacimiento de un nuevo hermano o hermana no promueve las mismas reacciones en los niños que en las niñas: en el caso de los primeros, sí se puede aplicar el título de este artículo, en el sentido de que, de un modo u otro, sienten que pierden esa situación de ser el centro de las atenciones y los afectos de sus padres; en cambio las niñas, puesto que se las educa en juegos relacionados con la atención y el cuidado de los pequeños, en líneas generales, reciben a su hermanito/-a como ese pequeño personaje con el que podrán a prueba esas habilidades que ha desarrollado simbólicamente a través de actividades lúdicas.

Son muchos los dibujos que tengo en los que se pueden estudiar de una manera muy detallada los celos en el seno de la familia. Necesariamente, he tenido que seleccionar un pequeño grupo de cinco para que veamos cómo se manifiestan a través de este lenguaje especial que es el del dibujo de la familia.

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El primero que presento corresponde a un niño de seis años, el cual al serle pedido en la clase que dibujara a la familia acabó realizando esta escena. En ella vemos que aparece cogido de la mano de su padre y de su madre; sin embargo, a su hermano pequeño que todavía no había cumplido los dos años lo traza en uno de los lados, un tanto arrinconado. Él se muestra como el centro de los afectos de sus progenitores, al tiempo que precisamente su hermano menor, que había sido el foco de los cuidados, puesto que era quien los había necesitado en los meses anteriores, lo relega claramente a un segundo plano.

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El sentirse el receptor principal de los afectos se puede dar en el caso del hermano menor. Es lo que vemos en este dibujo de Carlos, un niño de cinco años, que ha representado en primer lugar a su madre, en el centro de la lámina y con gran tamaño. Estas dos características son manifestaciones de la importancia que le da a ella. En segundo lugar traza una figura con la que se representa a sí mismo, siendo indicio de la estrecha relación afectiva que le une a la figura materna. Tras la figura del padre, acaba dibujando a su hermano mayor Javier, de tamaño pequeño y alejado del triángulo formado por la madre, él mismo y el padre.

Los celos pueden adquirir una intensidad que raye en lo verdaderamente problemático. Es el caso del tercer dibujo que presento, correspondiente a un chico de trece años. Cuando recogí este trabajo me quedé un tanto sorprendido, pero no tuve que hacerle ninguna pregunta al autor del mismo, puesto que para mí estaba muy claro lo que había expresado en su trabajo. Lo cierto es que no había dibujado a los padres; solamente había trazado dos figuras: una correspondiente a sí mismo y la otra a su hermano pequeño que todavía era bebé, puesto que aparece dentro de la cuna. Lo más curioso es que ambos tienen en sus manos un caramelo de palo, tipo chupa-chups.

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Creo que este tercer dibujo haría las delicias de cualquier psicoanalista, dado que el caramelo de palo lógicamente se toma chupándolo, acto que su hermano pequeño realiza todavía tomando el pecho de la madre; mientras que el autor del trabajo, que tenía celos de él, añoraba ese estado de mamar del pecho materno.

Como he indicado, en un principio las niñas no sufren el síndrome de “el príncipe destronado”, dado que como veremos la aceptación de su hermanito o hermanita es bastante buena. Otra cosa es el proceso que se pueda dar en el crecimiento si los padres muestran una clara e injustificada preferencia por el otro. Veamos, pues, dos dibujos elaborados por niñas.

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En este cuarto dibujo, realizado por Carla, una niña de cinco años, presenta a los cuatro miembros de la familia dentro de un castillo. Al charlar con la pequeña autora, me indicó que sus padres eran los reyes y que ella y su hermanita las princesas. Tengo que indicar que Carla se dibujó primero, en la izquierda, a continuación a su pequeña hermana, que solo tenía meses, cerca de su madre y con los mismos colores en los vestidos de ambas. Esto es manifestación, por un lado, de la alta fantasía de la autora del dibujo y, por otro, que no siente celos de su hermana, sino todo lo contrario, que le da tanto protagonismo que hasta la aumenta de tamaño.

Para cerrar, muestro el dibujo de una niña de ocho años. En la escena aparecen sus padres y, en el centro de la lámina, ella con su hermana pequeña a la que la está dando el chupete. Llama la atención el carácter alegre con el que se muestran a los cuatro personajes, al tiempo que la autora se identifica claramente con su mamá a través de la vestimenta y por los mismos rasgos con los que dibuja a ambas.

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Se aprecia con toda claridad que la autora no siente celos de su hermana pequeña, mas bien lo contrario: una estrecha relación afectiva, en la que se siente protagonista al trasladar esos cuidados que antes expresaba simbólicamente al jugar con sus muñecos.

Posdata: En la mayoría de los casos, los celos en el seno de la familia se resuelven favorablemente a medida que se va creciendo; es decir, se convive con ellos sin que generen grandes problemas. De todos modos, para aquellos padres excesivamente voluntariosos que buscan que sus hijos funcionen como amigos, les traigo un párrafo del psicólogo estadounidense J. Newman en el que nos dice: “Los padres que esperan que sus hijos jueguen como amigos no son conscientes de que los hermanos no son capaces de interactuar en una verdadera igualdad y de un modo recíproco”.

Para cerrar, y puesto que cuando hablamos de este tema nos solemos referir a los celos en los adultos, quisiera apuntar que aquellos que son extremadamente celosos en el ámbito de la pareja (tema que trataré en otra ocasión) resulta que gestaron y afianzaron los celos infantiles de una manera excesiva, incluso patológica, por lo que vemos, con cierta frecuencia, desencadenantes trágicos a partir de situaciones de conflicto en las relaciones en las que los celos están muy presentes.

AURELIANO SÁINZ
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