Una clave del pensamiento de izquierda consiste en la convicción profunda de que siempre debemos algo. Tanto a escala mundial, como nacional, como particular. Se lo debemos a África por el colonialismo y la esclavitud; se lo debemos, mayormente nosotros, a América por la conquista. Y, sin forzar mucho la máquina, se lo debemos a los moros -que se decía antes de lo políticamente correcto- por haberlos expulsado después de que ellos nos invadieran a nosotros pero nos construyeran la Alhambra.
Para la izquierda -a la que, sin duda y sobre todo en ciertos fundamentos, no le faltan razones- es un dogma que aplica a pies juntillas y sin pararse en ninguna otra reflexión ni motivo que no sea nuestro pecado original y primigenio. Que fuera hace quinientos años y no tan así ni tan de blanco o negro es algo que jamás será tomado en cuenta.
Y si la mirada se remonta y se universaliza aún más, aparece la definitiva y nihilista conclusión sobre el propio hombre en su relación con la Naturaleza. Nuestro género, nuestra especie es maldita, es el cáncer, el asesino de la madre Tierra.
El pensamiento extremado a sus últimas consecuencias nos llevaría a no comer porque para eso hay que acabar con la vida de otro (los veganos no andan nada lejos de esto) y a que nuestra extinción global sería la única solución posible para la supervivencia del Planeta. Que tampoco les digo yo que les falten indicios pero también se comprende que me resista un poco a la salida.
Pero la parte mollar y definitoria del discurso es que en ese débito inmemorial y hasta infinito es la izquierda quien, de manera prioritaria y preferente, se coloca como acreedora y heredera de todos los réditos devengados. Ellos han sido los aplastados, humillados, ofendidos, vejados, masacrados, perseguidos y explotados.
Y, desde el principio de los tiempos, todos los avances le han sido a ellos debidos; han sido siempre y en exclusiva el movimiento y el progreso hacia mayores cotas de bienestar y de libertad. Desde los Gracos en Roma y mucho antes -y desde siempre- sus avances han sido contestados con la feroz violencia de los opresores, que son los eternamente malos -por lo que ellos son los eternamente buenos-.
Parece simple y hasta simplón pero es la piedra angular de la doctrina. Y tampoco les faltan razones. Puede que hasta les sobren. Pero por donde flojea el argumentario es por un vértice fundamental, aún suponiendo -que es mucho suponer, reconocido el débito- que en España es, a su juicio, aún mayor, más reciente y menos purgado y pagado que en lugar alguno del mundo.
De esa deuda histórica, primigenia y universal... ¿Quién es el beneficiario ahora? ¿A quién se la hemos de pagar en este preciso instante? Su respuesta es evidente y sin pestañear: pues a ellos, claro. A la izquierda; a la sigla.
Ellos son los depositarios actuales de esa inmensa arca que estamos obligados a llenar con nuestras sumisas voluntades y nuestros entregados votos a la bondad y verdad universales. Hombre, y también las riquezas generales para que ellos las dispensen de la más justa manera como corresponde a su misión inmaculada.
No se rían. Les puede parecer burdo pero es así de sencillo y esa idea-fuerza está impresa de una u otra manera, aunque sea resistida, en muchos, hasta en casi todos, y de ahí proviene esa vergüenza cierta y tan en la entraña española a declararse y sentirse "de derechas". Ese es el valor añadido de los unos y los amarracos de ventaja que les llevan en los “muses” electorales.
Pero eso empieza a ser que era antes. Que esa pretensión de albaceas de la deuda universal, nacional y personal de todos nosotros no la sostienen los hechos y aún menos los resultados. Que el colofón es confusión, enfrentamiento, retórica, pobreza y pro. Y que si algo hemos constatado es que “no saben ni tenerlas”, que diría un clásico. Partieron un día con ventaja pero ahora se le ha vuelto contra ellos mismos la jugada. El valor añadido que se suponían -y se les suponía por parte de bastantes- se les ha convertido en deje a pares.
Para la izquierda -a la que, sin duda y sobre todo en ciertos fundamentos, no le faltan razones- es un dogma que aplica a pies juntillas y sin pararse en ninguna otra reflexión ni motivo que no sea nuestro pecado original y primigenio. Que fuera hace quinientos años y no tan así ni tan de blanco o negro es algo que jamás será tomado en cuenta.
Y si la mirada se remonta y se universaliza aún más, aparece la definitiva y nihilista conclusión sobre el propio hombre en su relación con la Naturaleza. Nuestro género, nuestra especie es maldita, es el cáncer, el asesino de la madre Tierra.
El pensamiento extremado a sus últimas consecuencias nos llevaría a no comer porque para eso hay que acabar con la vida de otro (los veganos no andan nada lejos de esto) y a que nuestra extinción global sería la única solución posible para la supervivencia del Planeta. Que tampoco les digo yo que les falten indicios pero también se comprende que me resista un poco a la salida.
Pero la parte mollar y definitoria del discurso es que en ese débito inmemorial y hasta infinito es la izquierda quien, de manera prioritaria y preferente, se coloca como acreedora y heredera de todos los réditos devengados. Ellos han sido los aplastados, humillados, ofendidos, vejados, masacrados, perseguidos y explotados.
Y, desde el principio de los tiempos, todos los avances le han sido a ellos debidos; han sido siempre y en exclusiva el movimiento y el progreso hacia mayores cotas de bienestar y de libertad. Desde los Gracos en Roma y mucho antes -y desde siempre- sus avances han sido contestados con la feroz violencia de los opresores, que son los eternamente malos -por lo que ellos son los eternamente buenos-.
Parece simple y hasta simplón pero es la piedra angular de la doctrina. Y tampoco les faltan razones. Puede que hasta les sobren. Pero por donde flojea el argumentario es por un vértice fundamental, aún suponiendo -que es mucho suponer, reconocido el débito- que en España es, a su juicio, aún mayor, más reciente y menos purgado y pagado que en lugar alguno del mundo.
De esa deuda histórica, primigenia y universal... ¿Quién es el beneficiario ahora? ¿A quién se la hemos de pagar en este preciso instante? Su respuesta es evidente y sin pestañear: pues a ellos, claro. A la izquierda; a la sigla.
Ellos son los depositarios actuales de esa inmensa arca que estamos obligados a llenar con nuestras sumisas voluntades y nuestros entregados votos a la bondad y verdad universales. Hombre, y también las riquezas generales para que ellos las dispensen de la más justa manera como corresponde a su misión inmaculada.
No se rían. Les puede parecer burdo pero es así de sencillo y esa idea-fuerza está impresa de una u otra manera, aunque sea resistida, en muchos, hasta en casi todos, y de ahí proviene esa vergüenza cierta y tan en la entraña española a declararse y sentirse "de derechas". Ese es el valor añadido de los unos y los amarracos de ventaja que les llevan en los “muses” electorales.
Pero eso empieza a ser que era antes. Que esa pretensión de albaceas de la deuda universal, nacional y personal de todos nosotros no la sostienen los hechos y aún menos los resultados. Que el colofón es confusión, enfrentamiento, retórica, pobreza y pro. Y que si algo hemos constatado es que “no saben ni tenerlas”, que diría un clásico. Partieron un día con ventaja pero ahora se le ha vuelto contra ellos mismos la jugada. El valor añadido que se suponían -y se les suponía por parte de bastantes- se les ha convertido en deje a pares.
ANTONIO PÉREZ HENARES