Sin memoria no existe identidad. Al olvidar perdemos las raíces de nuestro ser y descendemos a los callejones de la nada. El “hombre sin memoria” es el recién nacido que necesita vivir para escribir su pasado. La suma de “intrahistorias”, o dicho de otro modo, "la suma de perspectivas", en palabras de Gasset, constituye la auténtica verdad del presente social. Ya lo dijo Alois Alzheimer, la pérdida de memoria es un enfermedad que comienza con el “despiste” y termina borrando la huella de “nuestro nombre”.
A través del recuerdo conseguimos ralentizar el desgaste sistémico de la memoria. El discurso escrito y hablado es el instrumento necesario y responsable para rescatar del olvido la losa de nuestro pasado.
El franquismo aniquiló de un plumazo el nombre de millones de hombres que en defensa de sus ideales lucharon como iguales en el campo de batalla. ¿Cómo se llamaban? ¿Cuál fue su delito? La voluntad del régimen los apartó del discurso oficial y sus nombres se mantuvieron vivos gracias al recuerdo continuo de sus familiares.
Paralelamente, la Iglesia, o dicho de otro modo, la mano derecha de la dictadura, ha mantenido esculpidos en mármoles blancos y letras doradas, bajo cruces colosales, los “nombres y apellidos” de aquellos hombres que bajo la etiqueta de “nacionales”, fueron indultados de la pena del olvido.
La Ley de Memoria Histórica ha permitido, a pesar de los dardos lanzados desde la derecha, que miles de familias puedan tener el nombre de sus difuntos esculpidos en losas familiares como así lo han hecho durante muchos años los “supuestos ganadores”.
Es indignante que el señor Rajoy, aquel que se proclama como futuro presidente de este país, declare en una emisora de radio que “la mayoría de los españoles no quiere la revisión histórica".
No querer la revisión histórica implica hacer oídos sordos al pasado. No querer la revisión histórica implica no sacar del anonimato a miles de huesos hacinados sin el reclamo de sus lazos de sangre. No querer la revisión diacrónica implica aceptar el hecho histórico sin la contraversión del bando perdedor.
Desde la crítica de la izquierda, cabe preguntarle al candidato conservador: ¿Qué va hacer usted con esta ley, frivolizada hasta la saciedad por su partido, si llega a la Moncloa?, ¿Por qué no les interesa que la izquierda mantenga vivo el discurso de la contienda?
Mientras Paraguay ha sido noticia por abrir un Museo Virtual de Memoria Histórica que recoge testimonios de “los perdedores” durante la dictadura de Alfred Stroessner (1954 – 1989), en España seguimos esperando que, algún día, el “sentido común” otorgue la razón al señor Garzón y podamos abrir “el melón de la verdad”. Aquel que según Rajoy, millones de españoles no quieren destapar.
A través del recuerdo conseguimos ralentizar el desgaste sistémico de la memoria. El discurso escrito y hablado es el instrumento necesario y responsable para rescatar del olvido la losa de nuestro pasado.
El franquismo aniquiló de un plumazo el nombre de millones de hombres que en defensa de sus ideales lucharon como iguales en el campo de batalla. ¿Cómo se llamaban? ¿Cuál fue su delito? La voluntad del régimen los apartó del discurso oficial y sus nombres se mantuvieron vivos gracias al recuerdo continuo de sus familiares.
Paralelamente, la Iglesia, o dicho de otro modo, la mano derecha de la dictadura, ha mantenido esculpidos en mármoles blancos y letras doradas, bajo cruces colosales, los “nombres y apellidos” de aquellos hombres que bajo la etiqueta de “nacionales”, fueron indultados de la pena del olvido.
La Ley de Memoria Histórica ha permitido, a pesar de los dardos lanzados desde la derecha, que miles de familias puedan tener el nombre de sus difuntos esculpidos en losas familiares como así lo han hecho durante muchos años los “supuestos ganadores”.
Es indignante que el señor Rajoy, aquel que se proclama como futuro presidente de este país, declare en una emisora de radio que “la mayoría de los españoles no quiere la revisión histórica".
No querer la revisión histórica implica hacer oídos sordos al pasado. No querer la revisión histórica implica no sacar del anonimato a miles de huesos hacinados sin el reclamo de sus lazos de sangre. No querer la revisión diacrónica implica aceptar el hecho histórico sin la contraversión del bando perdedor.
Desde la crítica de la izquierda, cabe preguntarle al candidato conservador: ¿Qué va hacer usted con esta ley, frivolizada hasta la saciedad por su partido, si llega a la Moncloa?, ¿Por qué no les interesa que la izquierda mantenga vivo el discurso de la contienda?
Mientras Paraguay ha sido noticia por abrir un Museo Virtual de Memoria Histórica que recoge testimonios de “los perdedores” durante la dictadura de Alfred Stroessner (1954 – 1989), en España seguimos esperando que, algún día, el “sentido común” otorgue la razón al señor Garzón y podamos abrir “el melón de la verdad”. Aquel que según Rajoy, millones de españoles no quieren destapar.
ABEL ROS
Puedes seguirme en Twitter: @Abel_Ros
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