Que las aguas dentro del PSOE andan más que revueltas desde hace algún tiempo no es novedad, ni noticia. La catastrófica gestión del Gobierno –no hay porqué echarle siempre las culpas a uno solo, aunque este solo se lleve la mayor parte de las críticas- ha tenido cabreado a más de un socialista de pro, algunos por considerar demasiado liberalismo en las últimas decisiones de Zapatero y amigos, otros por creer que se han hecho las cosas mal y a destiempo.
Sin embargo, la madre de todas las decisiones, aquella que puede convertir al Partido Socialista en una especie de masa gachosa tras las próximas elecciones ha sido la recientemente anunciada reforma constitucional con objeto de limitar en la más alta norma jurídica el déficit del Estado y de las Administraciones Públicas.
Con esta decisión, algunos miembros del partido han alzado ya la voz para proclamar que Zapatero y su Gobierno han traicionado "a lo bestia" los principios de toda política económica de izquierdas. No están, desde luego, exentos de razón: no sólo en España, sino en toda Europa, los partidos socialistas y socialdemócratas han preferido siempre el gasto público al privado. Por el contrario, los partidos conservadores y liberales siempre han apostado por la actividad privada más que por lo público.
La síntesis moderna de estas dos corrientes, el llamado "Estado del Bienestar", ha procurado conjugar la pujanza de la actividad económica del sector privado con un sector público de cierto tamaño y una regulación más o menos amplia de la economía general.
En cualquier caso, con esto del gasto público y del déficit debería ocurrir como ya nos advirtiera el bueno de Wittgenstein en su Tractatus Logicus-Philosohicus: sobre lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio.
Y es que uno escucha a la gente decir cosas como que es necesario limitar el déficit porque nadie puede gastar más de lo que ingresa. O que el principal problema es la deuda y que cómo es posible que un país como España tenga tanta deuda. En fin, el eterno problema de la ignorancia del Maestro Liendre: el que de nada sabe, pero de todo entiende.
El gasto público no sólo no es perjudicial para la economía, sino que es conveniente y necesario. De igual forma, el componente que hace crecer la actividad (a través de la renta nacional y el PIB) es el llamado "déficit público", que no es otra cosa que el resultado negativo de la operación Ingresos del Estado menos Gastos del Estado.
Como es natural, si el Estado tiene pérdidas (resultado negativo), alguien tendrá que financiar esa diferencia, y para eso se emite deuda que compran las empresas y las personas a cambio de una rentabilidad más o menos segura. De hecho, el mismo tratado de la Unión Europea permite hasta un 3 por ciento de déficit medido sobre el PIB de cada país.
Entonces ¿por qué fijar un techo, un límite insalvable para el gasto? ¿Qué mosca le ha picado a nuestro veleta presidente para cambiar tan radicalmente de opinión? La hipótesis de que Zapatero aprueba esta medida por convicción propia es, sencillamente, desechable.
Primero, porque la mentalidad zapateril es izquierdista hasta las trancas; y segundo, porque el presidente no tiene ni puñetera idea de Economía, por lo que es impensable que llegue a una conclusión acertada en el terreno económico por sí solo.
Además, la historia económica de Zapatero pasa por ser la de mayor gasto público de toda la historia económica española: desde los 2.500 euros por bebé hasta los tristemente famosos 400 euritos del IRPF; las ingentes cantidades de dinero concedidas como subvenciones a proyectos ineficientes o simplemente inútiles, pero de alto rédito propagandístico; en fin, una corriente de gasto que consiguió en tiempo récord acabar con la estabilidad económica heredada de los gobiernos del PP –que, pese a quien pese, gobernó el sistema económico de forma magistralmente eficaz-.
Por otra parte, la política económica fiscal no cuenta sólo con el componente del gasto como variable objetivo. Está claro que por el lado de los ingresos se pueden hacer también muchas cosas. De hecho, en la situación actual va a ser pronto imperiosa la necesidad de actuar con decisión: si limitamos el gasto, ¿por qué no limitar también los ingresos?
No hay falacia mayor que aquella que niega la posibilidad de aumentar la recaudación mediante la disminución de los tipos impositivos –para mis adorables detractores: antes de ponerse manos al teclado para llamarme "iluso" y apelativos del estilo, por favor búsquense en Wikipedia el concepto de la Curva de Laffer; a lo mejor se sorprenden-.
Resumiendo: ni el gasto es completamente pernicioso, ni la deuda es el cáncer de la economía. La deuda excesiva, procedente de gastos no productivos, sí es perniciosa. Sin embargo, el poder político del gasto público es inmenso: imagínense cuántas conciencias se pueden comprar, cuántas bocas se pueden tapar, cuántas quejas se pueden silenciar...
A lo mejor es por eso por lo que la decisión de Zapatero y su Gobierno tiene tan mosqueado a algún compañero de partido. A lo mejor, aprobando el techo de gasto, le estamos cortando el rollo a más de uno.
Sin embargo, la madre de todas las decisiones, aquella que puede convertir al Partido Socialista en una especie de masa gachosa tras las próximas elecciones ha sido la recientemente anunciada reforma constitucional con objeto de limitar en la más alta norma jurídica el déficit del Estado y de las Administraciones Públicas.
Con esta decisión, algunos miembros del partido han alzado ya la voz para proclamar que Zapatero y su Gobierno han traicionado "a lo bestia" los principios de toda política económica de izquierdas. No están, desde luego, exentos de razón: no sólo en España, sino en toda Europa, los partidos socialistas y socialdemócratas han preferido siempre el gasto público al privado. Por el contrario, los partidos conservadores y liberales siempre han apostado por la actividad privada más que por lo público.
La síntesis moderna de estas dos corrientes, el llamado "Estado del Bienestar", ha procurado conjugar la pujanza de la actividad económica del sector privado con un sector público de cierto tamaño y una regulación más o menos amplia de la economía general.
En cualquier caso, con esto del gasto público y del déficit debería ocurrir como ya nos advirtiera el bueno de Wittgenstein en su Tractatus Logicus-Philosohicus: sobre lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio.
Y es que uno escucha a la gente decir cosas como que es necesario limitar el déficit porque nadie puede gastar más de lo que ingresa. O que el principal problema es la deuda y que cómo es posible que un país como España tenga tanta deuda. En fin, el eterno problema de la ignorancia del Maestro Liendre: el que de nada sabe, pero de todo entiende.
El gasto público no sólo no es perjudicial para la economía, sino que es conveniente y necesario. De igual forma, el componente que hace crecer la actividad (a través de la renta nacional y el PIB) es el llamado "déficit público", que no es otra cosa que el resultado negativo de la operación Ingresos del Estado menos Gastos del Estado.
Como es natural, si el Estado tiene pérdidas (resultado negativo), alguien tendrá que financiar esa diferencia, y para eso se emite deuda que compran las empresas y las personas a cambio de una rentabilidad más o menos segura. De hecho, el mismo tratado de la Unión Europea permite hasta un 3 por ciento de déficit medido sobre el PIB de cada país.
Entonces ¿por qué fijar un techo, un límite insalvable para el gasto? ¿Qué mosca le ha picado a nuestro veleta presidente para cambiar tan radicalmente de opinión? La hipótesis de que Zapatero aprueba esta medida por convicción propia es, sencillamente, desechable.
Primero, porque la mentalidad zapateril es izquierdista hasta las trancas; y segundo, porque el presidente no tiene ni puñetera idea de Economía, por lo que es impensable que llegue a una conclusión acertada en el terreno económico por sí solo.
Además, la historia económica de Zapatero pasa por ser la de mayor gasto público de toda la historia económica española: desde los 2.500 euros por bebé hasta los tristemente famosos 400 euritos del IRPF; las ingentes cantidades de dinero concedidas como subvenciones a proyectos ineficientes o simplemente inútiles, pero de alto rédito propagandístico; en fin, una corriente de gasto que consiguió en tiempo récord acabar con la estabilidad económica heredada de los gobiernos del PP –que, pese a quien pese, gobernó el sistema económico de forma magistralmente eficaz-.
Por otra parte, la política económica fiscal no cuenta sólo con el componente del gasto como variable objetivo. Está claro que por el lado de los ingresos se pueden hacer también muchas cosas. De hecho, en la situación actual va a ser pronto imperiosa la necesidad de actuar con decisión: si limitamos el gasto, ¿por qué no limitar también los ingresos?
No hay falacia mayor que aquella que niega la posibilidad de aumentar la recaudación mediante la disminución de los tipos impositivos –para mis adorables detractores: antes de ponerse manos al teclado para llamarme "iluso" y apelativos del estilo, por favor búsquense en Wikipedia el concepto de la Curva de Laffer; a lo mejor se sorprenden-.
Resumiendo: ni el gasto es completamente pernicioso, ni la deuda es el cáncer de la economía. La deuda excesiva, procedente de gastos no productivos, sí es perniciosa. Sin embargo, el poder político del gasto público es inmenso: imagínense cuántas conciencias se pueden comprar, cuántas bocas se pueden tapar, cuántas quejas se pueden silenciar...
A lo mejor es por eso por lo que la decisión de Zapatero y su Gobierno tiene tan mosqueado a algún compañero de partido. A lo mejor, aprobando el techo de gasto, le estamos cortando el rollo a más de uno.
MARIO J. HURTADO