Ciertas palabras logran que un batallón salga victorioso en la batalla aniquilando a su semejante. Hacen arder todo aquello que hace que merezca la pena despertarse cada mañana; solo debieran tener su cárcel de lengua, saliva y dientes. Pero ciertas palabras logran que no se marche, que se queden a tu lado. Hay ciertas palabras que merecen la pena. Ya sean adjetivo, verbo, determinante o conjunción.
A veces las apariencias engañan. Es una palabra bien sencilla, no llama la atención. No tiene la musicalidad de compañeras de diccionario como "libertad", "amor", "justicia", "sexo"... Para mí era una gota de agua en el gran océano que es nuestro idioma.
Ignoro cuántas uniones de letras realiza un hombre a lo largo de su vida. Cientos, miles, millones. Supongo que la cifra disminuirá considerablemente si dejamos de contar aquellas palabras que no tengan nada de especial.
Por ejemplo, una cita filosófica improvisada en la madrugada con buenos amigos en un bar; una frase dicha en el momento preciso que logra robar un beso en cualquier portal... Estos ejemplos se librarían de la quema. Es inútil usar tecnicismos como "género" o "número".
Son pocas, pueden contarse con los dedos de una mano. Hacen que el día a día sea más llevadero. A pesar de su gran función social, no obtendrán jamás reconocimiento alguno. No tienen calles con su nombre, ningún político inaugurará un monumento para que su memoria no se pierda. Son superhéroes que no tendrán jamás un comic, muñeco o superproducción de Hollywood.
El superpoder de la palabra que inspira estas líneas es muy poderoso. Provoca la risa en una persona muy especial. No es una risa común. Es de estas risas que termina en carcajada. Siete simples letras logran que se le ilumine toda la cara. Es digno de verse.
Podemos decir que es la mejor terapia posible. Para cuando todo te parece absurdo, cuando caminas por la ciudad sin una dirección concreta, cuando todo pierde su sentido. Solo abres la boca y lo dices.
Todo nace de nuevo. Ves las cosas de otra manera. Ríe, tú ríes, es el plan perfecto. Por ello, me encanta. Reconozco que no es una palabra muy glamurosa, pero le tengo cariño.
Cada día vemos el telediario. Guerras, hambre, pobreza. Es normal que nos invada una ola de pesimismo. Pero gracias a una palabra, una sonrisa, esta posición pierde fuerza. Sienta bien ser optimista de vez en cuando.
A veces las apariencias engañan. Es una palabra bien sencilla, no llama la atención. No tiene la musicalidad de compañeras de diccionario como "libertad", "amor", "justicia", "sexo"... Para mí era una gota de agua en el gran océano que es nuestro idioma.
Ignoro cuántas uniones de letras realiza un hombre a lo largo de su vida. Cientos, miles, millones. Supongo que la cifra disminuirá considerablemente si dejamos de contar aquellas palabras que no tengan nada de especial.
Por ejemplo, una cita filosófica improvisada en la madrugada con buenos amigos en un bar; una frase dicha en el momento preciso que logra robar un beso en cualquier portal... Estos ejemplos se librarían de la quema. Es inútil usar tecnicismos como "género" o "número".
Son pocas, pueden contarse con los dedos de una mano. Hacen que el día a día sea más llevadero. A pesar de su gran función social, no obtendrán jamás reconocimiento alguno. No tienen calles con su nombre, ningún político inaugurará un monumento para que su memoria no se pierda. Son superhéroes que no tendrán jamás un comic, muñeco o superproducción de Hollywood.
El superpoder de la palabra que inspira estas líneas es muy poderoso. Provoca la risa en una persona muy especial. No es una risa común. Es de estas risas que termina en carcajada. Siete simples letras logran que se le ilumine toda la cara. Es digno de verse.
Podemos decir que es la mejor terapia posible. Para cuando todo te parece absurdo, cuando caminas por la ciudad sin una dirección concreta, cuando todo pierde su sentido. Solo abres la boca y lo dices.
Todo nace de nuevo. Ves las cosas de otra manera. Ríe, tú ríes, es el plan perfecto. Por ello, me encanta. Reconozco que no es una palabra muy glamurosa, pero le tengo cariño.
Cada día vemos el telediario. Guerras, hambre, pobreza. Es normal que nos invada una ola de pesimismo. Pero gracias a una palabra, una sonrisa, esta posición pierde fuerza. Sienta bien ser optimista de vez en cuando.
CARLOS SERRANO