Hemos visto que el odio, como sentimiento negativo del ser humano, no se muestra aislado, sino que está estrechamente relacionado con otras pasiones, como pueden ser el orgullo o la soberbia, el deseo de poder, la envidia, el egoísmo, el resentimiento, etc. Por otro lado, ciertamente, hay que diferenciar cuando este sentimiento surge como reacción a una situación que se vive como un hecho injusto, y que es una emoción transitoria, del permanente, que es resultado de la forma de ser o del carácter del individuo dominado por esta pasión.
Si pensamos por ejemplo en una persona con carácter soberbio, nos podemos imaginar que está muy poco dotada para la adversidad o la frustración; y la vida, por desgracia, nos somete con frecuencia a resultados que no son los que nosotros esperamos. De ahí que la persona que tiene la capacidad de aceptar las frustraciones que aparecen en la existencia no suele manifestarse de modo agresivo.
En relación a lo anterior, hay psicólogos que establecen una estrecha conexión entre la agresividad, como expresión del odio, y los sentimientos de frustración que muchos individuos internamente sienten al no alcanzar los objetivos que se marcan a lo largo de la vida.
Según estos autores, las conductas agresivas se dan habitualmente en personas que han acumulado altos niveles de frustración, una característica de los sujetos violentos. De igual modo, los intensos sentimientos de odio que configuran sus personalidades se deben, en gran medida, a que no habían logrado sus metas o eran cuestionados los objetivos que íntimamente anhelaban (poder, dominio, control, fama, admiración, bienes, títulos, etcétera).
Hay que tener en cuenta que, en ocasiones, los actos violentos del sujeto frustrado no van contra el agente frustrante, puesto que este último puede tener un cierto poder sobre él, por lo que es normal que se produzca un desplazamiento de la agresividad hacia un “chivo expiatorio” (su mujer, alguno de sus hijos, un subordinado o alguien de carácter más débil).
Esto explica, por ejemplo, la violencia machista que algunos ejercen contra su pareja, cuando descargan sobre ella las frustraciones acumuladas fuera del ámbito doméstico.
En sentido contrario, cuando el sujeto posee un cierto poder, las formas de violencia, física o psicológica serán distintas, ya que el agresor no necesita subterfugios, sino que utilizará estrategias más directas contra el que considera inferior a él, con el fin de imponerse o doblegarle.
Una de las personas que más detenidamente ha estudiado el odio que se ejerce desde la posición de poder es la psiquiatra francesa Marie-France Hirigoyen. En sus obras El acoso moral y Malaise dans le travail (Malestar en el trabajo) expone los mecanismos de acoso que ejerce quien tiene un determinado mando sobre aquél o aquélla que cuestiona su forma autoritaria de ejercerlo.
Así, es frecuente su exhibición en el sentido de que deja patente de que es él quien detenta el poder y el que manda, y que si lo desea hará todo lo que está en sus manos para “aniquilarle”.
La persona de carácter autoritario de ninguna manera soporta que alguien, que considera por debajo de él, promocione en el trabajo, reciba la admiración de sus compañeros, le critique o cuestione sus actitudes y comportamientos.
El odio, en este caso, se manifiesta a través de lo que la psiquiatra francesa llama "acoso moral", y que empieza “cuando una víctima reacciona contra el autoritarismo de un superior y no se deja avasallar, por lo que su capacidad de resistir a ese autoritarismo, a pesar de las presiones que recibe, es lo que la señala como blanco de sus ataques”.
Quien está obsesionado por el poder, algo frecuente en el ámbito político y laboral, usará un conjunto de estrategias -mentiras, ocultamientos, presiones, sobornos, acusaciones, etc.- para destruir a sus oponentes, sean reales o imaginados.
Esta conducta perversa, marcada por el sentimiento de odio de quien ha sido de algún modo cuestionado, es la que estudia la citada autora. De su primera obra citada extraigo el siguiente párrafo que me parece esclarecedor:
“La conducta perversa, teñida de odio, no incluye solamente una persecución y permanencia en el poder, sino también, y sobre todo, una utilización del otro como si fuese un objeto o una marioneta a su servicio, algo que al perverso le produce un gran placer. El agresor conduce primero al agredido a una posición de impotencia para luego poder destruirlo impunemente. Y para obtener lo que desea, no duda en utilizar todos los medios de los que dispone”.
La psiquiatra francesa se detiene, de modo especial, en el estudio del uso de la mentira, ya que en sus diferentes modalidades (engaño, insinuación, difamación, ocultamiento, tergiversación, etc.) es un arma poderosa en manos de quienes desean permanecer en el poder sin verse cuestionados.
Estos medios de coacción sustituyen a los métodos directos por otros menos visibles que se derivan de la simulación, la apariencia y el dar la imagen de que el agresor es en realidad “la víctima”.
Y ahora, aunque me distancie un poco del tema central y ya que hablamos de la mentira relacionada con el poder, me gustaría traer a colación a un autor que se ha consolidado como el maestro del engaño en el campo de la política.
Se trata de Nicolás Maquiavelo, brillante escritor y político italiano, descendiente de una familia patricia de Florencia. Su obra más conocida fue El Príncipe, libro cuya lectura recomiendo encarecidamente. Escrito en 1513, ha llegado hasta nuestros días como uno de los primeros estudios en los que se aborda, de manera explícita, el uso del poder político separado de los principios morales. Y aunque estoy convencido de que pocos de los políticos actuales lo han leído, perfectamente podían verse reflejados en él.
Para el autor florentino, la teoría política debe basarse en puros hechos políticos, en el conocimiento real de las relaciones de los hombres entre sí y con los que los gobiernan, lo que permitiría al mejor dotado hacerse con las riendas del Estado y mantenerlas en sus manos.
Cree que las personas son criaturas dominadas por las pasiones (ambición, odio, temor, admiración, orgullo, etc.), por lo que los gobernantes deben conocerlas y saber manejarlas bien para ascender y permanecer en el poder.
Y para mantenerse en el poder es necesario utilizar la mentira, puesto que, según sus propias palabras: “los hombres son ingratos, volubles y simuladores, que huyen de los peligros y ansían ganancias”, por lo que es preferible “ser temido a ser amado”. Para lograr este fin, Maquiavelo nos dice que el príncipe, o quien detenta el poder, deberá tener la fuerza del león y la astucia del zorro.
Así, se guardará de cumplir los votos y promesas que haya hecho, pero también aparentará no ser perjuro ni mentiroso, insistiendo en que su finalidad es su incondicional entrega para lograr el bienestar de sus súbditos o ciudadanos. Será, pues, “un gran simulador, pues los hombres son tan simples y obedecen de tal manera a las necesidades presentes que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.
Ante semejante propuesta, cabe preguntarse: ¿cómo puede ser admirado y temido, y no odiado un personaje semejante? Pues, simulando, aparentando y ocultando, ya que, según el autor florentino, la gente se guía por las apariencias, las palabras y el miedo, y pocos son los que conocen de veras el modo de ser y comportarse de los gobernantes.
El autor pone en su obra como modelos al Papa Alejandro VI, del que dice que “durante su vida no hizo ni pensó más que engañar a los hombres y siempre encontró a quien hacerlo”, y a Fernando El Católico, quien, según sus palabras, “nunca deja de predicar la paz y la fe, aunque de una y de otra es enemigo en grado sumo”.
Para cerrar este segundo y breve recorrido sobre el odio (relacionado en esta ocasión con la mentira y la ambición de dominio), quisiera indicar que en Maquiavelo los fines perseguidos por el poder -vencer a los enemigos y mantenerse gobernando- justifican los medios a utilizar, entre ellos la falta de escrúpulos morales, la simulación, la mentira y la difamación, que son armas lícitas que deben utilizarse con astucia.
Posdata: No sé, amigo lector / amiga lectora, qué te parece a ti, pero yo creo que bastantes de los postulados de Maquiavelo se mantienen en plena vigencia. No hay más que echar un vistazo al panorama, nacional o internacional, que nos rodea para llegar a la conclusión que hizo una gran radiografía del mundo de la política.
Si pensamos por ejemplo en una persona con carácter soberbio, nos podemos imaginar que está muy poco dotada para la adversidad o la frustración; y la vida, por desgracia, nos somete con frecuencia a resultados que no son los que nosotros esperamos. De ahí que la persona que tiene la capacidad de aceptar las frustraciones que aparecen en la existencia no suele manifestarse de modo agresivo.
En relación a lo anterior, hay psicólogos que establecen una estrecha conexión entre la agresividad, como expresión del odio, y los sentimientos de frustración que muchos individuos internamente sienten al no alcanzar los objetivos que se marcan a lo largo de la vida.
Según estos autores, las conductas agresivas se dan habitualmente en personas que han acumulado altos niveles de frustración, una característica de los sujetos violentos. De igual modo, los intensos sentimientos de odio que configuran sus personalidades se deben, en gran medida, a que no habían logrado sus metas o eran cuestionados los objetivos que íntimamente anhelaban (poder, dominio, control, fama, admiración, bienes, títulos, etcétera).
Hay que tener en cuenta que, en ocasiones, los actos violentos del sujeto frustrado no van contra el agente frustrante, puesto que este último puede tener un cierto poder sobre él, por lo que es normal que se produzca un desplazamiento de la agresividad hacia un “chivo expiatorio” (su mujer, alguno de sus hijos, un subordinado o alguien de carácter más débil).
Esto explica, por ejemplo, la violencia machista que algunos ejercen contra su pareja, cuando descargan sobre ella las frustraciones acumuladas fuera del ámbito doméstico.
En sentido contrario, cuando el sujeto posee un cierto poder, las formas de violencia, física o psicológica serán distintas, ya que el agresor no necesita subterfugios, sino que utilizará estrategias más directas contra el que considera inferior a él, con el fin de imponerse o doblegarle.
Una de las personas que más detenidamente ha estudiado el odio que se ejerce desde la posición de poder es la psiquiatra francesa Marie-France Hirigoyen. En sus obras El acoso moral y Malaise dans le travail (Malestar en el trabajo) expone los mecanismos de acoso que ejerce quien tiene un determinado mando sobre aquél o aquélla que cuestiona su forma autoritaria de ejercerlo.
Así, es frecuente su exhibición en el sentido de que deja patente de que es él quien detenta el poder y el que manda, y que si lo desea hará todo lo que está en sus manos para “aniquilarle”.
La persona de carácter autoritario de ninguna manera soporta que alguien, que considera por debajo de él, promocione en el trabajo, reciba la admiración de sus compañeros, le critique o cuestione sus actitudes y comportamientos.
El odio, en este caso, se manifiesta a través de lo que la psiquiatra francesa llama "acoso moral", y que empieza “cuando una víctima reacciona contra el autoritarismo de un superior y no se deja avasallar, por lo que su capacidad de resistir a ese autoritarismo, a pesar de las presiones que recibe, es lo que la señala como blanco de sus ataques”.
Quien está obsesionado por el poder, algo frecuente en el ámbito político y laboral, usará un conjunto de estrategias -mentiras, ocultamientos, presiones, sobornos, acusaciones, etc.- para destruir a sus oponentes, sean reales o imaginados.
Esta conducta perversa, marcada por el sentimiento de odio de quien ha sido de algún modo cuestionado, es la que estudia la citada autora. De su primera obra citada extraigo el siguiente párrafo que me parece esclarecedor:
“La conducta perversa, teñida de odio, no incluye solamente una persecución y permanencia en el poder, sino también, y sobre todo, una utilización del otro como si fuese un objeto o una marioneta a su servicio, algo que al perverso le produce un gran placer. El agresor conduce primero al agredido a una posición de impotencia para luego poder destruirlo impunemente. Y para obtener lo que desea, no duda en utilizar todos los medios de los que dispone”.
La psiquiatra francesa se detiene, de modo especial, en el estudio del uso de la mentira, ya que en sus diferentes modalidades (engaño, insinuación, difamación, ocultamiento, tergiversación, etc.) es un arma poderosa en manos de quienes desean permanecer en el poder sin verse cuestionados.
Estos medios de coacción sustituyen a los métodos directos por otros menos visibles que se derivan de la simulación, la apariencia y el dar la imagen de que el agresor es en realidad “la víctima”.
Y ahora, aunque me distancie un poco del tema central y ya que hablamos de la mentira relacionada con el poder, me gustaría traer a colación a un autor que se ha consolidado como el maestro del engaño en el campo de la política.
Se trata de Nicolás Maquiavelo, brillante escritor y político italiano, descendiente de una familia patricia de Florencia. Su obra más conocida fue El Príncipe, libro cuya lectura recomiendo encarecidamente. Escrito en 1513, ha llegado hasta nuestros días como uno de los primeros estudios en los que se aborda, de manera explícita, el uso del poder político separado de los principios morales. Y aunque estoy convencido de que pocos de los políticos actuales lo han leído, perfectamente podían verse reflejados en él.
Para el autor florentino, la teoría política debe basarse en puros hechos políticos, en el conocimiento real de las relaciones de los hombres entre sí y con los que los gobiernan, lo que permitiría al mejor dotado hacerse con las riendas del Estado y mantenerlas en sus manos.
Cree que las personas son criaturas dominadas por las pasiones (ambición, odio, temor, admiración, orgullo, etc.), por lo que los gobernantes deben conocerlas y saber manejarlas bien para ascender y permanecer en el poder.
Y para mantenerse en el poder es necesario utilizar la mentira, puesto que, según sus propias palabras: “los hombres son ingratos, volubles y simuladores, que huyen de los peligros y ansían ganancias”, por lo que es preferible “ser temido a ser amado”. Para lograr este fin, Maquiavelo nos dice que el príncipe, o quien detenta el poder, deberá tener la fuerza del león y la astucia del zorro.
Así, se guardará de cumplir los votos y promesas que haya hecho, pero también aparentará no ser perjuro ni mentiroso, insistiendo en que su finalidad es su incondicional entrega para lograr el bienestar de sus súbditos o ciudadanos. Será, pues, “un gran simulador, pues los hombres son tan simples y obedecen de tal manera a las necesidades presentes que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.
Ante semejante propuesta, cabe preguntarse: ¿cómo puede ser admirado y temido, y no odiado un personaje semejante? Pues, simulando, aparentando y ocultando, ya que, según el autor florentino, la gente se guía por las apariencias, las palabras y el miedo, y pocos son los que conocen de veras el modo de ser y comportarse de los gobernantes.
El autor pone en su obra como modelos al Papa Alejandro VI, del que dice que “durante su vida no hizo ni pensó más que engañar a los hombres y siempre encontró a quien hacerlo”, y a Fernando El Católico, quien, según sus palabras, “nunca deja de predicar la paz y la fe, aunque de una y de otra es enemigo en grado sumo”.
Para cerrar este segundo y breve recorrido sobre el odio (relacionado en esta ocasión con la mentira y la ambición de dominio), quisiera indicar que en Maquiavelo los fines perseguidos por el poder -vencer a los enemigos y mantenerse gobernando- justifican los medios a utilizar, entre ellos la falta de escrúpulos morales, la simulación, la mentira y la difamación, que son armas lícitas que deben utilizarse con astucia.
Posdata: No sé, amigo lector / amiga lectora, qué te parece a ti, pero yo creo que bastantes de los postulados de Maquiavelo se mantienen en plena vigencia. No hay más que echar un vistazo al panorama, nacional o internacional, que nos rodea para llegar a la conclusión que hizo una gran radiografía del mundo de la política.
AURELIANO SÁINZ