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El timo de la estampita

Pues bien, ya empezó oficialmente la cosa. Desde anoche estamos en campaña electoral, y durante quince larguísimos días tendremos que escuchar miles de mensajes tan ilusionantes como falsos: pocos son los que cumplen lo que antes prometieron. Además, este inicio de la campaña ha coincidido –menos mal, imagínense que hubieran tardado más- con la sentencia del Tribunal Constitucional admitiendo las listas de candidatos de la agrupación Bildu a las elecciones municipales.

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No quiero que piensen que soy contrario a la democracia como sistema político. Soy de los que creen que la voluntad del pueblo debe ser la que rija sus destinos, si bien es cierto que, al menos en España –que es lo mejor que conozco- el sistema democrático dista mucho de ser ideal, eficiente y reflejo exacto de esa voluntad. Por eso, el acto políticamente sagrado de depositar la papeleta –estampita- en la urna se convierte aquí en un auténtico fraude, timo y engañabobos.

Para empezar, podríamos seriamente cuestionar la justa proporcionalidad del sistema que rige en España la asignación de escaños o concejalías, el famoso Sistema D´Hondt. Técnicamente bastante complejo como para explicarlo aquí –por lo largo, no por la capacidad de comprensión de los lectores: pueden conocer cómo funciona aquí- resulta cierto que favorece a ciertas minorías de corte regionalista que acumulan votos en determinadas circunscripciones.

Deberíamos continuar por criticar abiertamente el sistema de listas existente en España: listas cerradas en las que no es posible escoger un menú variado, sino lo que un partido en concreto te ofrezca, lo que no siempre significa la mejor combinación posible, especialmente en elecciones como las municipales, donde la cercanía de los candidatos nos ofrece el conocimiento suficiente para tener que decidirnos por una lista que no es de nuestro agrado en su integridad.

Sin embargo, lo peor de este sistema nuestro no es la cuestión puramente técnica, sino la parte puramente propagandística de la cuestión. Hemos visto ya algunos videos de campaña en los que los dos grandes partidos recurren a los temas más manidos.

El Partido Popular, poniendo de inútil a Zapatero, cuando usted ahora no tiene que elegir a Zapatero para nada; es más, a lo mejor la alcaldesa socialista de su ciudad es la mejor que han tenido en años. Por su parte, el Partido Socialista comete la inmoralidad de comparar a Rajoy con Camps recurriendo al asunto de la corrupción. El partido que ha generado más pelotazos de la historia democrática de España, el que ha enchufado a cientos de amiguetes y familiares –y no sólo en los dichosos ERE-, el que se ha dedicado a destruir una economía real boyante mientras tapaba la boca a los sindicatos con dinero público... ¡criticando la corrupción! Para mear y no echar gota, o sea.

Y finalmente, el asunto Bildu. El Tribunal Constitucional, compuesto por jueces con claro corte político, enmendando la plana al Tribunal Supremo, máximo órgano jurisdiccional técnico y jurídico. La prueba irrefutable de que el Constitucional es un tribunal completamente politizado es que se divida su composición en jueces progresistas y jueces conservadores.

Digo yo: ¿la ley no está escrita? ¿No hay informes periciales de las Fuerzas de Seguridad que relacionan directamente a los candidatos de Bildu con la antigua Batasuna y, por ende, con ETA? Entonces, ¿qué tiene que interpretar el Constitucional? ¿A qué viene autorizar las listas electorales de una agrupación de gentes que defienden el tiro en la nuca, el secuestro y la extorsión como modo democrático de conseguir sus objetivos? Lo que yo les diga: a pesar de que la democracia es el sistema ideal, en nuestro país deja mucho, pero mucho que desear.

Aun así, la decisión del voto de cada persona es –o debería ser- una cuestión muy íntima. No seré yo quien les diga si tienen que votar o no, y mucho menos a quién deben hacerlo –faltaría más-. Lo que sí les digo es que, cuando se encuentren delante de la urna, papeleta en mano y el presidente les solicite su DNI, recuerden por un instante aquella imagen entrañable de Lina Morgan y Tony Leblanc engañando a un bobo mediante el consabido timo de la estampita. Y luego, decidan por sí mismos.
MARIO J. HURTADO
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