El programa Con Hache de Eva que inició su andadura el pasado domingo, contó como primer invitado con el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Era lógico, tratándose de La Sexta. Kantar Media, empresa dedicada a investigar datos de audiencia, ha cifrado en 1.532.000 el número de espectadores que de media siguieron el programa, lo que supuso una cuota de pantalla del 8,1 por ciento. Lo curioso de los datos, y por ello los traigo aquí, es que en total fueron 7.025.000 los espectadores que, al menos durante un minuto, conectaron con el programa.
Si tenemos en cuenta ambas cifras, podemos deducir que del 100 por cien de los televidentes que sabian de la comparecencia de Zapatero y que, por tanto, pasaron por el programa, sólo el 20 por ciento de ellos decidieron seguirlo y el 80 por ciento restante o bien apagó el televisor o bien cambió a otra cadena.
Y es que lo que digan nuestros políticos tengo la sensación que interesa poco. Hemos llegado a un estado de las cosas en el que nuestro sistema democrático precisa de nuevos alicientes que, en ningún modo, pasan por el discurso o la conversación cansina y demagógica de muchos de nuestros representantes.
Cuando el ciudadano observa que el Poder Legislativo está en mano de los partidos y no del pueblo; que el Judicial se reparte entre jueces progresistas y conservadores, y unos y otros penden del hilo de la decisión de los partidos; y que el Ejecutivo no es sino la traslación de la voluntad de quienes se sitúan en la cúspide de los propios partidos, no puede exigírsele que crea en la democracia y, mucho menos, que lo haga en quienes institucionalmente la personalizan.
¿De qué vale un mitin lleno de convencidos a los que, además, se les convence de que hay que asistir a él para llenar la sala o la plaza de toros? ¿De qué sirve una entrevista en prime time si a quienes debe ir dirigida recelan de la sinceridad de quien se confiesa en ella, no por recelar, sino por las veces que se han visto defraudados por el mismo personaje?
La sociedad necesita más razones que la simple de que nuestra Constitución ha cumplido 32 años y somos un país maduro. La madurez precisa de alicientes que le otorgue motivos para seguir creyendo en uno mismo y en aquello que le rodea, y nuestra democracia carece de ellos.
Que sólo 20 de cada cien españoles que se acercaron a escuchar lo que decía nuestro presidente del Gobierno, en una entrevista informal, decidieran atenderle, puede indicarnos, también, el porcentaje de desilusión que se vive en España, que los españoles tenemos -debo reconocer que yo fui uno de esos 80- a causa de un sistema que ha ido poco a poco relegándonos hasta convertirnos en eso, en simples espectadores, sin darse cuenta de que el espectáculo político ha dejado de interesarnos.
Si tenemos en cuenta ambas cifras, podemos deducir que del 100 por cien de los televidentes que sabian de la comparecencia de Zapatero y que, por tanto, pasaron por el programa, sólo el 20 por ciento de ellos decidieron seguirlo y el 80 por ciento restante o bien apagó el televisor o bien cambió a otra cadena.
Y es que lo que digan nuestros políticos tengo la sensación que interesa poco. Hemos llegado a un estado de las cosas en el que nuestro sistema democrático precisa de nuevos alicientes que, en ningún modo, pasan por el discurso o la conversación cansina y demagógica de muchos de nuestros representantes.
Cuando el ciudadano observa que el Poder Legislativo está en mano de los partidos y no del pueblo; que el Judicial se reparte entre jueces progresistas y conservadores, y unos y otros penden del hilo de la decisión de los partidos; y que el Ejecutivo no es sino la traslación de la voluntad de quienes se sitúan en la cúspide de los propios partidos, no puede exigírsele que crea en la democracia y, mucho menos, que lo haga en quienes institucionalmente la personalizan.
¿De qué vale un mitin lleno de convencidos a los que, además, se les convence de que hay que asistir a él para llenar la sala o la plaza de toros? ¿De qué sirve una entrevista en prime time si a quienes debe ir dirigida recelan de la sinceridad de quien se confiesa en ella, no por recelar, sino por las veces que se han visto defraudados por el mismo personaje?
La sociedad necesita más razones que la simple de que nuestra Constitución ha cumplido 32 años y somos un país maduro. La madurez precisa de alicientes que le otorgue motivos para seguir creyendo en uno mismo y en aquello que le rodea, y nuestra democracia carece de ellos.
Que sólo 20 de cada cien españoles que se acercaron a escuchar lo que decía nuestro presidente del Gobierno, en una entrevista informal, decidieran atenderle, puede indicarnos, también, el porcentaje de desilusión que se vive en España, que los españoles tenemos -debo reconocer que yo fui uno de esos 80- a causa de un sistema que ha ido poco a poco relegándonos hasta convertirnos en eso, en simples espectadores, sin darse cuenta de que el espectáculo político ha dejado de interesarnos.
ENRIQUE BELLIDO