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Camuflaje total

Confundido entre las cañas y la maleza en un punto cualquiera en medio de la campiña, un trozo de madera del suelo entreabre un poco los ojos a plena luz del día para demostrarnos una vez más que no todo es lo que parece. El chotacabras pardo o cuellirrojo (Caprimulgus ruficollis) es uno de los representantes de nuestra avifauna menos conocidos por la mayoría de las personas de a pie. Tanto es así, que en algunos lugares donde todavía es una especie relativamente abundante, calculo yo que mucho más del 95 por ciento de la población humana de la urbe desconoce completamente no sólo que en la zona concreta donde viva tal población haya chotacabras, sino que también ignoran que en algún lugar del mundo puedan existir unas aves con esta forma tan peculiar, esta fisonomía y estas costumbres.

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Muy parecidos en forma a sus parientes lejanos los vencejos pero con un tamaño sensiblemente superior, su camuflaje es tan sumamente perfecto que en la mayoría de los encuentros que hayamos tenido en el campo con alguna de estas aves ni siquiera el hecho de saber dónde está nos ha podido ayudar a separar su inconfundible silueta del entorno donde vive.

Tal es su precaución para pasar desapercibido, que este animal jamás se va a preocupar por fabricar un nido. Deposita sus huevos directamente en el suelo, y en caso de ser detectados por algún depredador sólo le bastará coger los huevos, o los pollos si ya han nacido, y mudarlos a otro bloque de apartamentos en un barrio más seguro.

Este nocturno devorador de insectos acostumbra a descansar durante el día a la sombra de algún matorral, con una inmovilidad que raya en la más extrema de las vagancias, entreabriendo un poco sus enormes ojos únicamente cuando detecta la cercanía de algún peligro, a la vez que espera pacientemente a que el último rayo de sol se escurra del más recóndito de los recovecos del bosque y deje paso a un mundo oscuro donde solo una preparada estirpe de noctámbulos es capaz de subsistir.

Es justo en este momento cuando este pequeño pájaro de madera despierta súbitamente de su latencia y emprende el vuelo con el objeto de dar caza a centenares de pequeños insectos voladores, sus principales presas, abriendo una boca con un tamaño inmensamente superior al que nuestra abandonada inteligencia pueda llegar a imaginar después de ver su minúsculo pico, para atrapar a sus presas en vuelo a gran velocidad con la misma efectividad con la que lo haría la más grande, fuerte y fina de las redes de arrastre de nuestros pesqueros gaditanos.

Sus hábitos nocturnos y sus poco estudiadas y por tanto escasamente conocidas costumbres han hecho que el chotacabras pardo sea una de las especies animales ibéricas menos conocidas; tanto es así que muchos de los mitos que pesan sobre ella, como por ejemplo el de entrar en los establos para robar la leche de las cabras (de ahí su nombre), siguen estando vigentes en las obsoletas mentes de muchos hombres de campo.
MANUEL CRUZ
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