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Instinto básico

La sentencia que absuelve de violación y asesinato al menor que participó en la desaparición de Marta del Castillo demuestra que los indicios solos no valen. Asimismo, existen serias dudas sobre la constitucionalidad del auto judicial que condena a “El Cuco” por encubrimiento. No son pocos juristas los que plantean que no se puede condenar por encubrimiento sin haber un condenado por asesinato. Más aún: sin haber aparecido el cuerpo de la víctima.

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Los límites del Derecho son subjetivos a la interpretación de los juristas, que prefieren “un culpable en la calle que un inocente en la cárcel”, en un afán de defender siempre la presunción de inocencia del imputado.

Pero no siempre es fácil anteponer la praxis del Derecho, sobre todo si el caso que se juzga ha levantado tal revuelo mediático. Si alguien tiene duda de la visceralidad de este caso judicial no tuvo más que asomarse a la puerta de los juzgados donde se celebró el juicio.

Unos 300 energúmenos convertidos en héroes se agolpaban en los alrededores de los Jardines de Murillo a la espera de que llegasen las cámaras de televisión y los periodistas para escenificar su drama.

Todos los medios coinciden en que cuando se producen las conexiones en directo es cuando se aviva la espectacularización de estos adalides de la justicia que lo que buscan, en realidad, es venganza.

No sería peligroso para la convivencia este tipo de comportamientos incívicos si no estuvieran alentados por programas de televisión que hacen de las tripas el ingrediente principal de su información.

Usar los sentimientos primarios, jalear la violencia como manera de resolver los conflictos sociales, o condenar a un imputado antes de que lo haga un juez se ha convertido en más común de lo deseable.

Vivimos en una sociedad que a la más mínima corea “Todos somos Marta” pero que obvia que para ser ciudadanos nos tenemos que comportar con civismo: la no-violencia es la premisa básica.

Y por civismo entiendo que hay que dejar que la Justicia se pronuncie, que hay que considerar que los seres humanos –incluso los asesinos- siguen siendo personas a las que les tenemos que demostrar que el Estado de Derecho es mejor que ellos: si ellos matan, démosle una lección de valores, ética y principios y enseñémosle que tenemos más autoridad moral que ellos.

Por civismo también entiendo que en un Estado democrático el sistema penitenciario ha de tener entre sus fines la reinserción social de los infractores de la ley. Este proceso de ganar a los acusados para la vida civil y cívica no se hará sin los recursos psicosociales necesarios para la reeducación de los causantes de los delitos.

Si seguimos ofreciendo minutos de gloria a estos “héroes de barrio” que teatralizan su instinto básico delante de las cámaras; si renunciamos a la posibilidad de la reinserción a los que vulneran la legislación; si aceptamos la violencia para ajusticiar a los acusados; si permitimos que las sentencias las dicten las víctimas; o si relegamos el humanismo en nuestra rutina diaria como ciudadanos, estamos poniendo en peligro nuestra democracia y estaremos más cerca de vivir en Irán que en Europa.
RAÚL SOLÍS
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