El Consejo Europeo celebrado en Bruselas días atrás ha afianzado el avance de las medidas políticas neoliberales como solución a la crisis. Las mismas medidas que causaron la penuria económica y de humanidad que afecta a Europa son las que quieren aplicar los líderes continentales para que recuperemos la senda del crecimiento. Ya no se habla de “repensar” el capitalismo, solo de asentarlo con mejor raíz.
En un momento donde la inversión privada no actúa como catalizador del desarrollo de nuestras economías, Europa aboga por la “disciplina presupuestaria” para fortalecer el euro y “lograr la senda de la estabilidad”. Si no invierte el capital privado ni los poderes públicos, ¿quién, entonces?
El Consejo Europeo prohíbe, bajo amenaza de sanciones económicas para los infractores, que los Estados superen en un 3 por ciento su déficit. Gastar lo que se ingresa, es decir, nada de recurrir al crédito para impulsar un aumento de la demanda en un momento en el que la iniciativa privada permanece a la espera de mejores tiempos para hacer negocios. Es el abandono definitivo a la tradición económica europea: el keynesianismo.
Entre los objetivos de los líderes europeos, de obligado cumplimiento para los países de la zona euro más Bulgaria, Dinamarca, Letonia, Lituania, Polonia y Rumania, está “atraer el capital privado para que financie el crecimiento” y “hacer posible el acceso a la energía con una buena relación coste-eficacia”. Es decir, más poder al sector privado en detrimento de lo público y una apuesta enmascarada por las energías nucleares. El triunfo de Ángela Merkel, paradigma del neoliberalismo a la europea y lideresa de los líderes conservadores continentales.
La única luz en este túnel es que el Consejo Europeo –que es la reunión de presidentes de Gobierno y de jefes de Estado de la UE- ha mostrado su firme voluntad por “impulsar la introducción de un impuesto de alcance mundial sobre las transacciones financieras”.
Más que una intención es una declaración de deseo porque esta medida deberá ser debatida y aprobada, si queremos que sea eficaz, en el G-8 y en el G-20. Probablemente, la Tasa Robin Hood chocará con las ansias desarrollistas de los países emergentes: Brasil, Rusia, India y China (conocidos como BRIC).
Esta agenda económica, dura, exigente e insolidaria conllevará reformas globales de sistemas de pensiones, pérdida de protección de los trabajadores, mayor poder a las empresas para negociar las relaciones laborales, menor inversión en educación, sanidad y el adiós definitivo a la protección social: la muerte silenciosa del Estado del Bienestar.
Esta política es la translación de la realidad política que vive Europa: sOlo cuatro países están gobernados por el centro-izquierda –España, Portugal, Austria y Grecia- frente a 23 países gobernados por seguidores de la ortodoxia liberal. Además, en el Parlamento Europeo, las posiciones sumisas al poder del capital son mayoritarias. Alcanzan más del 50 por ciento de los escaños de la Eurocámara. Democrático, sí, porque es la representación de la soberanía popular de los ciudadanos europeos.
Ante la creciente importancia en nuestras vidas de las decisiones que se adoptan en Bruselas, estamos en el justo momento para que la ciudadanía europea se conciencie de la importancia que tiene nuestra participación activa en la construcción de Europa.
Defender un europeísmo progresista que proteja el Estado del Bienestar -factor fundamental que propició el gran avance continental tras el desastre financiero de la II Guerra Mundial- es una necesidad si no queremos ser devorados por las garras de los mercados que tan bien protegidos están por las doctrinas políticas neoliberales.
No puede ser que las recetas económicas que han causado la crisis económica sean las que nos quieran sacar de ella. El Pacto del Euro firmado por los Estados de la Eurozona significa la victoria de la ideología política culpable de las bancarrotas de las finanzas públicas.
La socialdemocracia europea debe resucitar y dar la batalla contra esta manera de construir Europa. Un modo que aleja a nuestro continente de su tradición keynesianista y lo convierte en un oasis del neoliberalismo carroñero.
Por cierto, la economía estadounidense subió un 2,9 por ciento en 2010, con una política económica keynesianista: inversión pública, aunque sea a costa de aumentar el déficit, para luchar contra el desempleo y el estancamiento del capital. El mundo al revés.
Si se reducen los impuestos a las rentas del capital; si los Estados no pueden invertir; si el dinero privado sigue escondido por miedo a los riesgos; si los derechos laborales son cada vez más “flexibles”; si el poder de los mercados más determinante o si el Estado del Bienestar se desmorona. ¿Dónde está la Europa de los ciudadanos o la Europa social? ¿Y la Europa de Keynes?
En un momento donde la inversión privada no actúa como catalizador del desarrollo de nuestras economías, Europa aboga por la “disciplina presupuestaria” para fortalecer el euro y “lograr la senda de la estabilidad”. Si no invierte el capital privado ni los poderes públicos, ¿quién, entonces?
El Consejo Europeo prohíbe, bajo amenaza de sanciones económicas para los infractores, que los Estados superen en un 3 por ciento su déficit. Gastar lo que se ingresa, es decir, nada de recurrir al crédito para impulsar un aumento de la demanda en un momento en el que la iniciativa privada permanece a la espera de mejores tiempos para hacer negocios. Es el abandono definitivo a la tradición económica europea: el keynesianismo.
Entre los objetivos de los líderes europeos, de obligado cumplimiento para los países de la zona euro más Bulgaria, Dinamarca, Letonia, Lituania, Polonia y Rumania, está “atraer el capital privado para que financie el crecimiento” y “hacer posible el acceso a la energía con una buena relación coste-eficacia”. Es decir, más poder al sector privado en detrimento de lo público y una apuesta enmascarada por las energías nucleares. El triunfo de Ángela Merkel, paradigma del neoliberalismo a la europea y lideresa de los líderes conservadores continentales.
La única luz en este túnel es que el Consejo Europeo –que es la reunión de presidentes de Gobierno y de jefes de Estado de la UE- ha mostrado su firme voluntad por “impulsar la introducción de un impuesto de alcance mundial sobre las transacciones financieras”.
Más que una intención es una declaración de deseo porque esta medida deberá ser debatida y aprobada, si queremos que sea eficaz, en el G-8 y en el G-20. Probablemente, la Tasa Robin Hood chocará con las ansias desarrollistas de los países emergentes: Brasil, Rusia, India y China (conocidos como BRIC).
Esta agenda económica, dura, exigente e insolidaria conllevará reformas globales de sistemas de pensiones, pérdida de protección de los trabajadores, mayor poder a las empresas para negociar las relaciones laborales, menor inversión en educación, sanidad y el adiós definitivo a la protección social: la muerte silenciosa del Estado del Bienestar.
Esta política es la translación de la realidad política que vive Europa: sOlo cuatro países están gobernados por el centro-izquierda –España, Portugal, Austria y Grecia- frente a 23 países gobernados por seguidores de la ortodoxia liberal. Además, en el Parlamento Europeo, las posiciones sumisas al poder del capital son mayoritarias. Alcanzan más del 50 por ciento de los escaños de la Eurocámara. Democrático, sí, porque es la representación de la soberanía popular de los ciudadanos europeos.
Ante la creciente importancia en nuestras vidas de las decisiones que se adoptan en Bruselas, estamos en el justo momento para que la ciudadanía europea se conciencie de la importancia que tiene nuestra participación activa en la construcción de Europa.
Defender un europeísmo progresista que proteja el Estado del Bienestar -factor fundamental que propició el gran avance continental tras el desastre financiero de la II Guerra Mundial- es una necesidad si no queremos ser devorados por las garras de los mercados que tan bien protegidos están por las doctrinas políticas neoliberales.
No puede ser que las recetas económicas que han causado la crisis económica sean las que nos quieran sacar de ella. El Pacto del Euro firmado por los Estados de la Eurozona significa la victoria de la ideología política culpable de las bancarrotas de las finanzas públicas.
La socialdemocracia europea debe resucitar y dar la batalla contra esta manera de construir Europa. Un modo que aleja a nuestro continente de su tradición keynesianista y lo convierte en un oasis del neoliberalismo carroñero.
Por cierto, la economía estadounidense subió un 2,9 por ciento en 2010, con una política económica keynesianista: inversión pública, aunque sea a costa de aumentar el déficit, para luchar contra el desempleo y el estancamiento del capital. El mundo al revés.
Si se reducen los impuestos a las rentas del capital; si los Estados no pueden invertir; si el dinero privado sigue escondido por miedo a los riesgos; si los derechos laborales son cada vez más “flexibles”; si el poder de los mercados más determinante o si el Estado del Bienestar se desmorona. ¿Dónde está la Europa de los ciudadanos o la Europa social? ¿Y la Europa de Keynes?
RAÚL SOLÍS