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Y no nos dejes caer en la ostentación

La vista por el caso Malaya, el mayor proceso contra la corrupción urbanística en España, se está convirtiendo en un hecho que, por su significación y consecuencias, excede lo meramente judicial. Sus cifras son de récord por el número de encausados y por el volumen de la instrucción. Lo que explica, si hay algo que así pueda ser justificado, la demora de cinco años que han pasado desde que se desencadenó la operación policial y judicial que puso el Ayuntamiento de Marbella patas arriba, hasta que el magistrado juez José Godino, presidente del tribunal, ordenara el inicio de las sesiones del juicio propiamente dicho.

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Dejando aparte los aspectos folclóricos que lleva aparejados este mediatico asunto por las acusaciones contra una famosa tonadillera y su despechado novio, lo cierto es que este macroproceso es un completo retablo del comportamiento humano.

Pero sobre todo da idea del calibre -me refiero a la capacidad de defensa– que se gastan los poderosos. A lo mucho que llegan a movilizar, con una impresionante puesta en escena, para tratar de eludir sus presuntas responsabilidades, y salir airosos y limpios de tan enojosa situación.

Porque, aunque es obvio que no están de vacaciones, ni para pasar el rato distraídamente en la concurrida sala de vistas de la aún flamante Ciudad de la Justicia de Málaga, se les nota a la legua lo irritable que les resulta sentarse en el banquillo de los acusados. A ellos, y supongo que a cualquiera en su lugar. Y lo peor, tener que contestar a las preguntas del fiscal.

A José María del Nido, incurso en otra actuación judicial casi simultánea a la del Malaya -la del caso Minutas, por el supuesto cobro anómalo de cantidades millonarias al Ayuntamiento de Marbella-, el interrogatorio consiguió soliviantarlo. Y le sacó su lado más levantisco, cosa que, la verdad, no pareció muy difícil, dada su inclinación al enfado y a torcer el gesto.

Primero se ofreció a darle un curso acelerado de Derecho Financiero al representante del ministerio público, al que poco menos que consideró un incompetente, y acto seguido justificó su salida de tono por lo que, supuestamente, se le venía encima.

“Es que a mí se me están pidiendo 15 años de prisión, la mitad de la vida”, indicó notablemente fastidiado el abogado y dirigente futbolístico, ante la perplejidad de los asistentes. Hay que entender que, por muy blindado que te creas, no es cosa de agrado, y mucho menos de recibo, que te mencionen los barrotes del penal. ¡Ay, qué susto!

Por cierto, que hace unos días, el fiscal, en sus conclusiones, ha doblado la cuantía de la petición de condena. No es aventurado adivinar cómo le habrá sentado a del Nido esta corrección al alza.

Pero no es rollo, ni momento de tomar por venial lo que parece grave. Frente a los tribunales, rodeados de togas, suena la hora de la verdad. O al menos así debería ser.

Viendo a diario el nutrido desfile de letrados empeñados, como es su deber, en probar la inocencia de sus clientes, cabe imaginar que la audiencia pública por el caso Malaya puede ser también una especie de anticipo del juicio final. Ese que, según la tradición cristiana, espera a todo el mundo a la finalización (apocalíptica o no, eso ya se verá) de los días terrestres.

Con una importante diferencia: todos están llamados ante el Tribunal definitivo, pero como se suele decir, parece probable o todo inclina a pensar que los acaudalados no irían solos. Llegado el momento seguro que harán lo posible para acudir acompañados de una legión de abogados, por supuesto los mejores y de mayor reputación. Si es así, Dios, en su infinita altura, tendrá que lidiar con tamaño despliegue, y dictaminar, en un auto terminante, si cabe admitir tal desproporción de medios.

Pero, por ahora, dejémonos de especulaciones celestes, y descendamos a la tarima. Al suelo en el que Juan Antonio Roca, el considerado ideólogo de la trama de corrupción urbanística, intenta deshacer el nudo de acusaciones que aprieta su garganta. El ex asesor de Urbanismo, mano derecha (¿incorrupta?) de Jesús Gil, no es manco.

En su ya larga reclusión -primero preventiva y ahora firme por el caso Saqueo, a seis años de arresto-, se ha vuelto un consumado perito en leyes. Un paciente y meticuloso acusado que, gracias a un minucioso estudio de los cargos que pesan contra él, está presentando una sólida batalla en cada sesión del juicio.

Entre sus argumentos, insiste una y otra vez en que le sobraba el dinero cuando llegó a Marbella. Roca no se corta, y alardea de su condición de millonario con años de antigüedad, anterior a la era Gil. Así que, en esa línea, mantiene que no tuvo necesidad de delinquir para disfrutar de una confortable posición social y de innumerables bienes.

Y por eso mismo, en más de una ocasión le ha espetado al fiscal con descaro: “Usted y la policía se empeñan en presentarme como alguien que llegó a Marbella en un Seat Panda, con una mano delante y otra detrás, y de eso nada”. En definitiva, que estaba forrado de antemano, por lo que cualquier mención a su desahogado patrimonio le resulta tan ofensiva como una afrenta a su honor.

Y no es cosa de escandalizarse con esto porque la riqueza y la ostentación no aparecen tipificadas, por ahora, como delitos en el Código Penal. Y puede que tenga razón. Ni siquiera está claro, cabe argumentar desde esta opulenta perspectiva, que nadar en la abundancia sea pecado. De lo contrario, los confesores habrían de dar horas extras.

Pero de lo que se trata no es de tasar la fortuna, ni de efectuar un exhaustivo informe pericial de las cuentas corrientes de Roca. Lo que se espera es poder averiguar si esa privilegiada posición social ha engordado a su paso por Marbella con inyecciones de capital de dudosa procedencia.

Lo que hay que dirimir es si, en su cometido como contratado de lujo en el municipio, ha manejado a su antojo convenios y comisiones. Lo que, en concreto quiere saber el juez -quién sabe si por un descuido del acusado- es si se ha producido alguna fuga de dinero a paraísos fiscales en el extranjero, a esas islas de exóticos nombres. En fin, minucias.

Está claro que por una ostentación más o menos no te van a poner una multa. Antes te sancionan por un mal aparcamiento. Esa no es la cuestión. La cosa, lo verdaderamente trascendente, es determinar dónde está la pasta gansa, la tremenda cantidad de millones, que en pocos años se evaporó de la Tesorería del Ayuntamiento de Marbella. Por arte de birlibirloque no fue, seguro. Birlada, tal vez. Que fuera en un Seat Panda o en un Mercedes 500 superlujo y con todos los extras, es lo de menos.
MANUEL BELLIDO MORA
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