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Trescientas pipas y dos perros

Según la aburrida enciclopedia: Ciudad española. Capital de la provincia homónima, en la comunidad autónoma de Andalucía. Está situada en el centro de la comarca Vega de Granada, a una altitud de 738 metros sobre el nivel del mar, en una amplia depresión intrabética formada por el río Genil y en el pie demonte del macizo más alto de la península Ibérica, Sierra Nevada, que condiciona su climatología.

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En el escudo municipal ostenta los títulos de «Muy noble, muy leal, nombrada, grande, celebérrima y heroica ciudad de Granada». Constituye un núcleo receptor de turismo, debido a sus monumentos y a la cercanía de su estación de esquí profesional, la zona histórica conocida como La Alpujarra y la parte de la costa granadina conocida como Costa Tropical.

De entre sus construcciones históricas, la Alhambra es una de las más importantes del país, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984, junto con el jardín del Generalife y el Albaicín. Su catedral está considerada como la primera iglesia renacentista de España.

Nada sobre aquel hombre que conocí en sus calles. Su nombre es Rodrigo. Sus paseos por la calle recorrida, en Granada, eran una obligación para él. Suponían una excusa perfecta para poder disfrutar a solas de su verdadera pasión: fumar en pipa. Sería más correcto decir fumar en pipas, ya que poseía una gran colección. Si dijera que poseía doscientas me quedaría corto.

Le encantaba observar los escaparates y sus luces brillantes. Las mujeres que sonreían al oír sus piropos, los niños que acudían a él para sus partidos de los domingos. A pesar de su edad, Rodrigo conservaba un gran sentido del humor. El primer paso para lograr la eterna juventud.

El ritual rara vez sufría modificaciones. Su día comenzaba a eso de las siete de la mañana. Una vez bebido el primer café del día, bajaba a pasear a sus dos perros.

Compraba el periódico, ponía a parir a este o aquel político impresentable que jugaba con su pensión. De vuelta a casa, entraba en su taller particular. Madera o metal. El material daba lo mismo. Era capaz de trasformar cualquier objeto insignificante en una pipa que fumar, una pipa que añadir a su extensa colección.

Era todo un artista. No escondía sus pequeñas obras maestras. A la mínima ocasión invitaba a cualquiera a visitar su museo. Nadie quedaba indiferente. Cabezas de gato, sirenas, calabazas, cualquier motivo era digno de adornar la cazuelilla.

Era feliz con el humo que se pegaba a su ropa, a sus manos. Podríamos decir que se convirtió en el único amigo de verdad que tuvo en toda su vida.
CARLOS SERRANO
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