Si algo está poniendo en claro la catástrofe de las centrales nucleares de Japón es que, cuando los riesgos se materializan, la demagogia tiene que hacer mutis por el foro. Por muchas explicaciones técnicas, comprobaciones exhaustivas y medidas de actuación que se dispongan para garantizar la seguridad de estas centrales, la verdad es que la radiación campa incontrolada y amenaza por contaminar hasta los caladeros marinos donde extraemos los peces de nuestra alimentación, aunque los presumamos alejados de todo peligro.
En realidad, nadie sabe cómo contener un escape de esta naturaleza por más que se empeñen las autoridades en minimizar las consecuencias de lo que está sucediendo en Fukushima. Ni lo que se derivará de una situación de la que se desconoce realmente su alcance.
En un comentario anterior me hacía eco de las dudas que me producía el silencio en que se mantenía una más que probable contaminación del agua, cuando se estaba utilizando agua del mar para intentar enfriar los reactores. Era evidente que acabaría escapándose agua contaminada hacia el mar, poniendo en peligro la cadena trófica marina.
Con la misma cadencia de "cuenta gotas" que se está suministrando la información, ahora se airean las alarmas por la detección de radiación en la red de agua potable de Tokio, además de aconsejar a los barcos que faenan en las costas japonesas de evitar la captura de pescado y marisco. Estados Unidos ha prohibido incluso la importación de leche y verduras desde aquel país. ¿Se sabe hasta dónde alcanza la amenaza?
Organismos internaciones hacen sus cálculos y realizan comparaciones con lo acontecido en Chernóbil, sin dejar de moverse en el terreno de las especulaciones, para suponer que la emisión radiactiva en Japón es elevada, a pesar de lo cual no se atreven a formular hipótesis sobre las consecuencias. Según Eduardo Gallego, vicepresidente de la Sociedad Española de Protección Radiológica, tales estimaciones “dan idea de que se ha escapado bastante”.
De la misma manera que hace una semana no se hablaba del agua, ahora aún no se hacen pronósticos acerca de las posibles repercusiones de la radiación sobre las personas. Pasarán años, con toda seguridad, antes de que surjan informaciones sobre alteraciones en el organismo y enfermedades provocadas por la exposición a dosis elevadas y mantenidas de radiactividad, aunque la experiencia de otros accidentes demuestra la relación entre la aparición de determinados tipos de cánceres y esa exposición.
Son riegos reales que se escamotean a los ciudadanos, aunque las autoridades son conscientes de su existencia, tal vez con la mejor intención de no causar el pánico. Sin embargo, el uso de la energía nuclear acarrea peligros inmanejables sobre los que ha de tener conocimiento la población que se expone a ellos.
No hay que esperar a sufrir una catástrofe de esta naturaleza para percatarse de su existencia y, lo que es peor, comprobar cómo se han escamoteado datos imprescindibles para adoptar con responsabilidad la decisión de vivir al lado de una central nuclear. Es decir, hay que evitar toda demagogia cuando se habla de los peligros de las centrales nucleares.
En realidad, nadie sabe cómo contener un escape de esta naturaleza por más que se empeñen las autoridades en minimizar las consecuencias de lo que está sucediendo en Fukushima. Ni lo que se derivará de una situación de la que se desconoce realmente su alcance.
En un comentario anterior me hacía eco de las dudas que me producía el silencio en que se mantenía una más que probable contaminación del agua, cuando se estaba utilizando agua del mar para intentar enfriar los reactores. Era evidente que acabaría escapándose agua contaminada hacia el mar, poniendo en peligro la cadena trófica marina.
Con la misma cadencia de "cuenta gotas" que se está suministrando la información, ahora se airean las alarmas por la detección de radiación en la red de agua potable de Tokio, además de aconsejar a los barcos que faenan en las costas japonesas de evitar la captura de pescado y marisco. Estados Unidos ha prohibido incluso la importación de leche y verduras desde aquel país. ¿Se sabe hasta dónde alcanza la amenaza?
Organismos internaciones hacen sus cálculos y realizan comparaciones con lo acontecido en Chernóbil, sin dejar de moverse en el terreno de las especulaciones, para suponer que la emisión radiactiva en Japón es elevada, a pesar de lo cual no se atreven a formular hipótesis sobre las consecuencias. Según Eduardo Gallego, vicepresidente de la Sociedad Española de Protección Radiológica, tales estimaciones “dan idea de que se ha escapado bastante”.
De la misma manera que hace una semana no se hablaba del agua, ahora aún no se hacen pronósticos acerca de las posibles repercusiones de la radiación sobre las personas. Pasarán años, con toda seguridad, antes de que surjan informaciones sobre alteraciones en el organismo y enfermedades provocadas por la exposición a dosis elevadas y mantenidas de radiactividad, aunque la experiencia de otros accidentes demuestra la relación entre la aparición de determinados tipos de cánceres y esa exposición.
Son riegos reales que se escamotean a los ciudadanos, aunque las autoridades son conscientes de su existencia, tal vez con la mejor intención de no causar el pánico. Sin embargo, el uso de la energía nuclear acarrea peligros inmanejables sobre los que ha de tener conocimiento la población que se expone a ellos.
No hay que esperar a sufrir una catástrofe de esta naturaleza para percatarse de su existencia y, lo que es peor, comprobar cómo se han escamoteado datos imprescindibles para adoptar con responsabilidad la decisión de vivir al lado de una central nuclear. Es decir, hay que evitar toda demagogia cuando se habla de los peligros de las centrales nucleares.
DANIEL GUERRERO