En una de mis colaboraciones de la sección Negro sobre blanco realicé una breve semblanza de uno de los valores humanos, como es el de la amistad, que creo fundamental para todos nosotros, puesto que si es sincera a partir de ella desplegamos nuestras mejores cualidades.
Respondiendo a ese artículo, un lector escribía lo siguiente: “El buen amigo no anula al otro sino que lo potencia, es su compañero y un facilitador de sus muchas posibilidades… Si alguien encuentra a una persona así en este pueblo de envidiosos redomados que me lo diga, porque yo llevo 47 años buscando y no he visto a nadie que se acerque ni por asomo”.
Estoy de acuerdo con la primera parte de lo escrito, en el sentido de que los amigos sienten de fondo un cariño y una admiración entre ambos, relación en la que la envidia no tiene cabida. Sin embargo, con respecto a la segunda parte, realizaré una afirmación y expondré una interrogante: es verdad que donde existe la envidia resulta imposible que surja una sincera amistad, puesto que ésta se basa en la mutua confianza y en una noble lealtad; ahora, conviene preguntarse: ¿es Montilla un pueblo de envidiosos redomados como afirmaba este comunicante?
Cierto que en los seres humanos anidan pasiones opuestas, como es el caso de la envidia que se contrapone no solo a la amistad sino a otros muchos valores positivos: sinceridad, tolerancia, humildad, capacidad de admiración... Y puesto que ha sido realizada una afirmación polémica en la que conviene detenerse, nos acercaremos en esta ocasión a una de las pasiones más negras, caso de la envidia, que habita en lo más hondo de las personas.
Pero antes de abordarla, quizás, amigo lector / amiga lectora, te preguntes a cuento de qué me introduzco en estos temas que serían más bien campo de estudio de psicólogos o de psiquiatras, pero no de un arquitecto que trabaja actualmente como profesor de la universidad.
Lo cierto es que siempre he creído que para transformar la sociedad en la que vivimos no basta con cambiar las estructuras sociales injustas sino que también es necesario que las personas cambiemos para que sea posible conocer un mundo mejor del que vivimos.
De todos modos, no bastan el deseo y la buena voluntad para escribir sobre temas con trasfondo psicológico; es necesario haber reflexionado y estudiado sobre ellos para tener una opinión bien fundamentada.
Sobre esta base, hace años, cuando me iba a embarcar en la tesis doctoral, me asaltó la duda: ¿la hago en arquitectura, que me sería más fácil, o en el ámbito de la pedagogía? Opté por la segunda opción, puesto que ya estaba trabajando en la universidad, por lo que la realicé con un tema relacionado con “las ideas de la paz y la violencia en los estudiantes”, tomando el dibujo libre como instrumento de investigación.
A partir de este trabajo, que me llevó varios años, salieron a flote los valores y las pasiones humanas como trasfondo de los conflictos humanos. Ello me llevó a profundizar en ambos para poder defender mi trabajo ante el tribunal que lo iba a enjuiciar. Esa es, pues, la razón por la que en ocasiones aborde estos temas, no solo porque personalmente me interesan sino también porque he investigado sobre ellos.
Y antes de comenzar os pido disculpas por si estos artículos son algo teóricos, y pareciera que no encajan bien en un diario como es Montilla Digital que se presta a trabajos más livianos.
De todos modos, intentaré no ponerme muy pesado, dividiendo el tema en varias entregas y alternándolos con otros que sean más digeribles. Con todo, me gustaría saber vuestra opinión, puesto que tanto de los valores como de las pasiones todos tenemos unas ideas más o menos sólidas.
Y ahora respondiendo al lector que manifestaba su descontento con los montillanos, puesto que los consideraba “envidiosos redomados”, no voy a cuestionarle para quedar bien con el diario, los amigos y la gente que me lee en Montilla, sino que pienso que la envidia, como veremos, es una pasión individual que, además, se oculta, pues causa vergüenza en quien la siente, buscando por todos los medios disimularla.
Entonces, si es un sentimiento tan rechazable, podemos preguntarnos de dónde surge y si todos la padecemos, al igual que sufrimos, en mayor o menor medida, otros sentimientos negativos como pudieran ser el odio, el egoísmo, el resentimiento, los deseos de venganza, etc.
Con respecto a la envidia habría que indicar que sus raíces, al igual que en otros sentimientos y pasiones, proceden del egocentrismo con el que todas las personas nos formamos en la infancia.
El término "egocentrismo" hay que entenderlo como parte del desarrollo humano, especialmente en los primeros años de la vida, en el sentido de que todo lo que le interesa al niño se encuentra relacionado con él mismo, sin tener en cuenta lo que concierne a los demás.
De forma concreta, el egocentrismo infantil fue estudiado por el psicólogo suizo Jean Piaget, afirmando que el niño, en las edades más pequeñas, no logra establecer una diferenciación entre el yo y el no-yo, o sea, entre el sujeto y los objetos.
Este egocentrismo puede derivar hacia sentimientos y actitudes de egoísmo, lo que sería una deformación psicológica y moral de aquel sentimiento primario. Deben ser los padres, con su función educadora, los que eviten que el egocentrismo se convierta en egoísmo. De ahí la importancia de corregirle y decirle “no” cuando desea todo para él o ser el centro del grupo.
Es fundamental evitar que afiancen en su personalidad incipiente las emociones y los sentimientos más negativos. Hemos de tener en cuenta que uno de los aspectos más complicados de la educación es la enseñanza de la igualdad, pues implica que el pequeño tiene que ir cediendo parcelas de ese “quererlo todo para sí” a tener en cuenta a los demás, y asumir, a su escala, que los otros también poseen derechos e intereses similares a los suyos.
Como podremos ver, este lento aprendizaje no elimina ese sentimiento básico de los seres humanos de querer ser el centro de las atenciones, pero, con una educación insistente, se logran afianzar también sentimientos de altruismo, como son la generosidad, la solidaridad, la compasión y la empatía.
El egocentrismo, con el que todos nacemos, empieza a ser un problema cuando se transforma en un sentimiento que domina al individuo y forma parte significativa de su personalidad.
Cuando se llega a esta situación, la envidia, como sentimiento ligado a un intenso egoísmo, no es sólo una pasión negativa, que el propio sujeto que la padece puede percibir dentro de sí, aunque como he indicado intenta negársela y ocultarla a los demás, sino que se transforma en actuación negativa con respecto a la persona envidiada, que se convierte en objeto a derrocar o destruir.
La envidia como pasión que domina a muchos de los seres humanos fue bien estudiada desde la antigüedad. Ya en los escritos de los primeros filósofos griegos la encontramos como tema de preocupación.
Así, Aristóteles, el fundador de la filosofía occidental, la analiza de forma pormenorizada en la obra que escribió dirigida a su hijo, y que con el título de Ética a Nicómaco ha llegado hasta nosotros. De manera resumida, asocia al envidioso con el personaje que utiliza la mentira y la maledicencia para atacar y destruir al adversario.
Aunque el filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca, en sus escritos dirigidos a su amigo Lucilio, no habla directamente de la envidia como una de las pasiones del ser humano, sí escribe sobre las conductas motivadas por este sentimiento. Así, le advierte: “Te equivocas si te fías del rostro de los que se presentan como bondadosos: tienen cara de hombre, pero alma de fiera; pero en las fieras solo el primer ataque es peligroso, no persiguen a los que pasan de largo; cuando atacan es siempre obligadas por el hambre o por el miedo. El envidioso no parará hasta ver destruido al que envidia”.
Por último, y en esta primera parte sobre el tema de la envidia, quisiera traer a colación al escritor, político y orador romano Marco Tulio Cicerón, que, en su obra De amicitia, la aborda como una relación directa entre el envidioso y el envidiado, pues sin este último no es posible la existencia de la envidia. Cicerón sostenía que el fin último que busca el sujeto dominado por esta pasión es hacer odioso a la vista de los demás a la persona envidiada.
Respondiendo a ese artículo, un lector escribía lo siguiente: “El buen amigo no anula al otro sino que lo potencia, es su compañero y un facilitador de sus muchas posibilidades… Si alguien encuentra a una persona así en este pueblo de envidiosos redomados que me lo diga, porque yo llevo 47 años buscando y no he visto a nadie que se acerque ni por asomo”.
Estoy de acuerdo con la primera parte de lo escrito, en el sentido de que los amigos sienten de fondo un cariño y una admiración entre ambos, relación en la que la envidia no tiene cabida. Sin embargo, con respecto a la segunda parte, realizaré una afirmación y expondré una interrogante: es verdad que donde existe la envidia resulta imposible que surja una sincera amistad, puesto que ésta se basa en la mutua confianza y en una noble lealtad; ahora, conviene preguntarse: ¿es Montilla un pueblo de envidiosos redomados como afirmaba este comunicante?
Cierto que en los seres humanos anidan pasiones opuestas, como es el caso de la envidia que se contrapone no solo a la amistad sino a otros muchos valores positivos: sinceridad, tolerancia, humildad, capacidad de admiración... Y puesto que ha sido realizada una afirmación polémica en la que conviene detenerse, nos acercaremos en esta ocasión a una de las pasiones más negras, caso de la envidia, que habita en lo más hondo de las personas.
Pero antes de abordarla, quizás, amigo lector / amiga lectora, te preguntes a cuento de qué me introduzco en estos temas que serían más bien campo de estudio de psicólogos o de psiquiatras, pero no de un arquitecto que trabaja actualmente como profesor de la universidad.
Lo cierto es que siempre he creído que para transformar la sociedad en la que vivimos no basta con cambiar las estructuras sociales injustas sino que también es necesario que las personas cambiemos para que sea posible conocer un mundo mejor del que vivimos.
De todos modos, no bastan el deseo y la buena voluntad para escribir sobre temas con trasfondo psicológico; es necesario haber reflexionado y estudiado sobre ellos para tener una opinión bien fundamentada.
Sobre esta base, hace años, cuando me iba a embarcar en la tesis doctoral, me asaltó la duda: ¿la hago en arquitectura, que me sería más fácil, o en el ámbito de la pedagogía? Opté por la segunda opción, puesto que ya estaba trabajando en la universidad, por lo que la realicé con un tema relacionado con “las ideas de la paz y la violencia en los estudiantes”, tomando el dibujo libre como instrumento de investigación.
A partir de este trabajo, que me llevó varios años, salieron a flote los valores y las pasiones humanas como trasfondo de los conflictos humanos. Ello me llevó a profundizar en ambos para poder defender mi trabajo ante el tribunal que lo iba a enjuiciar. Esa es, pues, la razón por la que en ocasiones aborde estos temas, no solo porque personalmente me interesan sino también porque he investigado sobre ellos.
Y antes de comenzar os pido disculpas por si estos artículos son algo teóricos, y pareciera que no encajan bien en un diario como es Montilla Digital que se presta a trabajos más livianos.
De todos modos, intentaré no ponerme muy pesado, dividiendo el tema en varias entregas y alternándolos con otros que sean más digeribles. Con todo, me gustaría saber vuestra opinión, puesto que tanto de los valores como de las pasiones todos tenemos unas ideas más o menos sólidas.
Y ahora respondiendo al lector que manifestaba su descontento con los montillanos, puesto que los consideraba “envidiosos redomados”, no voy a cuestionarle para quedar bien con el diario, los amigos y la gente que me lee en Montilla, sino que pienso que la envidia, como veremos, es una pasión individual que, además, se oculta, pues causa vergüenza en quien la siente, buscando por todos los medios disimularla.
Entonces, si es un sentimiento tan rechazable, podemos preguntarnos de dónde surge y si todos la padecemos, al igual que sufrimos, en mayor o menor medida, otros sentimientos negativos como pudieran ser el odio, el egoísmo, el resentimiento, los deseos de venganza, etc.
Con respecto a la envidia habría que indicar que sus raíces, al igual que en otros sentimientos y pasiones, proceden del egocentrismo con el que todas las personas nos formamos en la infancia.
El término "egocentrismo" hay que entenderlo como parte del desarrollo humano, especialmente en los primeros años de la vida, en el sentido de que todo lo que le interesa al niño se encuentra relacionado con él mismo, sin tener en cuenta lo que concierne a los demás.
De forma concreta, el egocentrismo infantil fue estudiado por el psicólogo suizo Jean Piaget, afirmando que el niño, en las edades más pequeñas, no logra establecer una diferenciación entre el yo y el no-yo, o sea, entre el sujeto y los objetos.
Este egocentrismo puede derivar hacia sentimientos y actitudes de egoísmo, lo que sería una deformación psicológica y moral de aquel sentimiento primario. Deben ser los padres, con su función educadora, los que eviten que el egocentrismo se convierta en egoísmo. De ahí la importancia de corregirle y decirle “no” cuando desea todo para él o ser el centro del grupo.
Es fundamental evitar que afiancen en su personalidad incipiente las emociones y los sentimientos más negativos. Hemos de tener en cuenta que uno de los aspectos más complicados de la educación es la enseñanza de la igualdad, pues implica que el pequeño tiene que ir cediendo parcelas de ese “quererlo todo para sí” a tener en cuenta a los demás, y asumir, a su escala, que los otros también poseen derechos e intereses similares a los suyos.
Como podremos ver, este lento aprendizaje no elimina ese sentimiento básico de los seres humanos de querer ser el centro de las atenciones, pero, con una educación insistente, se logran afianzar también sentimientos de altruismo, como son la generosidad, la solidaridad, la compasión y la empatía.
El egocentrismo, con el que todos nacemos, empieza a ser un problema cuando se transforma en un sentimiento que domina al individuo y forma parte significativa de su personalidad.
Cuando se llega a esta situación, la envidia, como sentimiento ligado a un intenso egoísmo, no es sólo una pasión negativa, que el propio sujeto que la padece puede percibir dentro de sí, aunque como he indicado intenta negársela y ocultarla a los demás, sino que se transforma en actuación negativa con respecto a la persona envidiada, que se convierte en objeto a derrocar o destruir.
La envidia como pasión que domina a muchos de los seres humanos fue bien estudiada desde la antigüedad. Ya en los escritos de los primeros filósofos griegos la encontramos como tema de preocupación.
Así, Aristóteles, el fundador de la filosofía occidental, la analiza de forma pormenorizada en la obra que escribió dirigida a su hijo, y que con el título de Ética a Nicómaco ha llegado hasta nosotros. De manera resumida, asocia al envidioso con el personaje que utiliza la mentira y la maledicencia para atacar y destruir al adversario.
Aunque el filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca, en sus escritos dirigidos a su amigo Lucilio, no habla directamente de la envidia como una de las pasiones del ser humano, sí escribe sobre las conductas motivadas por este sentimiento. Así, le advierte: “Te equivocas si te fías del rostro de los que se presentan como bondadosos: tienen cara de hombre, pero alma de fiera; pero en las fieras solo el primer ataque es peligroso, no persiguen a los que pasan de largo; cuando atacan es siempre obligadas por el hambre o por el miedo. El envidioso no parará hasta ver destruido al que envidia”.
Por último, y en esta primera parte sobre el tema de la envidia, quisiera traer a colación al escritor, político y orador romano Marco Tulio Cicerón, que, en su obra De amicitia, la aborda como una relación directa entre el envidioso y el envidiado, pues sin este último no es posible la existencia de la envidia. Cicerón sostenía que el fin último que busca el sujeto dominado por esta pasión es hacer odioso a la vista de los demás a la persona envidiada.
AURELIANO SÁINZ