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Hay guerras justas

El Diccionario de la RAE, en su acepción segunda, define la justicia como “derecho, razón o equidad”, tres palabras entendibles en lo fundamental y que, según su significado, a mí me lleva a declarar que hubo, hay y habrá siempre guerras justas. Además, entiendo por justicia como la puerta que abre la esperanza; el derecho a gozar de la dignidad innegociable que nos merecemos como seres humanos. El derecho a vivir en paz, en libertad. El derecho a ser dueños de nuestro destino, sin cortapisas ni tiranos que nos amputen las alas de nuestros sueños quiméricos.

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FOTO: GORAN TOMASEVIC (REUTERS)

Nunca creeré que una guerra sea moral. Jamás. Nunca encontraré en mi léxico palabras que las puedan amparar. Condeno la alta tecnología militar producida y subvencionada por los estados. No tolero el negocio militar que mueve miles de millones de dólares y que ha armado, arma y seguirá armando a dictadores y naciones bajo la excusa de la “seguridad nacional”.

Recuerdo que a la primera manifestación que acudí, con 11 años, fue la que se celebró contra el exterminio serbio en la antigua Yugoslavia. Era mi cita obligada de cada sábado. Soy pacifista. Humanista. Nada cambia en mi concepción interior ni en mi esqueleto ideológico si digo -sin complejos y seguro de que estoy defendiendo lo mismo que hice con 11 años- que considero que la guerra o el ataque a Libia –llámenlo como quieran- me parece justa, necesaria, oportuna y que puede abrir la esperanza para que los libios acaricien su utopía y puedan vivir en democracia.

Existe un progresismo que se equivoca cuando compara a Irak con Libia. No es lo mismo. Ni siquiera se parecen. Los iraquíes no se levantaron contra la tiranía de Sadam Husein; los libios, sin embargo, quieren repetir la gesta de sus vecinos de Egipto y Túnez.

Igualmente, existe una derecha oportunista y cínica que quiere defender el ataque a Libia con los argumentos del “no”. Una derecha que en el Congreso de los Diputados vota “sí” a la intervención de España pero que dialécticamente dice “no” a que ayudemos a la liberación del pueblo libio.

Si se vota “sí”, se ha de argumentar en favor del “sí” y no tratar de que la historia absuelva a Aznar del apoyo que brindó al ataque inmoral que estuvo a punto de romper la construcción europea. No es lo mismo una intervención liderada por solo cuatro países –Portugal, Reino Unido, España y EE UU- que una que cuenta con el beneplácito de la comunidad internacional.

En Irak nunca se hallaron las “armas de destrucción masiva”; Gadafi quiere destruir masivamente a su pueblo. En 2003 no hubo una resolución de la ONU que amparara bajo la legalidad internacional una intervención militar; ahora existe un dictamen internacional aprobado en el Consejo de Seguridad de la ONU.

La Liga Árabe -agrupación de los países árabes y pieza fundamental para garantizar la estabilidad en la zona- nunca dio su visto bueno al ataque del Trío de las Azores. Por el contrario, ahora ha sido una pieza fundamental para que la comunidad internacional haya decidido actuar contra Gadafi.

Defiendo el ataque a Gadafi porque me asiste la razón y la justicia. Porque es una guerra basada en la legalidad internacional. Porque me hubiera gustado que Europa hubiera intervenido en España para salvar la República Española y nos hubiera evitado 40 años de represión, de cárcel, de desaparecidos, de juicios sumarísimos y de oscuridad.

Apoyo la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas porque soy un europeo y un europeísta entusiasta que le emociona cómo mi continente salvó a los alemanes del nazismo. Porque gracias a la guerra justa que libró Europa contra Hitler pudimos evitar, en la medida de lo posible, que el mal hitleriano ganara sobre el bien.

Digo sí a la resolución 1973 de la ONU porque no quiero que nos volvamos a lamentar, como nos pasó en los noventa con Sarajevo, del sufrimiento de un pueblo ante nuestra atónita inacción.

Sí a una intervención legal y multilateral porque no me gustaría que ocurriera en Libia lo que sucedió en Ruanda, donde más de un millón de tutsis fueron exterminados por el gobierno hutu. En Ruanda pudo ganar el mal porque los hombres y mujeres buenos callamos y les dimos la espalda a los tutsis.

Soy socialdemócrata convencido y radical, europeísta militante, internacionalista por vocación, humanista de nacimiento y formación, milito en la vida y mi compromiso es con la utopía. Por todo ello, digo “sí” la resolución 1973 de la ONU. Hay guerras justas cuando de lo que se trata es de abrir las avenidas por donde puedan circular los hombres y mujeres libres.

Decía Edmund Burke que “para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada”. No permitamos que sigan ganando los mismos contra los de siempre.
RAÚL SOLÍS
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