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Dibujos animados

En mi infancia, los dibujos animados –fantasías animadas de ayer y hoy- eran historietas destinadas a los niños con las que, entre risas y aventuras, se inculcaba un determinado orden social y sus valores dominantes. Es posible que no tuvieran esa intención predeterminada, pero desde luego la visión que ofrecían era la de una sociedad machista, occidental y consumista, muy concordante con el “american way of life” de donde procedían la mayoría de ellos.

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Ningún personaje de aquellas caricaturas, por muchos superpoderes que tuviera, discutía el Poder establecido. Antes al contrario, Popeye, Supermán, Batman, El Guerrero del antifaz, Roberto Alcázar, etc., luchaban contra unos malvados cuya ambición o maldad ponía el peligro el sistema en su afán por erosionarlo o saquearlo. Incluso Don Gato y su pandilla, Silvestre, El oso Yogui y demás gamberros necesitaban a la imprescindible autoridad para instaurar el orden y corregir los excesos.

Pero lo que las tiras cómicas medio revelaban, en las películas de dibujitos quedaba bastante explícito: la ideología que rezumían -y rezumen- esas historietas son reflejo del contexto político, cultural, social y económico de la época, con la que transmitían -y transmiten- unas creencias y valores predominantes a los consumidores de las mismas.

Con ellas, los niños aprendimos algo más que a reirnos y entretenernos: comprendimos el mundo según un modelo preciso. Es algo perceptible en las películas de Walt Disney, cuyas Cenicienta, El libro de la selva, 101 dálmatas, Pocahontas, etc., constituyen los mayores y más eficaces instrumentos para difundir y propagar el sometimiento a determinadas estructuras sociales y al sistema político-económico imperante.

Ningún héroe o superhéroe cuestionará jamás en estas aventuras el mundo en el que se halla inserto, tan parecido a cualquier metrópolis norteamericana, aunque se denuncien sus abusos y desvíos por parte, claro está, de algún malévolo truhán.

La ternura de la historia, su fácil trama y la perfección de su realización adecuan un mayor alcance de unos mensajes que en modo alguno son ajenos a la conformación de un modelo cultural y social homogéneo, acorde con los intereses del sistema capitalista de mercado. Son películas que se inscriben en una cultura de masas que posibilita la aceptación y el mantenimiento del sistema imperante.

Hoy día parece que los tiempos han evolucionado y los dibujitos buscan con más énfasis a usuarios adultos. Existen en la actualidad historietas que utilizan un vocabulario y unas actitudes que aparentemente se apartan de lo que la educación y la cortesía aconsejan.

Los Simpson, South Park y otros ejemplos lindan lo “políticamente” permitido y basan su éxito en la provocación y el exabrupto. No aportan nada nuevo salvo la actualización de una moral colectiva que abandona en las formas, que no en el fondo, la pacatería con que se cubría.

Los peligros de la energía nuclear, las relaciones homosexuales y el lenguaje soez, entre otros, son meros elementos que enlazan con nuestra realidad un discurso que sigue manteniendo la más conservadora de las actitudes: esto es lo que hay, “That´s folk!”, amigos.
DANIEL GUERRERO
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