Para la elaboración de este artículo he seguido el hilo conductor de las distintas informaciones aparecidas en la prensa nacional, para no elucubrar alegremente sobre un tema tan serio y de tanto alcance. Estamos presenciando cómo el sur del Mediterráneo se “remueve”: Túnez y Egipto, de forma abierta y convulsiva; el resto de países, de forma soterrada y tímida.
Las preguntas ante esta situación son múltiples: ¿son realmente los jóvenes, deseosos de un cambio, los que se mueven y contagian al resto del pueblo? ¿Esas juventudes se mueven porque quieren democracia? ¿Es posible la democracia, como la entendemos en Occidente, en estos pueblos fuertemente mediatizados por la religión? Ya sé que son muchas preguntas para un tema que nos coge de pasada, pero que sin embargo está más cercano de lo que nosotros creemos y nos puede afectar más de lo que podamos pensar.
No podemos obviar que, tanto Ben Alí como Mubarak, los dos mandatarios seriamente cuestionados por su pueblo, permanecen en el poder desde hace mucho tiempo, al igual que Gadafi o Abdalá bin Abdelaziz, que de momento parece que no se les plantean serias dificultades. En líneas generales podríamos afirmar que la calle está despertando en todos estos países de la franja sur del Mediterráneo.
En enero ha habido movimientos juveniles, tanto en Argelia como en Marruecos y Libia, aunque han sido muy tímidos y rápidamente controlados. A pesar de la corrupción generalizada, el empobrecimiento galopante y la falta de perspectivas para la juventud y sobre todo para los muchos universitarios, parece que de momento no habrá insurrecciones en ellos.
Los gobiernos actuales, para permanecer en el poder, prometerán reformas que satisfagan lo más posible las reivindicaciones y seguirán sin comprender que es el cambio político lo que el pueblo exige. La pregunta es ¿hasta cuándo conseguirán controlar los posibles movimientos de la calle? Una cosa es cierta, gracias a lo que ocurre en Túnez y en Egipto, los pueblos de la franja del Mediterráneo saben ya dónde están sus verdaderas fuerzas. Nada será ya como antes.
Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto y Arabia Saudí son naciones todas ellas alfabetizadas a algo más del 50 por ciento -menos en Arabia Saudí, donde la alfabetización llega casi al 79 por ciento-. Todos ellos tienen un alto censo de población juvenil y el paro ronda en estos países el 10 por ciento -menos en Túnez y en Libia, que está sobre un 33 por ciento-.
La nota común a todos ellos es que en casi un 99 por ciento de sus habitantes son musulmanes. Se da el caso de que en Arabia Saudí, gobernada por una monarquía casi medieval que se resiste a cualquier cambio, están los lugares santos del Islam y defienden la interpretación más radical de esta religión.
Todo el norte de África, que da al Mediterráneo, con todos los problemas que puedan tener, se mantiene en alerta y tiene muy preocupados a EEUU y a Europa. Indudablemente son preocupaciones muy interesadas, por ambas partes.
Un nuevo rumbo de Egipto, no controlado por Occidente, podría ser fatal para la estabilidad de la zona y acarrear serias dificultades para EEUU e Israel y, de paso, para el resto de Occidente, si tenemos en cuenta que Arabia Saudí tiene enormes reservas de petróleo, detalle éste que agravaría un poco más la crisis en la que estamos sumidos.
¿Realmente quién mueve esta parte del mundo musulmán? ¿En el trasfondo de todo este movimiento están los Hermanos Musulmanes? El objetivo tradicional de los Hermanos Musulmanes es implantar un estado islámico en Egipto basado en la sharia y en el rechazo a la influencia occidental en el país.
Religión y Estado son inseparables para ellos. Son, pues, pioneros del islamismo político en todo el mundo árabe y los inspiradores de muchos de los grupos islámicos radicales. Ante el rechazo político que han sufrido, se han dedicado a crear una red de servicios sociales (educativos, sanitarios, deportivos) sustituyendo así las carencias del Estado y consiguiendo atraer al movimiento a las masas depauperadas. Actualmente, la captación de adeptos se surte de la clase media, cada vez más emergente.
A los Hermanos Musulmanes -ellos han sido los primeros sorprendidos- los necesita ahora el vicepresidente egipcio, Omar Suleiman, cuando siempre los han presentado como “una asociación radical que pretende imponer un régimen islámico al estilo iraní, agrupación islámica, políticamente reformista y moralmente ultraconservadora, consigue con esta negociación una legitimación sin precedentes”.
La pregunta obligada es: ¿se mantendrán en la moderación y en seguir al lado de los jóvenes para conseguir una mejor situación económica y social para todos y sobre todo un cambio político?
En la actual revuelta egipcia, los Hermanos Musulmanes han tenido un especial interés en mostrar su cara más moderada, su voluntad de diálogo y su disposición a formar parte del nuevo Egipto democrático, como una fuerza política más.
Sin embargo, no lo olvidemos, su objetivo es el regreso de Egipto y de los demás países musulmanes a una aplicación estricta y literal de la sharia o ley islámica. "El Islam es religión y Estado, libro y espada, toda una forma de vida".
Por ejemplo, han declarado abiertamente su rechazo a que una mujer o un cristiano puedan ocupar la presidencia del país e, incluso, del Gobierno. Además, han llegado a proponer la creación de un “órgano consultivo creado por ulemas”, lo que muchos han visto como un intento de imponer una tutela islámica.
Desde la ilegalidad, en la que han permanecido bastantes años, han conseguido reislamizar Egipto. ¿Si Egipto no se democratiza hay serias posibilidades de que se radicalicen, aunque prediquen que la violencia sólo es legítima para defender una tierra musulmana de un ataque extranjero?
¿Y en Túnez? ¿La muerte del joven Mohamed Bouazizi servirá para algo? Según los analistas, la rebelión es más social y económica que política. Pobreza, paro, falta de alternativas vitales son algunas de las causas subyacentes en esta rebelión.
"Por primera vez en una generación, no es la religión, ni la aventura de un líder único, ni las guerras contra Israel, lo que ha puesto las pilas a una región, sino el deseo visceral de una vida decente". En este caso, los manifestantes pedían libertad, democracia y elecciones con pluralidad de partidos. Dicho sencillamente, querían verse libres de la corrompida familia gobernante, ladrona y déspota.
En Túnez, la nueva generación de jóvenes no está motivada por la religión o la ideología, sino por la aspiración a una transición pacífica hacia un Gobierno decente, democrático y "normal". Tan solo quieren ser como los demás. Son las dos caras de una moneda bastante confusa y difícil de prever sus consecuencias.
En Túnez, de momento, el dictador ha salido con el rabo entre las piernas. Veremos qué hace y cómo actúa en los próximos meses el Gobierno. En Egipto han puesto contra las cuerdas a Hosni Mubarak, un dirigente aferrado al poder desde hace 30 años, aunque éste ha dicho que no se va hasta las próximas elecciones de septiembre.
¿Aguantarán los manifestantes, que reiteradamente y en actitud pacífica piden que el presidente se marche? ¿Asistiremos, en los próximos meses a un efecto dominó en la zona? ¿Gadafi, Buteflika y Mohamed VI podrán dormir tranquilos?
Las preguntas ante esta situación son múltiples: ¿son realmente los jóvenes, deseosos de un cambio, los que se mueven y contagian al resto del pueblo? ¿Esas juventudes se mueven porque quieren democracia? ¿Es posible la democracia, como la entendemos en Occidente, en estos pueblos fuertemente mediatizados por la religión? Ya sé que son muchas preguntas para un tema que nos coge de pasada, pero que sin embargo está más cercano de lo que nosotros creemos y nos puede afectar más de lo que podamos pensar.
No podemos obviar que, tanto Ben Alí como Mubarak, los dos mandatarios seriamente cuestionados por su pueblo, permanecen en el poder desde hace mucho tiempo, al igual que Gadafi o Abdalá bin Abdelaziz, que de momento parece que no se les plantean serias dificultades. En líneas generales podríamos afirmar que la calle está despertando en todos estos países de la franja sur del Mediterráneo.
En enero ha habido movimientos juveniles, tanto en Argelia como en Marruecos y Libia, aunque han sido muy tímidos y rápidamente controlados. A pesar de la corrupción generalizada, el empobrecimiento galopante y la falta de perspectivas para la juventud y sobre todo para los muchos universitarios, parece que de momento no habrá insurrecciones en ellos.
Los gobiernos actuales, para permanecer en el poder, prometerán reformas que satisfagan lo más posible las reivindicaciones y seguirán sin comprender que es el cambio político lo que el pueblo exige. La pregunta es ¿hasta cuándo conseguirán controlar los posibles movimientos de la calle? Una cosa es cierta, gracias a lo que ocurre en Túnez y en Egipto, los pueblos de la franja del Mediterráneo saben ya dónde están sus verdaderas fuerzas. Nada será ya como antes.
Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto y Arabia Saudí son naciones todas ellas alfabetizadas a algo más del 50 por ciento -menos en Arabia Saudí, donde la alfabetización llega casi al 79 por ciento-. Todos ellos tienen un alto censo de población juvenil y el paro ronda en estos países el 10 por ciento -menos en Túnez y en Libia, que está sobre un 33 por ciento-.
La nota común a todos ellos es que en casi un 99 por ciento de sus habitantes son musulmanes. Se da el caso de que en Arabia Saudí, gobernada por una monarquía casi medieval que se resiste a cualquier cambio, están los lugares santos del Islam y defienden la interpretación más radical de esta religión.
Todo el norte de África, que da al Mediterráneo, con todos los problemas que puedan tener, se mantiene en alerta y tiene muy preocupados a EEUU y a Europa. Indudablemente son preocupaciones muy interesadas, por ambas partes.
Un nuevo rumbo de Egipto, no controlado por Occidente, podría ser fatal para la estabilidad de la zona y acarrear serias dificultades para EEUU e Israel y, de paso, para el resto de Occidente, si tenemos en cuenta que Arabia Saudí tiene enormes reservas de petróleo, detalle éste que agravaría un poco más la crisis en la que estamos sumidos.
¿Realmente quién mueve esta parte del mundo musulmán? ¿En el trasfondo de todo este movimiento están los Hermanos Musulmanes? El objetivo tradicional de los Hermanos Musulmanes es implantar un estado islámico en Egipto basado en la sharia y en el rechazo a la influencia occidental en el país.
Religión y Estado son inseparables para ellos. Son, pues, pioneros del islamismo político en todo el mundo árabe y los inspiradores de muchos de los grupos islámicos radicales. Ante el rechazo político que han sufrido, se han dedicado a crear una red de servicios sociales (educativos, sanitarios, deportivos) sustituyendo así las carencias del Estado y consiguiendo atraer al movimiento a las masas depauperadas. Actualmente, la captación de adeptos se surte de la clase media, cada vez más emergente.
A los Hermanos Musulmanes -ellos han sido los primeros sorprendidos- los necesita ahora el vicepresidente egipcio, Omar Suleiman, cuando siempre los han presentado como “una asociación radical que pretende imponer un régimen islámico al estilo iraní, agrupación islámica, políticamente reformista y moralmente ultraconservadora, consigue con esta negociación una legitimación sin precedentes”.
La pregunta obligada es: ¿se mantendrán en la moderación y en seguir al lado de los jóvenes para conseguir una mejor situación económica y social para todos y sobre todo un cambio político?
En la actual revuelta egipcia, los Hermanos Musulmanes han tenido un especial interés en mostrar su cara más moderada, su voluntad de diálogo y su disposición a formar parte del nuevo Egipto democrático, como una fuerza política más.
Sin embargo, no lo olvidemos, su objetivo es el regreso de Egipto y de los demás países musulmanes a una aplicación estricta y literal de la sharia o ley islámica. "El Islam es religión y Estado, libro y espada, toda una forma de vida".
Por ejemplo, han declarado abiertamente su rechazo a que una mujer o un cristiano puedan ocupar la presidencia del país e, incluso, del Gobierno. Además, han llegado a proponer la creación de un “órgano consultivo creado por ulemas”, lo que muchos han visto como un intento de imponer una tutela islámica.
Desde la ilegalidad, en la que han permanecido bastantes años, han conseguido reislamizar Egipto. ¿Si Egipto no se democratiza hay serias posibilidades de que se radicalicen, aunque prediquen que la violencia sólo es legítima para defender una tierra musulmana de un ataque extranjero?
¿Y en Túnez? ¿La muerte del joven Mohamed Bouazizi servirá para algo? Según los analistas, la rebelión es más social y económica que política. Pobreza, paro, falta de alternativas vitales son algunas de las causas subyacentes en esta rebelión.
"Por primera vez en una generación, no es la religión, ni la aventura de un líder único, ni las guerras contra Israel, lo que ha puesto las pilas a una región, sino el deseo visceral de una vida decente". En este caso, los manifestantes pedían libertad, democracia y elecciones con pluralidad de partidos. Dicho sencillamente, querían verse libres de la corrompida familia gobernante, ladrona y déspota.
En Túnez, la nueva generación de jóvenes no está motivada por la religión o la ideología, sino por la aspiración a una transición pacífica hacia un Gobierno decente, democrático y "normal". Tan solo quieren ser como los demás. Son las dos caras de una moneda bastante confusa y difícil de prever sus consecuencias.
En Túnez, de momento, el dictador ha salido con el rabo entre las piernas. Veremos qué hace y cómo actúa en los próximos meses el Gobierno. En Egipto han puesto contra las cuerdas a Hosni Mubarak, un dirigente aferrado al poder desde hace 30 años, aunque éste ha dicho que no se va hasta las próximas elecciones de septiembre.
¿Aguantarán los manifestantes, que reiteradamente y en actitud pacífica piden que el presidente se marche? ¿Asistiremos, en los próximos meses a un efecto dominó en la zona? ¿Gadafi, Buteflika y Mohamed VI podrán dormir tranquilos?
PEPE CANTILLO