A este rincón del patio, castigado por los fríos del invierno, llegan los rumores de las revueltas en el Magreb y algunos países musulmanes y, con ellos, las dudas y las preguntas. Las prímulas están en flor –este año han florecido las azules y se han perdido las rojas- y en otras macetas empiezan a apuntar hojas nuevas. Mientras arranco la hojarasca de las gitanillas y malvachinas para dejar paso a los brotes y compruebo los estragos de la mariposa de los geranios, una cosa lleva a la otra y me pregunto qué hay detrás de lo que pasa en los jardines del Profeta.
Me gustan las teorías conspiranoicas como charla de taberna: dan para mucho, y en la medida en que se van perdiendo de encima de la mesa los medios y las medias, las teorías crecen y se desarrollan.
Quiero decir, hay condiciones objetivas más que suficientes para que todos los pueblos del Magreb, de África, del Mediterráneo Oriental y Occidental y parte del extranjero salgan a todas las calles y plazas del planeta a gritar contra sus gobernantes y contra los que, desde la sombra y los despachos de diseño, mandan a los gobernantes.
La pregunta, conspiranoica si quieren a pesar de muchos meses de agua sin gas y sin compañía, es por qué en este momento. Quiero decir, condiciones objetivas, haberlas, haylas, aunque tiranos con cara de desquiciado y políticos sesudos de Armani y corbata sigan sin creer en ellas.
Por qué ahora, y, sobre todo, para qué. Sabemos –lo dicen a cada minuto- que debemos el milagro del despertar a Facebook, Twitter y demás redes sociales. Lo dicen como si el instrumento fuera la ideología, o como si estuvieran haciendo publicidad para convencernos de algo.
Otro apunte conspiranoico (tendré que quitarme del sol… calienta como el vino de La Unión en buena compañía). Una de las películas de éxito habla de la creación de Facebook, ese instrumento que me permite el contacto con gente a la que no conozco y que tiene entre sus utilidades el vaciar de contenido el sagrado nombre de amigo.
¿Acaso la convocatoria a través de las redes puede sustituir a un proyecto ideológico? Nunca pensé que mi infaltable cuaderno de campo y de ciudad pudiera utilizarse como utopía. ¿Un elemento de comunicación electrónica sí puede? Qué cosas…
Por principio vital, soy desconfiada, tanto como para disimularlo muy bien. Por afición a la novela negra y a las películas policiacas, cuando veo un montón de colillas pienso que ahí han fumado, pero ante los cadáveres -que ya parece ser que se cuentan por miles, más que todos los jazmines de todos los jardines del Profeta- pienso por qué, quién gana con su muerte, quién mueve los hilos que los han llevado a cruzarse con una bala o lo que sea que haya roto sus ilusiones, cuáles eran esas ilusiones…
Demasiadas preguntas para tan pocas respuestas. Eso que se llama Comunidad Internacional, y que se parece a una planta que se extiende por mis macetas como una plaga, parasitándolas todas apenas me descuido, no parece sorprendida ni asustada, ni suelta prenda.
Es más, ni siquiera el petróleo está subiendo de manera desaforada. Arabia Saudí, tierra de tiranos bañados en petrodólares y lágrimas de mujeres sometidas, respira tranquila. Marruecos, gobernado por un personaje tan corrupto como el que más, no se subleva.
Los medios se centran en Libia –hay motivos más que sobrados- pero callan sobre Argelia, Yemen y otros. Algunos medios, más o menos sensatos, recuerdan que el Irán de los ayatollahs, esos enemigos, es heredero de una revolución popular contra un tirano corrupto y cleptómano –antes de la corrección política se decía "ladrón" y te quedabas tan pancho- amigo de Occidente.
Seguimos sin saber cuál es la utopía de los revolucionarios del jazmín. No sé, tal vez en unos días nos enteremos y sea perfectamente asumible. Siempre hay que saludar la caída de los tiranos, y pedir que sea contagioso. Pero no puedo evitar la desconfianza conspiranoica y de afición a la novela negra: quién está detrás, qué pretenden, por qué ahora, quién se beneficia y de qué manera.
Y voy a quitarme del sol, que esos nubarrones pueden hacer llover piedras. Todavía estamos en febrero, aunque apunta la primavera y el pueblo le abre paso limpiando hojarasca y arrancando parásitos. Tengo ganas de ver los jazmines. Y de ver si las puñeteras mariposas me han dejado vivos algunos geranios rojos.
Me gustan las teorías conspiranoicas como charla de taberna: dan para mucho, y en la medida en que se van perdiendo de encima de la mesa los medios y las medias, las teorías crecen y se desarrollan.
Quiero decir, hay condiciones objetivas más que suficientes para que todos los pueblos del Magreb, de África, del Mediterráneo Oriental y Occidental y parte del extranjero salgan a todas las calles y plazas del planeta a gritar contra sus gobernantes y contra los que, desde la sombra y los despachos de diseño, mandan a los gobernantes.
La pregunta, conspiranoica si quieren a pesar de muchos meses de agua sin gas y sin compañía, es por qué en este momento. Quiero decir, condiciones objetivas, haberlas, haylas, aunque tiranos con cara de desquiciado y políticos sesudos de Armani y corbata sigan sin creer en ellas.
Por qué ahora, y, sobre todo, para qué. Sabemos –lo dicen a cada minuto- que debemos el milagro del despertar a Facebook, Twitter y demás redes sociales. Lo dicen como si el instrumento fuera la ideología, o como si estuvieran haciendo publicidad para convencernos de algo.
Otro apunte conspiranoico (tendré que quitarme del sol… calienta como el vino de La Unión en buena compañía). Una de las películas de éxito habla de la creación de Facebook, ese instrumento que me permite el contacto con gente a la que no conozco y que tiene entre sus utilidades el vaciar de contenido el sagrado nombre de amigo.
¿Acaso la convocatoria a través de las redes puede sustituir a un proyecto ideológico? Nunca pensé que mi infaltable cuaderno de campo y de ciudad pudiera utilizarse como utopía. ¿Un elemento de comunicación electrónica sí puede? Qué cosas…
Por principio vital, soy desconfiada, tanto como para disimularlo muy bien. Por afición a la novela negra y a las películas policiacas, cuando veo un montón de colillas pienso que ahí han fumado, pero ante los cadáveres -que ya parece ser que se cuentan por miles, más que todos los jazmines de todos los jardines del Profeta- pienso por qué, quién gana con su muerte, quién mueve los hilos que los han llevado a cruzarse con una bala o lo que sea que haya roto sus ilusiones, cuáles eran esas ilusiones…
Demasiadas preguntas para tan pocas respuestas. Eso que se llama Comunidad Internacional, y que se parece a una planta que se extiende por mis macetas como una plaga, parasitándolas todas apenas me descuido, no parece sorprendida ni asustada, ni suelta prenda.
Es más, ni siquiera el petróleo está subiendo de manera desaforada. Arabia Saudí, tierra de tiranos bañados en petrodólares y lágrimas de mujeres sometidas, respira tranquila. Marruecos, gobernado por un personaje tan corrupto como el que más, no se subleva.
Los medios se centran en Libia –hay motivos más que sobrados- pero callan sobre Argelia, Yemen y otros. Algunos medios, más o menos sensatos, recuerdan que el Irán de los ayatollahs, esos enemigos, es heredero de una revolución popular contra un tirano corrupto y cleptómano –antes de la corrección política se decía "ladrón" y te quedabas tan pancho- amigo de Occidente.
Seguimos sin saber cuál es la utopía de los revolucionarios del jazmín. No sé, tal vez en unos días nos enteremos y sea perfectamente asumible. Siempre hay que saludar la caída de los tiranos, y pedir que sea contagioso. Pero no puedo evitar la desconfianza conspiranoica y de afición a la novela negra: quién está detrás, qué pretenden, por qué ahora, quién se beneficia y de qué manera.
Y voy a quitarme del sol, que esos nubarrones pueden hacer llover piedras. Todavía estamos en febrero, aunque apunta la primavera y el pueblo le abre paso limpiando hojarasca y arrancando parásitos. Tengo ganas de ver los jazmines. Y de ver si las puñeteras mariposas me han dejado vivos algunos geranios rojos.
PEPA POLONIO