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Escapada nocturna

Raúl salió de su cuarto y se aventuró sin dudarlo en el oscuro pasillo. Cada paso andado suponía alejarse un poco más de su cómodo escondrijo. Un sudor frío recorrió su cuerpo cuando escuchó un ruido que le puso los pelos de punta. Lentamente se dio la vuelta, pero no vio nada. Es el viento, pensaba. Aunque sabía que esto no era posible al estar las ventanas cerradas.

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Siguió su camino, le pesaban las piernas. De repente, sintió que algo le rozó el pie. Raúl se puso la mano en su asustado corazón y se maldijo por no coger una linterna. Era su perro Devano, que a punto estuvo de quedarse sin hogar por ese percance.

Continuó atravesando aquella oscuridad cuando, por fin, llegó a su destino. Cogió tembloroso el pomo y dudó un momento antes de abrir aquella puerta que lo separaba de la ansiada luz.

Con un valor cuyo origen desconocía, abrió la puerta. Un chirrido insoportable consiguió que retrocediera unos pasos. Dudó unos momentos, pero siguió. Era demasiado tarde para volverse atrás.

En aquella habitación estaba su ansiado objetivo. El mueble viejo marrón de la cocina. Con cuidado, sacó su herramienta favorita e inseparable arma de mil travesuras: la navaja multiusos Suiza. Con la navaja, hizo palanca con la tabla hueca que unía aquel mueble de pino con la nevera. Pero para su desilusión, el tesoro no estaba allí.

Raúl no encontraba palabras. Ni siquiera podía ordenar con claridad sus pensamientos. Sabía que las había dejado allí, pero por desgracia bajó la guardia. Una gran mano le inmovilizó con una extraordinaria llave, fruto de incontables clases de kárate.

Gritó e intentó defenderse de mil maneras, pero fue inútil. Su enemigo le tenía inmovilizado por completo. Reconocería aquella estrategia en cualquier parte. Ataque sorpresa por la espalda y llave inmovilizadora. Era su temido hermano mayor, que sabía con perfección dónde Raúl escondía las preciadas chocolatinas.

Raúl logró escapar. Mientras volvía rápidamente a su cuarto (su madre le despertaría de un momento a otro para ir al colegio) un pensamiento rondaba su cabeza: tenía que cambiar los dulces de sitio y tramar su temible venganza.
CARLOS SERRANO
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