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El pecado del andalucismo

La efeméride del fallido golpe de Estado de Tejero es usada anualmente para cubrir con un manto de gloria a una clase política egocéntrica que le encanta verse en el espejo como nunca fueron. Es un revulsivo mediático para engrasar la institución que más indecencias aprueba y discute, que acoge en su seno a diputados que llaman “tontitos” a los discapacitados o a andaluces que votan a favor de abonar a Andalucía la deuda histórica en solares y no en dinero, que es lo que nos hace falta. Unos diputados que no son los mejores sino los más obedientes.

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Una anécdota que se ha elevado a hecho histórico para ascender a la categoría de “salvaores de la patria” a los que allí se encontraban. Llevamos 30 años celebrando una españolada y 70 ignorando y vilipendiando a las víctimas de la dictadura. Así somos de teatreros y de cínicos en este país.

Acostumbramos a mirar con un cristal ahumado lo que nos es cómodo recordar, en un intento de no herir nuestras conciencias por indecentes. Por el contrario, obviamos fechas claves en nuestra reciente historia que ponen en tela de juicio nuestra moralidad.

Entre el 23 de febrero de 1981 y el 28 de febrero de 1980 solo hay un año de diferencia. Al 23-F lo llenamos de boato chabacano y al 28-F, día que los andaluces conseguimos nuestra utopía, lo hemos sepultado en actos oficiales vacuos. Hace 31 años nos sacudimos nuestra apatía y nos levantamos, votamos a favor de una autonomía en igualdad con catalanes, vascos y gallegos.

A la vez que aplaudimos a los “valientes” del 23-F, arrinconamos en la memoria a los andaluces que salieron a la calle a defender la autonomía. Mientras Tejero veranea en Canarias para celebrar su gesta, el andalucista malagueño Caparrós yace en su tumba enterrado de olvido. Hemos erigido en adalid de la libertad a Alfonso Guerra y engullido por el retrete de la historia al andalucismo político y social, que luchó como nadie para que Andalucía no fuera menos autónoma que otros pueblos de España.

Mientras que la figura del rey Juan Carlos está en la cumbre, la obra y causa de Blas Infante ha quedado relegada a un mero adorno institucional con el que se esconde el miserable desconocimiento de este pueblo al hombre que afirmaba que “tengo clavada en mi conciencia desde la infancia la visión sombría del jornalero. A los que he visto pasear su hambre por las calles de mi pueblo”. El hombre que ni en su agonía dejó de gritar “Viva Andalucía libre”.

Nunca hubiéramos tenido 28-F sin 4 diciembre de 1977, cuando dos millones de andaluces armados con la verdiblanca reclamaron “libertad, amnistía y estatuto de autonomía”. Una reivindicación que capitaneó el Partido Socialista de Andalucía (PSA) que, más tarde, pasaría a llamarse Partido Andalucista.

En el Congreso de los Diputados, el mismo día que irrumpió Tejero, había cinco andalucistas históricos que desbloquearon el proceso autonómico que votamos en referéndum. El PSOE y la UCD tenían paralizado el proceso porque no aceptaban que accediéramos por la misma vía que las nacionalidades históricas –vía del artículo 151 de la Constitución-, hecho que solo defendió el PSA.

Estos andalucistas, a cambio del desbloqueo del proceso autonómico, votaron a favor de la moción de confianza de Adolfo Suárez, mientras que los socialistas votaron en contra. Salió caro el canje.

A pesar del éxito de los andalucistas, del que se hizo eco la prensa del 18 de septiembre de 1980, la engrasada maquinaria propagandista del centralismo del PSOE –liderados por Alfonso Guerra, Medalla de Andalucía 2011- llenó las paredes de nuestros pueblos y ciudades llamando “traidores de Andalucía” a los hombres que conquistaron la dignidad de los andaluces.

La campaña mediática funcionó. El andalucismo hoy no está presente en el Parlamento de Andalucía. Lo estará, porque no ha muerto. La causa andalucista no fallecerá nunca mientras sigan existiendo andaluces y andaluzas que icen “la bandera de los pobres, la bandera de la reivindicación, la bandera de los sueños”, como hiciera Carlos Cano.
RAÚL SOLÍS
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