A lo mejor no estoy en lo cierto, y resulta que es verdad que la mayoría de los españoles leen al menos un libro por año. A lo mejor me equivoco y es cierto que mis conciudadanos ejercitan la lectura con cierta frecuencia. A lo mejor es que soy –como dicen algunos de mis detractores- un radical pesimista que lo ve todo negro, y no es verdad eso que pienso del elefantiásico nivel de incultura del español medio.
O a lo peor resulta que es verdad, que soy yo el que está en lo cierto, y en este país no lee ni El Tato. Quizás, a lo sumo, un par de revistillas de peluquería de esas que nos cuentan con todo lujo de detalles, en papel couché y colorines, la vida de los demás. O revistas tipo Interviú, especialmente las páginas centrales –aunque albergo serias dudas de que este tipo de revistas se consideren lecturas, es curioso que entra dentro de las estadísticas de hábitos de lectura-.
La gran mayoría, si lee algo, es la portada de Marca y algún resumen de tal o cual partido. No en vano, este medio de comunicación es el periódico diario más vendido en España. Muchos, por supuesto, en el sagrado momento de la deposición, se ayudan para concentrarse en tan complicado acto con algún prospecto, folleto o etiqueta del champú con extracto de algas que fortalece tu cabello.
A ver, no es pedir de vez en cuando un repasito a Heidegger, Calderón de la Barca o Goethe. Ni siquiera releer ocasionalmente algún capitulo de Cervantes –y no sólo en las fechas próximas al 23 de abril, por aquello de ver si el corte del informativo coincide con lo que yo he releído-. Personalmente, me conformo con alguno de esos autores superventas que lanzan libros como quien vende bollos de pan: Pérez Reverte, Follet, etc.
En este mundo lleno de pantallas, en las que hasta el olor a nuevo del papel impreso está desapareciendo poco a poco, conviene ser práctico y asimilar la tecnología aunque sea a costa de visitas periódicas al optometrista. Ipad, e-book, PDA, Netbook... Da igual, el caso es usar cualquier medio disponible para leer. O, lo que es lo mismo por definición, enriquecer el cerebro, el corazón y el espíritu disfrutando de historias –reales o imaginarias- que alguien ha tenido a bien dejar por escrito para nosotros.
Pienso ahora en lo que servidor de ustedes está disfrutando con las descripciones que el maestro Pérez Reverte hace de la sociedad española –y concretamente, la gaditana- en El Asedio, ayudándome a comprender un poco mejor las maneras y las costumbres de la gente con la que convivo. O cómo aprendí sobre la historia de la Córdoba de Alhakén y Almanzor con El mozárabe, de Jesús Sánchez Adalid. Incluso lo que me divertí leyendo El señor de los anillos, Criptonomicón o La ecuación Dante.
Lo de las pantallas, por tanto, es lo de menos. Lo que sí me preocupa seriamente es cómo estamos acostumbrando a nuestros hijos a recibir todo el conocimiento exclusivamente a través de pantallas. Y mejor aún si es en forma de personajillos coloreados y medio bobos que además, cantan para partirles la boca –véase un solo capitulillo de Dora la Exploradora (los demás son exactamente iguales)-.
Tratamos efectivamente a los niños como potenciales retrasados mentales, y nuestro sistema educativo procura fervientemente igualarlos a todos por abajo. Por eso en lugar de llevar los libros a casa, les dan un netbook que en el futuro no les servirá para nada.
Por eso los libros llevan cada vez más dibujitos y menos texto. Por eso se recomienda a los padres que los nenes no hagan tareas en casa. Por eso nuestros hijos, cuando lleguen a 1º de ESO, no sabrán distinguir sin viven en Córdoba, Andalucía, España o Europa. Ni sabrán cómo se llama el río que les ha dado la vida desde los tiempos prehistóricos.
Leer no es importante, es imprescindible. Imprescindible si se quiere conocer, y por tanto tener la capacidad de razonar y argumentar; y por tanto, de defenderse ante los ataques de la vida. Y además es que resulta que da un placer inmenso –eso sí, cuando encuentras un buen libro, claro-.
Por eso, mi consejo para aquellos que quieren seguir perteneciendo al rebaño que lo acepta todo sin siquiera preguntar; para aquellos que creen que lo mejor que se puede hacer es olvidar los problemas en lugar de enfrentarse a ellos, mejor si es viendo a las belenesesteban de turno en la tele; para todos los que piensan que todo está bien mientras no me toquen lo mío; para los que creen con fe ciega es que éste es mejor que el otro en todo caso... Este consejo es: no leas, idiota.
O a lo peor resulta que es verdad, que soy yo el que está en lo cierto, y en este país no lee ni El Tato. Quizás, a lo sumo, un par de revistillas de peluquería de esas que nos cuentan con todo lujo de detalles, en papel couché y colorines, la vida de los demás. O revistas tipo Interviú, especialmente las páginas centrales –aunque albergo serias dudas de que este tipo de revistas se consideren lecturas, es curioso que entra dentro de las estadísticas de hábitos de lectura-.
La gran mayoría, si lee algo, es la portada de Marca y algún resumen de tal o cual partido. No en vano, este medio de comunicación es el periódico diario más vendido en España. Muchos, por supuesto, en el sagrado momento de la deposición, se ayudan para concentrarse en tan complicado acto con algún prospecto, folleto o etiqueta del champú con extracto de algas que fortalece tu cabello.
A ver, no es pedir de vez en cuando un repasito a Heidegger, Calderón de la Barca o Goethe. Ni siquiera releer ocasionalmente algún capitulo de Cervantes –y no sólo en las fechas próximas al 23 de abril, por aquello de ver si el corte del informativo coincide con lo que yo he releído-. Personalmente, me conformo con alguno de esos autores superventas que lanzan libros como quien vende bollos de pan: Pérez Reverte, Follet, etc.
En este mundo lleno de pantallas, en las que hasta el olor a nuevo del papel impreso está desapareciendo poco a poco, conviene ser práctico y asimilar la tecnología aunque sea a costa de visitas periódicas al optometrista. Ipad, e-book, PDA, Netbook... Da igual, el caso es usar cualquier medio disponible para leer. O, lo que es lo mismo por definición, enriquecer el cerebro, el corazón y el espíritu disfrutando de historias –reales o imaginarias- que alguien ha tenido a bien dejar por escrito para nosotros.
Pienso ahora en lo que servidor de ustedes está disfrutando con las descripciones que el maestro Pérez Reverte hace de la sociedad española –y concretamente, la gaditana- en El Asedio, ayudándome a comprender un poco mejor las maneras y las costumbres de la gente con la que convivo. O cómo aprendí sobre la historia de la Córdoba de Alhakén y Almanzor con El mozárabe, de Jesús Sánchez Adalid. Incluso lo que me divertí leyendo El señor de los anillos, Criptonomicón o La ecuación Dante.
Lo de las pantallas, por tanto, es lo de menos. Lo que sí me preocupa seriamente es cómo estamos acostumbrando a nuestros hijos a recibir todo el conocimiento exclusivamente a través de pantallas. Y mejor aún si es en forma de personajillos coloreados y medio bobos que además, cantan para partirles la boca –véase un solo capitulillo de Dora la Exploradora (los demás son exactamente iguales)-.
Tratamos efectivamente a los niños como potenciales retrasados mentales, y nuestro sistema educativo procura fervientemente igualarlos a todos por abajo. Por eso en lugar de llevar los libros a casa, les dan un netbook que en el futuro no les servirá para nada.
Por eso los libros llevan cada vez más dibujitos y menos texto. Por eso se recomienda a los padres que los nenes no hagan tareas en casa. Por eso nuestros hijos, cuando lleguen a 1º de ESO, no sabrán distinguir sin viven en Córdoba, Andalucía, España o Europa. Ni sabrán cómo se llama el río que les ha dado la vida desde los tiempos prehistóricos.
Leer no es importante, es imprescindible. Imprescindible si se quiere conocer, y por tanto tener la capacidad de razonar y argumentar; y por tanto, de defenderse ante los ataques de la vida. Y además es que resulta que da un placer inmenso –eso sí, cuando encuentras un buen libro, claro-.
Por eso, mi consejo para aquellos que quieren seguir perteneciendo al rebaño que lo acepta todo sin siquiera preguntar; para aquellos que creen que lo mejor que se puede hacer es olvidar los problemas en lugar de enfrentarse a ellos, mejor si es viendo a las belenesesteban de turno en la tele; para todos los que piensan que todo está bien mientras no me toquen lo mío; para los que creen con fe ciega es que éste es mejor que el otro en todo caso... Este consejo es: no leas, idiota.
MARIO J. HURTADO