Fue en la primavera de 1970. El régimen de Franco se encontraba en su etapa final y no eran extraños los movimientos estudiantiles tras el Mayo del 68 francés. En aquella ocasión recuerdo que éramos los estudiantes de Medicina en la Facultad de Sevilla quienes hacíamos una sentada ante el Decanato que entonces ostentaba el Dr. Suárez Perdiguero, no recuerdo por qué motivo. Los ánimos se fueron calentando y ante la conflictividad de la situación, el decano pidió ayuda a la Policía Nacional -entonces los “grises” por el color de su uniforme- que acudió al Hospital de las Cinco Llagas -hoy convertido en sede del Parlamento de Andalucía- cargando contra los cientos de manifestantes que allí nos concentramos.
Vimos caballos y porras pero, fundamentalmente, vimos -o dejamos de ver- una cortina de humo de carácter lacrimógeno que nos obligaba a todos a buscar el aire limpio, cada cual en la dirección que podía, obligándonos a dispersarnos. Allí terminó la manifestación, aunque no se solucionaron los motivos que nos habían llevado a ella, por lo que aquel final de curso lo recuerdo como conflictivo.
El humo, ese etéreo elemento que igual sirve para provocar la muerte por aspiración, que para proclamar la llegada de un nuevo papa, ha venido siendo utilizado por gobiernos de todo el mundo no solo para dispersar a los manifestantes sino para, en su forma más volátil e impalpable, hacer opaca a los ojos de los ciudadanos su propia gestión, tratando de impedir con ello el rechazo y la contestación de éstos.
Si para ello, además, utiliza no humo figurado sino humo real, el maquiavelismo alcanza tales proporciones que sólo pueden esperarse de mentes como las que en la actualidad anidan en el seno del Gobierno socialista de España.
Y así es, queridos lectores. La ley antitabaco aprobada por Rodríguez Zapatero, y auspiciada por la ministra de Sanidad, Leire Pajín -que, no lo duden, hará buena a su antecesora en el Gobierno de Aznar, Celia Villalobos- no viene a ser sino una densa cortina de humo lanzada desde el Ejecutivo contra todos los españoles –no sólo contra los fumadores y empresarios de hostelería-, con la que pretende dispersarnos, evitando así las manifestaciones de rechazo colectivo que en la sociedad española se dan frente a unas políticas que nos han llevado a la más profunda crisis económica que nuestro país ha vivido en su historia.
No solo le basta al Gobierno del PSOE utilizar caballos y porras –en forma de subida de impuestos, reducciones sociales, pérdidas de empleos, etc.- sino que, además, desde hace meses, vienen lanzando botes de humo por doquier con los que cegarnos e intentar impedir que veamos una realidad que está resultando trágica para muchos españoles.
No podía conformarse el Gobierno de ZP con una ley antitabaco lógica y respetuosa con los derechos de todos. No. Había que hacer una gran fogata y, para ello, nada mejor que, como denominaba el presidente de Cantabria y buen amigo de Zapatero, Miguel Ángel Revilla, elaborar una "ley talibanesca” en la que solo se protege el derecho de unos, los no fumadores –yo dejé de serlo hace casi treinta años-, frente a quienes voluntariamente deseen consumir un producto legal del que, además, el Estado obtiene pingües beneficios.
Una ley ciertamente absurda que impide la existencia de locales para fumadores y no fumadores, que penaliza a todos aquellos empresarios que en su día hubieron de hacer reformas para adaptar sus locales a los dos tipos de espacio, que curiosamente facilita la venta del tabaco en este tipo de establecimientos y que no entra a prohibir la existencia del mayor contaminador medioambiental que circula por nuestras ciudades, la combustión de los motores de gasolina y diesel.
Pero claro, es que en realidad el Gobierno no buscaba proteger nuestra salud, en modo alguno. Lo que realmente buscaba era que la España ahumada oliese en realidad a eso, a humo, y no al fétido aroma que desprende un Gobierno cuyo presidente se aferra sin sentido a su poltrona en Moncloa mientras todo un país sufre las consecuencias de cifras millonarias de desempleados, bajadas de los salarios, subidas del IPC y los impuestos, pérdidas de tejido empresarial y mayores porcentajes de pobreza social, frente a otros -es el caso de Alemania o Francia, que llevan meses con cifras en positivo-.
Un Gobierno que no sé si tendrá piedad con los insumisos a la ley, como es el caso del Bar La Espuma de Cabra, o los miles de fumadores que en unos u otros lugares no la respeten, pero que ya ha anunciado la apertura de expedientes sancionadores. Sanciones, todo hay que decirlo, que en algunas cuantías se asemejan a las de delitos de carácter penal.
En cualquier caso, un Gobierno al que le interesa que el humo siga difundiéndose y dando que hablar a fin de ganar tiempo no sé para qué. O sí. Tal vez para que Rodríguez Zapatero y sus ministros sigan percibiendo su suelo hasta la primavera del año que viene. Entre tanto, España sigue ahumada.
Vimos caballos y porras pero, fundamentalmente, vimos -o dejamos de ver- una cortina de humo de carácter lacrimógeno que nos obligaba a todos a buscar el aire limpio, cada cual en la dirección que podía, obligándonos a dispersarnos. Allí terminó la manifestación, aunque no se solucionaron los motivos que nos habían llevado a ella, por lo que aquel final de curso lo recuerdo como conflictivo.
El humo, ese etéreo elemento que igual sirve para provocar la muerte por aspiración, que para proclamar la llegada de un nuevo papa, ha venido siendo utilizado por gobiernos de todo el mundo no solo para dispersar a los manifestantes sino para, en su forma más volátil e impalpable, hacer opaca a los ojos de los ciudadanos su propia gestión, tratando de impedir con ello el rechazo y la contestación de éstos.
Si para ello, además, utiliza no humo figurado sino humo real, el maquiavelismo alcanza tales proporciones que sólo pueden esperarse de mentes como las que en la actualidad anidan en el seno del Gobierno socialista de España.
Y así es, queridos lectores. La ley antitabaco aprobada por Rodríguez Zapatero, y auspiciada por la ministra de Sanidad, Leire Pajín -que, no lo duden, hará buena a su antecesora en el Gobierno de Aznar, Celia Villalobos- no viene a ser sino una densa cortina de humo lanzada desde el Ejecutivo contra todos los españoles –no sólo contra los fumadores y empresarios de hostelería-, con la que pretende dispersarnos, evitando así las manifestaciones de rechazo colectivo que en la sociedad española se dan frente a unas políticas que nos han llevado a la más profunda crisis económica que nuestro país ha vivido en su historia.
No solo le basta al Gobierno del PSOE utilizar caballos y porras –en forma de subida de impuestos, reducciones sociales, pérdidas de empleos, etc.- sino que, además, desde hace meses, vienen lanzando botes de humo por doquier con los que cegarnos e intentar impedir que veamos una realidad que está resultando trágica para muchos españoles.
No podía conformarse el Gobierno de ZP con una ley antitabaco lógica y respetuosa con los derechos de todos. No. Había que hacer una gran fogata y, para ello, nada mejor que, como denominaba el presidente de Cantabria y buen amigo de Zapatero, Miguel Ángel Revilla, elaborar una "ley talibanesca” en la que solo se protege el derecho de unos, los no fumadores –yo dejé de serlo hace casi treinta años-, frente a quienes voluntariamente deseen consumir un producto legal del que, además, el Estado obtiene pingües beneficios.
Una ley ciertamente absurda que impide la existencia de locales para fumadores y no fumadores, que penaliza a todos aquellos empresarios que en su día hubieron de hacer reformas para adaptar sus locales a los dos tipos de espacio, que curiosamente facilita la venta del tabaco en este tipo de establecimientos y que no entra a prohibir la existencia del mayor contaminador medioambiental que circula por nuestras ciudades, la combustión de los motores de gasolina y diesel.
Pero claro, es que en realidad el Gobierno no buscaba proteger nuestra salud, en modo alguno. Lo que realmente buscaba era que la España ahumada oliese en realidad a eso, a humo, y no al fétido aroma que desprende un Gobierno cuyo presidente se aferra sin sentido a su poltrona en Moncloa mientras todo un país sufre las consecuencias de cifras millonarias de desempleados, bajadas de los salarios, subidas del IPC y los impuestos, pérdidas de tejido empresarial y mayores porcentajes de pobreza social, frente a otros -es el caso de Alemania o Francia, que llevan meses con cifras en positivo-.
Un Gobierno que no sé si tendrá piedad con los insumisos a la ley, como es el caso del Bar La Espuma de Cabra, o los miles de fumadores que en unos u otros lugares no la respeten, pero que ya ha anunciado la apertura de expedientes sancionadores. Sanciones, todo hay que decirlo, que en algunas cuantías se asemejan a las de delitos de carácter penal.
En cualquier caso, un Gobierno al que le interesa que el humo siga difundiéndose y dando que hablar a fin de ganar tiempo no sé para qué. O sí. Tal vez para que Rodríguez Zapatero y sus ministros sigan percibiendo su suelo hasta la primavera del año que viene. Entre tanto, España sigue ahumada.
ENRIQUE BELLIDO