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Carta abierta a Teresa Jiménez Becerril

Le escribo en calidad de ciudadano europeo y español. Como diputada en el Parlamento Europeo que me representa, es o debiera ser mi voz. Además forma parte de la Comisión de Libertades Públicas y Derechos Humanos. Sé que sufrió en sus carnes la violencia, el desgarro y el sufrimiento de una banda de criminales que, sin ningún reparo, asesinó a su hermano y a la mujer de éste, el 30 de enero de 1998 en Sevilla. Un acto despreciable donde los haya y que hoy mismo recordamos con profunda tristeza.

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Recuerdo el dolor que me causó el asesinato de sus dos seres queridos; las muestras de solidaridad que intenté transmitir; las concentraciones y repulsas a las que asistí -y, por desgracia, a las muchas que he seguido asistiendo cada vez que un ciudadano de nuestro país ha sido asesinado a manos de los intolerantes que tan sólo saben usar el lenguaje de la violencia-.

Señora Jiménez Becerril, soy un firme defensor de los derechos humanos, seguiré defendiéndolos allá donde no se respeten, y seguiré denunciando a quienes coarten y/o priven del disfrute de estos derechos, que usted dice defender, a cualquier ciudadano. Sin importarme su sexo, ideología, procedencia, identidad de género o condición sexual. Porque en la defensa de los Derechos Humanos, pasa como en al amor: no existe medida. O se quiere o no se quiere; o se defienden los derechos humanos o no.

Hace un año aproximadamente, se votó en el seno del Parlamento Europeo -en el que me representa a mí y a todos los españoles, no lo olvide nunca-, una proposición para instar a Lituania a que modifique la Ley de Protección de Menores contra el Efecto Perjudicial de la Información Pública.

Si la ha leído, habrá podido comprobar que recorta de manera grave los derechos civiles y libertades de los gais, lesbianas, bisexuales y transexuales, así como de los activistas que trabajan en Lituania por la defensa de este colectivo que, al igual que usted, sufren y han sufrido en sus carnes la intolerancia de los intolerantes, la persecución de quienes piensan que solo hay una forma posible de amar, y de quienes creen que nuestro amor -sí, señora Jiménez Becerril, nosotros también amamos-, no es igual que el amor que se profesan dos personas de distinto sexo. Ha votado a favor de criminalizar el amor.

Me gustaría que supiera que aún en ocho países somos condenados a muerte por ser gais, lesbianas, bisexuales y transexuales, y en más de 70 estados somos encarcelados.

Usted votó en contra de instar a Lituania a que modifique esta ley homófoba. ¿Sabe que está votando a favor de extender el odio y que está amparando con su voto posibles asesinatos y ataques de odio por parte de los intolerantes contra gais, lesbianas, bisexuales y transexuales?

¿Sabe que si yo fuera lituano mi madre podría acudir a mi entierro con el mismo sufrimiento que usted acudió al de su hermano? ¿Se ha dado cuenta de que está votando en contra de las libertades públicas, que fue por lo que murió su hermano y la mujer de éste?

Espero y deseo que usted rectifique, como víctima del odio intolerante por los que creen que solamente sus ideas son las válidas. No permita nunca más con su voto que ningún ciudadano, viva donde viva y ame a quien ame, sufra la lacra de la violencia intolerante. Por cierto, espero no tener que volver a manifestarme nunca más por ningún asesinado o víctima de ETA, pero volveré a ir de manera convencida si los violentos vuelven a atentar.

Sin más, saludos cordiales de un ciudadano homosexual al que representa -o, al menos, debiera representar- y un cálido y emotivo recuerdo para Alberto y Ascen, dos mártires de la democracia y de las libertades.
RAÚL SOLÍS
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