Se cuenta que, desde tiempos pretéritos, en la sexta planta de Génova 13, en el despacho de la secretaría general del Partido Popular (PP), siempre ha existido una botella de aceite de ricino. Su destino no es otro que el de hacerle tragar una dosis a quienes, por distintos motivos, resultaban incómodos a la dirección del partido, provocando la rápida evacuación de los mismos. Una botella que en los diez años en los que Francisco Álvarez-Cascos ejerció de secretario general disminuyó mucho su volumen, lógicamente por el uso que el titular de la misma hizo de ella y que, en mayor o menor medida, han utilizado todos aquellos que le sucedieron en el cargo.
Nos encontramos, ahora, con la paradoja de que quien más utilizó el ricino ha debido probarlo en estos días, una vez que la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal -dicen que enfrentada a Cascos desde el XVI Congreso Nacional de los populares, celebrado en Valencia- ha decidido apartarlo de la carrera para la Presidencia del Gobierno del Principado de Asturias. La reacción de la pócima no se ha hecho esperar y, a las pocas horas, como nos describe la Farmacopea, Álvarez-Cascos ha anunciado públicamente su abandono de las filas del PP.
¿Qué me parece esta situación? Pues un cúmulo de despropósitos por una y por otra parte. Los hechos no vienen de ahora sino de muchos años atrás. Paco Cascos, como lo denominaban aquellos que aspiraban a mantener con él un cierto nivel de familiaridad -que en realidad era de temor-, siempre ha movido los hilos del partido en Asturias hasta que se perdieron las elecciones de 2004 y algunos sectores del PP -la Junta Local de Gijón- le volvieron la espalda, trasladando en 2005 su ficha de militante a Madrid.
A partir de ese momento, el ex secretario general comenzó un proceso de distanciamiento e incluso de enfrentamiento con la dirección nacional del partido que alcanzó su punto más álgido en 2009, con motivo del XVI Congreso y la presentación de varias enmiendas en el mismo.
Ya más cercanamente, Cascos ha venido promoviendo su candidatura a la Presidencia del Gobierno asturiano, conocedor, como lo era, del clima de enfrentamiento interno que con ello generaba, manteniendo un órdago que al final ha perdido.
Tampoco han marchado mejor las cosas en la sede nacional del PP, dejando, como casi siempre, pudrirse la situación para, al final, aplicar la dosis de ricino, con el hedor que sus efectos provocan cuando actúa.
Volvemos a lo de siempre. Nuestros partidos políticos –y hago especial hincapié en lo de "nuestros", pues me refiero a todos los partidos políticos- mantienen grandes déficits democráticos en su funcionamiento interno.
Los comités electorales, salvo en contadas ocasiones, no son sino meros testaferros para que aquellos que toman unipersonalmente las decisiones maquillen las mismas dándoles un barniz de actuación democrática que no es tal. Y las primarias, cuando se producen, están marcadas por el sello del dirigismo del aparato, dejando escaso o nulo margen a otras opciones.
Con tal escenario, lo lógico es que se den situaciones como ésta en las que algún militante, arropado por un grupo más o menos nutrido de miembros del partido, aspira a competir por un cargo, mientras que las direcciones regional y nacional optan por otra opción, sin que se le dé audiencia a la masa social del propio partido para que sea ella y no la cúpula quien decida a qué candidato presentar.
Es más. Creo que Álvarez-Cascos se equivocaba, y con ello perdía todo el valor de su argumentación, pretendiendo ser él el elegido, frente a la hace poco designada, Isabel Pérez-Espinosa, pues su designación hubiese estado tan viciada como la de ésta.
Cascos se ha denominado a sí mismo como el "padre" de los actuales estatutos del PP, en los cuales no se recoge el procedimiento de primarias para designar candidatos, como tampoco presentó ninguna enmienda en tal sentido en el último Congreso Nacional. De ahí que sea poca la fuerza moral que le asista en este debate.
Tampoco le asisten comportamientos políticos anteriores en los que no estuvo a la altura de las circunstancias en asuntos similares o incluso de mayor calado democrático al que ahora denuncia. Finalmente, parece que optará por liderar una nueva formación. La legislación le reconoce ese derecho y, en mayo, de hacerse realidad, veremos los resultados.
No me alegro en absoluto de la decisión tomada, pero cuando alguien recurre a pócimas como el ricino para atajar de raíz los males, sin permitir el diagnóstico de los mismos, no debe extrañarle que sus sucesores en el cargo no se olviden de que en la estantería del despacho de la secretaría general, en la sexta planta de Génova, 13, existe un frasco que lo contiene. Y el sabor no es agradable, se lo digo por propia experiencia.
Nos encontramos, ahora, con la paradoja de que quien más utilizó el ricino ha debido probarlo en estos días, una vez que la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal -dicen que enfrentada a Cascos desde el XVI Congreso Nacional de los populares, celebrado en Valencia- ha decidido apartarlo de la carrera para la Presidencia del Gobierno del Principado de Asturias. La reacción de la pócima no se ha hecho esperar y, a las pocas horas, como nos describe la Farmacopea, Álvarez-Cascos ha anunciado públicamente su abandono de las filas del PP.
¿Qué me parece esta situación? Pues un cúmulo de despropósitos por una y por otra parte. Los hechos no vienen de ahora sino de muchos años atrás. Paco Cascos, como lo denominaban aquellos que aspiraban a mantener con él un cierto nivel de familiaridad -que en realidad era de temor-, siempre ha movido los hilos del partido en Asturias hasta que se perdieron las elecciones de 2004 y algunos sectores del PP -la Junta Local de Gijón- le volvieron la espalda, trasladando en 2005 su ficha de militante a Madrid.
A partir de ese momento, el ex secretario general comenzó un proceso de distanciamiento e incluso de enfrentamiento con la dirección nacional del partido que alcanzó su punto más álgido en 2009, con motivo del XVI Congreso y la presentación de varias enmiendas en el mismo.
Ya más cercanamente, Cascos ha venido promoviendo su candidatura a la Presidencia del Gobierno asturiano, conocedor, como lo era, del clima de enfrentamiento interno que con ello generaba, manteniendo un órdago que al final ha perdido.
Tampoco han marchado mejor las cosas en la sede nacional del PP, dejando, como casi siempre, pudrirse la situación para, al final, aplicar la dosis de ricino, con el hedor que sus efectos provocan cuando actúa.
Volvemos a lo de siempre. Nuestros partidos políticos –y hago especial hincapié en lo de "nuestros", pues me refiero a todos los partidos políticos- mantienen grandes déficits democráticos en su funcionamiento interno.
Los comités electorales, salvo en contadas ocasiones, no son sino meros testaferros para que aquellos que toman unipersonalmente las decisiones maquillen las mismas dándoles un barniz de actuación democrática que no es tal. Y las primarias, cuando se producen, están marcadas por el sello del dirigismo del aparato, dejando escaso o nulo margen a otras opciones.
Con tal escenario, lo lógico es que se den situaciones como ésta en las que algún militante, arropado por un grupo más o menos nutrido de miembros del partido, aspira a competir por un cargo, mientras que las direcciones regional y nacional optan por otra opción, sin que se le dé audiencia a la masa social del propio partido para que sea ella y no la cúpula quien decida a qué candidato presentar.
Es más. Creo que Álvarez-Cascos se equivocaba, y con ello perdía todo el valor de su argumentación, pretendiendo ser él el elegido, frente a la hace poco designada, Isabel Pérez-Espinosa, pues su designación hubiese estado tan viciada como la de ésta.
Cascos se ha denominado a sí mismo como el "padre" de los actuales estatutos del PP, en los cuales no se recoge el procedimiento de primarias para designar candidatos, como tampoco presentó ninguna enmienda en tal sentido en el último Congreso Nacional. De ahí que sea poca la fuerza moral que le asista en este debate.
Tampoco le asisten comportamientos políticos anteriores en los que no estuvo a la altura de las circunstancias en asuntos similares o incluso de mayor calado democrático al que ahora denuncia. Finalmente, parece que optará por liderar una nueva formación. La legislación le reconoce ese derecho y, en mayo, de hacerse realidad, veremos los resultados.
No me alegro en absoluto de la decisión tomada, pero cuando alguien recurre a pócimas como el ricino para atajar de raíz los males, sin permitir el diagnóstico de los mismos, no debe extrañarle que sus sucesores en el cargo no se olviden de que en la estantería del despacho de la secretaría general, en la sexta planta de Génova, 13, existe un frasco que lo contiene. Y el sabor no es agradable, se lo digo por propia experiencia.
ENRIQUE BELLIDO