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La escuela se deteriora

El Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (más conocido como Informe PISA) ha sido publicado estos días, y una vez más no nos felicita a los españoles por obtener buenos resultados. Seguimos ocupando puestos bajos en el conjunto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), una entidad fundada en 1961 que agrupa a 33 países miembros, comprometidos con la democracia y con una economía de mercado, cuya finalidad es, entre otras, incrementar el empleo y elevar los niveles de vida.

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De entre los países miembros, Corea del Sur y Finlandia se llevan la palma del éxito según dicho informe. La noticia está estos días en periódicos, cadenas de televisión y emisoras de radio nacionales. Algún telediario de la noche también ha hecho referencia al Informe PISA destacando la diferencia que tenemos con otros países. De igual manera, las emisoras de radio dedicaron programas al tema, durante el Día de la Inmaculada.

Como dice el filósofo José A. Marina (ABC 8/12/10) en su artículo Una sociedad suspendida: España está estancada en la mediocridad desde hace diez años con un fracaso escolar que supera el 30%, nuestra escuela está enferma desde hace tiempo.

Síntomas de esa enfermedad es permitir que el estudiante pase de curso con una serie de asignaturas pendientes y progrese adecuadamente aunque tengan materias suspendidas. Síntomas de dicha enfermedad es la importancia que se le ha dado a las llamadas asignaturas transversales en detrimento de las asignaturas troncales.

Síntoma de la gravedad de la situación es haber tenido tres leyes orgánicas en el corto tiempo de 25 años (LODE en 1985; LOGSE en 1990; y LOE en 2006) que sólo han parcheado el sistema educativo. Y me da igual que dichas leyes sean de derechas o de izquierdas, el caso es que la escuela cada vez va peor (cuando me refiero a la escuela estoy pensando en Infantil-Primaria y Secundaria).

Síntomas de esa enfermedad es la relajación de la disciplina más elemental y la pérdida de respeto al profesorado y del alumnado entre sí. Los síntomas de esta enfermedad están llegando ahora a la Universidad, pero éste sería tema para otro artículo.

En la escuela de la transversalidad entran todo tipo de propuestas, genuinas, legítimas todas ellas y que esperan que el docente sea un superman del conocimiento y esté preparado para impartir: educación en valores, educación para la ciudadanía, educación vial, educación para el desarrollo, educación para la multiculturalidad, flamenco, danza y un largo etcétera.

Al lector que esté interesado le remito al Diario Córdoba del 3/12/10 y del 7/12/10, en cuyas noticias se plantea que la danza sea materia obligatoria en la escuela y el flamenco lo será próximamente. Y la escuela sigue y seguirá siendo, si no lo remediamos, el perchero de todo lo que se nos ocurra, siempre con más o menos justificación. ¡Las razones que no falten!

Mientras tanto, la escuela se deteriora, no por culpa del flamenco (música que adoro) o la danza (arte que admiro), que aún no han entrado en el sistema educativo, sino por un mal planteamiento de fondo y por una falta de medios económicos y/o materiales.

Alumnado que termina la escuela y malamente sabe leer, malamente sabe pensar... Las Matemáticas pasaron por él sin pena ni gloria y no digamos el resto de curriculares... Eso sí, se sabe al dedillo sus derechos, de las obligaciones no sabe nada, posiblemente el día que hablaron de ellas en la escuela, no pudo asistir.

El alumno, para que crezca, lo han de “abonar” en casa y lo han de “regar” en la escuela. La verdad es que estamos desde hace tiempo en una mala situación educativa. Y lo bien cierto es que nuestro sistema no encuentra salida a este deplorable estado.

Pero la escuela se ha convertido en los últimos tiempos en la percha donde colocar todas las iniciativas que surgen de una sociedad plural y democrática. La pregunta es si esta escuela, la actual, está preparada para soportar tantas iniciativas. ¿O tal vez, en el fondo, subyace la eterna cuestión de que los niños están demasiado tiempo en casa, la escuela tiene demasiados días de fiesta y los maestros viven mejor que quieren? ¡Que se ganen el sueldo, que “trabajas menos que un maestro de escuela”! Cuando hablo de maestros me estoy refiriendo a todos los docentes del sistema educativo no universitario, ellos y ellas.

A lo mejor va siendo hora de que nos reencontremos, de que reinventemos la escuela desde las instituciones pertinentes; y posiblemente desde la familia, puntal básico para que la escuela funcione bien: una familia que participe con la escuela, no que quiera dirigirla y decirle al docente cómo tiene que enseñar (podría ahondar en el tema, pero no es mi intención levantar ampollas).

Defendamos aquella escuela que premiaba el esfuerzo, el conocimiento, y donde la lectura era una de las fuentes más importantes. Como dice Mario Vargas Llosa en su discurso al premio Nobel Elogio de la lectura y la ficción: "Tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo; la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”.

Tal vez va siendo hora de que la escuela, ante todo, enseñe a leer y a escribir, a hablar, a razonar y abra las mentes infantiles a otro idioma, junto con las normas básicas de educación, para poder desarrollarnos en convivencia y en democracia; para que de ella salgan ciudadanos responsables, educados en la libertad y la pluralidad.

Por otro lado, va siendo hora de que nuestros políticos -todos, tanto a la derecha como a la izquierda- dejen de hacer leyes de educación de partido y se reúnan de una vez por todas para propiciar un pacto nacional que salve, redima y dignifique la sufrida escuela.

Desde luego dicho pacto no lo deberían redactar los políticos, porque posiblemente la escuela no pasó por muchos de ellos, aunque ellos sí pasaran por la escuela: deberían prepararlo técnicos capacitados, juntamente con los docentes, que son los que saben de escuela.

La escuela es un problema que venimos arrastrando en este país desde hace mucho tiempo. En teoría hemos conseguido una educación para todos los ciudadanos, pero sólo en teoría; en la práctica, el sistema hace aguas y cada vez tenemos más analfabetos funcionales.

De todo este descalabro siguen beneficiándose las clases pudientes que pueden llevar a sus retoños a colegios de pago, donde les enseñarán, además de a leer y a escribir correctamente, el dominio de otros idiomas, así como múltiples estrategias para poder triunfar en la vida. Y como son hijos de ricos, saldrán colocados, optando a los mejores puestos; y en vacaciones serán enviados a perfeccionar idiomas al país correspondiente. A eso se le llama "aprender disfrutando" y, de paso, haciendo turismo.

De los demás hijos de vecinos de clase media-baja -la mayoría de este país- quizás alguno saque beneficios del sistema, después de muchos esfuerzos, con ayuda ahogada de la familia y el donativo de unas becas que poco dan de sí por lo exiguas. Bien es verdad que el Estado no puede dar más de lo que ya da, máxime en una situación de crisis económica como la que padecemos -aunque la crisis de la escuela viene de más largo-.

Tenemos que optar a una escuela del sentido común y de la cordura. Una escuela que cuente con profesores contentos, con padres participativos, con escolares motivados y con una Administración generosa.
PEPE CANTILLO
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