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Navidad, Navidad, blanca Navidad…

Las Navidades son unas fiestas entrañables y familiares que llenan la tradición cultural de Occidente y sobre todo de nuestro entorno. No quiero referirme a ellas como fiesta religiosa. Soy consciente de que, en estas fiestas, hay mucha gente que las celebra como una enraizada manifestación eminentemente religiosa; lo mismo que hay mucha gente que pasa de ese tipo de celebración. Mi respeto hacia esa forma de celebrar la navidad, bien sea desde la religiosidad o la laicidad.

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Para mí la celebración navideña está eminente contaminada desde la más pura mercantilidad. Y me explico. De pronto (esto ha ocurrido a lo largo de años) la Navidad, nuestra Navidad, se contamina con “papás noeles”, “santas claus” importados, unos de tierras frías, donde el acto celebrativo se realiza más en la intimidad, o eso nos han vendido las ñoñas películas que nos llegan desde el “amigo” americano; o con “amigos invisibles” ¿importados?, inventados, no sé bien por quién y tampoco me interesa.

Y el comercio que no es tonto, ellos están para vender, nos ofrece regalos traídos por Santa Claus en su trineo tirado por renos; por supuesto muchos de nosotros no sabemos lo que es un trineo y nunca hemos visto un reno. Según una encuesta de opinión ofrecida por una cadena de televisión más del 50 por ciento de la población ha comprado regalos para el día de Navidad.

O nos vende esos regalos, atraídos por el tintineo de las campanillas de Papá Noel, siempre establecido a las puertas del comercio, cual nuevo ángel anunciador de una y mil maravillas. Papá Noel debe estar bien alimentado pues siempre nos aparece gordinflón y mofletudo.

O nos invitan a comercializar con la excusa del amigo invisible (al que los centros comerciales, modernas iglesias, aún no han encontrado representación antropomórfica para este nuevo “santo”, claro se me olvidaba que es “invisible”), que si es muy amigo o amiga la persona que nos “toca” nos hará un bonito regalo, el cual siempre se sale del presupuesto fijado; y si a esa persona no le caemos bien, ¡bromas de la “suerte”!, nos regalará cualquier tontería inservible, que estará dando vueltas por nuestra casa, hasta que termine en cualquiera de los contenedores pertinentes.

Pero lo importante es que los comercios ya han conseguido vendernos, más que vendernos, han conseguido crearnos la necesidad de comprar. Y la Navidad poco a poco se mercantiliza al son del comercio.

Y si antes, en estas fiestas, íbamos a la iglesia a celebrar la “Misa del gallo”, ahora y en horario especial, vamos a los centros comerciales, nuevas “catedrales” de la modernidad (ya sé que me repito), a celebrar una serie de ritos relacionados con nuestro deseo de agradar a la prole, al marido, o a la esposa, al compañero o compañera (evito decir novio o novia por lo que de compromiso conlleva), que el día de Navidad esperan nuestros regalos.

No me olvido de los Reyes Magos, que por supuesto no han sido sustituidos, sino que coexisten con los anteriores emblemas comerciales. Y los tres reyes, la tarde-noche del día 5 de enero, vendrán a nosotros de tierras lejanas y entrarán en nuestras ciudades en carroza, o a caballo, en camello o en cualquier medio que le parezca bien a la autoridad municipal y se adecue al presupuesto establecido.

Y tirarán golosinas, caramelos sobre todo, que nosotros cuando éramos pequeños, recogíamos con avaricia y con cierto regocijo; y ahora, si somos padres o sufridos abuelos, pues a ver la cabalgata con nuestros retoños y a revivir tiempos pasados, recogiendo esas chucherías que nos regalan sus majestades.

¡Y llega la Noche de Reyes! Noche de esperanza para pequeños y mayores, porque todos esperamos con cierto hormigueo en el “estómago de la ilusión”, un regalo traído por la bondad de sus majestades. ¡Aunque sea un par de calcetines por aquello de la crisis!

Qué duda cabe que el comercio ha hecho su agosto. Y la pregunta me viene a cuento. ¿Compramos cuándo y cómo nosotros queremos, o compramos cuando le interesa a la religión del comercio? Indudablemente quiero pensar que somos libres y que es nuestra libertad de elección la que nos incita a consumir. ¿O tal vez no?

Pudiera parecer que estoy en contra de las fiestas. Nada más lejos de mi pensamiento. Estoy en contra de los que atacan unas formas de celebración, por ser de determinado cariz y ellos o ellas son servidores de otras similares o parecidas.

Estoy en contra de la importación y sustitución de nuestras formas de celebrar un determinado acontecimiento, por otros foráneos (ya lo manifesté así en el artículo que hacía referencia a la fiesta de Todos los Santos y Difuntos). ¡No siempre lo que viene de fuera es lo mejor! Pero en fin...

¡Felices fiestas a los que las celebren con marcado sentido religioso! ¡Felices fiestas a los que las celebren con marcado sentido lúdico! Y un deseo de Prosperidad (la escribo en mayúscula para que, en esta bonita palabra, entren todas las posibilidades en juego, tanto espirituales como materiales). Hasta el año próximo que ya casi está tocando a la puerta de nuestro vivir.
PEPE CANTILLO
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