Está causando cierto revuelo la difusión de los documentos confidenciales filtrados por Wikileaks, una página de Internet que se dedica a cumplir una de las funciones del periodismo: desenmascarar al poder, sacar a la luz lo que desea que permanezca oculto. No es que revele secretos de Estado, aunque algunos, especialmente los Estados Unidos de América, así lo consideran y emprenden una campaña de desprestigio para intentar callar a su responsable, Julian Assange, acusándolo de abusos sexuales.
Es lógico que EE.UU. esté preocupado por las repercusiones, más de imagen que por seguridad, que la revelación de las notas y documentos de su Departamento de Estado está generando. Repercusiones a causa del cinismo y la hipocresía con que se comportan los autores de los cables y memorandos hechos públicos, pues ponen al descubierto, no asuntos o intenciones que se ignoren, sino la mediocre y prepotente capacidad del que ocupa puestos cuya responsabilidad exigiría una preparación más cuidada que la que se desprende de la lectura de los manuscritos.
Es bochornoso descubrir que la clase dirigente en la que confiamos la dirección política de la nación tenga los mismos bajos instintos hacia el cotilleo y el chalaneo que cualquier pandillero de la calle más marginal de cualquier arrabal. Y que esa preocupación por la presunta estabilidad emocional de la presidenta de Argentina, las fiestas de Berlusconi, la altivez de Sarkozy o las ínfulas de Aznar de creerse imprescindible constituyan secretos de Estado.
O que fiscales, ministros y gobiernos sean receptivos a las presiones a favor de los intereses de la potencia imperial que rige los destinos del mundo mundial, con la aquiescencia de Rusia, la sumisión progresiva al capitalismo de China y las “chinas” de Venezuela y Bolivia, simples granos que por ahora se toleran.
Los papeles de Wikileaks son simples chismes de una alta política tan barriobajera como indecente que nos descubren a un “gran hermano” carente de ética y honradez. Muestran la labor “delicada” de los agentes del Departamento de Estado de USA para encubrir el asesinato de Couso, detectar la corrupción de Marruecos, los planes nucleares de Irán o la complicidad de Pakistán con los talibanes de Afganistán. Es decir, nada que no se sospechara de antemano y se pudiera verificar por cauces menos arbitrarios y mucho más eficaces en las relaciones internacionales.
Sin embargo, los papeles suponen también una pedagogía social al enseñarnos la verdadera naturaleza de las preocupaciones del gobernante. En ese sentido, los papeles de Wikileaks son los papeles de la vergüenza: la vergüenza ajena que causa comprobar un Poder tan chabacano y ajeno a los ciudadanos. Es algo que pone la cara colorada, como la que tiene la señora Clinton y quienes "bailan" al son de su "globalización".
Es lógico que EE.UU. esté preocupado por las repercusiones, más de imagen que por seguridad, que la revelación de las notas y documentos de su Departamento de Estado está generando. Repercusiones a causa del cinismo y la hipocresía con que se comportan los autores de los cables y memorandos hechos públicos, pues ponen al descubierto, no asuntos o intenciones que se ignoren, sino la mediocre y prepotente capacidad del que ocupa puestos cuya responsabilidad exigiría una preparación más cuidada que la que se desprende de la lectura de los manuscritos.
Es bochornoso descubrir que la clase dirigente en la que confiamos la dirección política de la nación tenga los mismos bajos instintos hacia el cotilleo y el chalaneo que cualquier pandillero de la calle más marginal de cualquier arrabal. Y que esa preocupación por la presunta estabilidad emocional de la presidenta de Argentina, las fiestas de Berlusconi, la altivez de Sarkozy o las ínfulas de Aznar de creerse imprescindible constituyan secretos de Estado.
O que fiscales, ministros y gobiernos sean receptivos a las presiones a favor de los intereses de la potencia imperial que rige los destinos del mundo mundial, con la aquiescencia de Rusia, la sumisión progresiva al capitalismo de China y las “chinas” de Venezuela y Bolivia, simples granos que por ahora se toleran.
Los papeles de Wikileaks son simples chismes de una alta política tan barriobajera como indecente que nos descubren a un “gran hermano” carente de ética y honradez. Muestran la labor “delicada” de los agentes del Departamento de Estado de USA para encubrir el asesinato de Couso, detectar la corrupción de Marruecos, los planes nucleares de Irán o la complicidad de Pakistán con los talibanes de Afganistán. Es decir, nada que no se sospechara de antemano y se pudiera verificar por cauces menos arbitrarios y mucho más eficaces en las relaciones internacionales.
Sin embargo, los papeles suponen también una pedagogía social al enseñarnos la verdadera naturaleza de las preocupaciones del gobernante. En ese sentido, los papeles de Wikileaks son los papeles de la vergüenza: la vergüenza ajena que causa comprobar un Poder tan chabacano y ajeno a los ciudadanos. Es algo que pone la cara colorada, como la que tiene la señora Clinton y quienes "bailan" al son de su "globalización".
DANIEL GUERRERO