No dudo que se hayan hecho todas las valoraciones habidas y por haber de los resultados electorales de las elecciones catalanas, pero casi sin leer o escuchar las mismas quiero hacer la mía propia por mucho que sirva de poco una vez que los votantes de Cataluña -que no todos serán catalanes- han emitido su voto.
El hundimiento de los socialistas, así como el crecimiento de los nacionalistas-conservadores de CiU, había sido más que previsto tanto en las encuesta de opinión como en el sentir general de la población, que observaba los vaivenes de un tripartito que sirvió sólo para que tres fuerzas políticas alcanzaran el poder que por ellas mismas y en solitario no hubiesen conseguido.
Que socialistas e independentistas de ERC se besasen en los morros de la política representaba una contradicción que, tarde o temprano, vería la luz. Si a ello sumamos el cataclismo económico en el que vive Cataluña desde hace tres años y la falta de unidad que los coaligados han demostrado a la hora de tomar medidas, no era de extrañar el batacazo que todos ellos han debido soportar y del que les va a resulta muy difícil y lento recuperarse.
Frente a todos ellos, el nacionalismo conservador de CiU, que simplemente con ofrecerse como alternativa tenía gran parte del camino hacia el Gobierno de la Generalidad ganado.
Pero es que, además, en momentos como éste en los que la respuesta del PSOE a la crisis se está haciendo tan tediosa como ineficaz, todas las miradas se vuelven hacia políticas más liberales que respondan con mayor agilidad a los cambios necesarios, por mucho que éstos puedan resultar, en algunos de los casos, hasta dolorosos.
El traspaso de votos del socialismo al nacionalismo conservador -e incluso a éste desde la izquierda republicana e independentista- no representa sino un traspaso de ilusiones que se vieron frustradas, así como de demandas sin respuesta que la ciudadanía necesita, perentoriamente, que se le resuelvan.
No es el efecto del catalanismo, del nacionalismo patrio o de cualesquiera otras señas de identidad propias, sino de algo mucho más pragmático que viene horadando en los bolsillos de muchos catalanes.
En cuanto al Partido Popular, se han obtenido los mejores resultados de la historia y, si me apuran, los mejores resultados que puedan alcanzarse en una comunidad en la que el espacio de centro tiene un claro dueño. Se ha recuperado, y acrecentado, aquel espíritu que, en su día, Aznar entregó en bandeja a Pujol por conseguir el apoyo de éste en 1996, que no es otro que el de Vidal-Quadras.
El PP no puede jugar en Cataluña a ser nacionalista porque ni lo siente ni tiene espacio para desarrollarse, y su única baza por la derecha es la de la españolización como estrategia política. A ello ha jugado en estas elecciones y -por eso decía lo de "acrecentado"- ha ido un paso más allá, despertando en la población una cierta conciencia de defensa de lo propio -fundamentalmente del trabajo- frente a las elevadas tasas de inmigración que se dan en las provincias catalanas.
Resulta curioso que habiendo sido Alicia Sánchez-Camacho la candidata peor valorada en las encuestas, haya primado, por encima de ella, un mensaje que ha dado buenos réditos a otros partidos de la derecha europea y que, no muy lejos, en Francia, Sarkozy ha venido utilizando tras la crisis como respuesta a su merma de popularidad.
En cuanto a Solucion Independentista (SI) de Laporta, no viene sino a recoger parte de los votos descontentos de ERC, así como aquellos que en situación de grave crisis arrastran personajes públicos, como el expresidente del F.C. Barcelona, que se aprovechan del voto más reactivo hacia lo oficialmente establecido. No creo que su recorrido sea largo ni lo estable que lo ha sido Ciudadanos al mantener los tres escaños conseguidos en 2006.
En definitiva, unos resultados previsibles y que, aunque molesten a algunos, establecen una foto más o menos fija de lo que es la realidad española, con un socialismo incapaz de sostener sus postulados y unas propuestas liberales a las que la sociedad se aferra como tabla de salvación.
De no modificarse sustancialmente la situación a lo largo del próximo año, municipales, autonómicas y generales bien puede ser un calco de las catalanas, en este caso ocupando el PP el lugar de los convergentes.
El hundimiento de los socialistas, así como el crecimiento de los nacionalistas-conservadores de CiU, había sido más que previsto tanto en las encuesta de opinión como en el sentir general de la población, que observaba los vaivenes de un tripartito que sirvió sólo para que tres fuerzas políticas alcanzaran el poder que por ellas mismas y en solitario no hubiesen conseguido.
Que socialistas e independentistas de ERC se besasen en los morros de la política representaba una contradicción que, tarde o temprano, vería la luz. Si a ello sumamos el cataclismo económico en el que vive Cataluña desde hace tres años y la falta de unidad que los coaligados han demostrado a la hora de tomar medidas, no era de extrañar el batacazo que todos ellos han debido soportar y del que les va a resulta muy difícil y lento recuperarse.
Frente a todos ellos, el nacionalismo conservador de CiU, que simplemente con ofrecerse como alternativa tenía gran parte del camino hacia el Gobierno de la Generalidad ganado.
Pero es que, además, en momentos como éste en los que la respuesta del PSOE a la crisis se está haciendo tan tediosa como ineficaz, todas las miradas se vuelven hacia políticas más liberales que respondan con mayor agilidad a los cambios necesarios, por mucho que éstos puedan resultar, en algunos de los casos, hasta dolorosos.
El traspaso de votos del socialismo al nacionalismo conservador -e incluso a éste desde la izquierda republicana e independentista- no representa sino un traspaso de ilusiones que se vieron frustradas, así como de demandas sin respuesta que la ciudadanía necesita, perentoriamente, que se le resuelvan.
No es el efecto del catalanismo, del nacionalismo patrio o de cualesquiera otras señas de identidad propias, sino de algo mucho más pragmático que viene horadando en los bolsillos de muchos catalanes.
En cuanto al Partido Popular, se han obtenido los mejores resultados de la historia y, si me apuran, los mejores resultados que puedan alcanzarse en una comunidad en la que el espacio de centro tiene un claro dueño. Se ha recuperado, y acrecentado, aquel espíritu que, en su día, Aznar entregó en bandeja a Pujol por conseguir el apoyo de éste en 1996, que no es otro que el de Vidal-Quadras.
El PP no puede jugar en Cataluña a ser nacionalista porque ni lo siente ni tiene espacio para desarrollarse, y su única baza por la derecha es la de la españolización como estrategia política. A ello ha jugado en estas elecciones y -por eso decía lo de "acrecentado"- ha ido un paso más allá, despertando en la población una cierta conciencia de defensa de lo propio -fundamentalmente del trabajo- frente a las elevadas tasas de inmigración que se dan en las provincias catalanas.
Resulta curioso que habiendo sido Alicia Sánchez-Camacho la candidata peor valorada en las encuestas, haya primado, por encima de ella, un mensaje que ha dado buenos réditos a otros partidos de la derecha europea y que, no muy lejos, en Francia, Sarkozy ha venido utilizando tras la crisis como respuesta a su merma de popularidad.
En cuanto a Solucion Independentista (SI) de Laporta, no viene sino a recoger parte de los votos descontentos de ERC, así como aquellos que en situación de grave crisis arrastran personajes públicos, como el expresidente del F.C. Barcelona, que se aprovechan del voto más reactivo hacia lo oficialmente establecido. No creo que su recorrido sea largo ni lo estable que lo ha sido Ciudadanos al mantener los tres escaños conseguidos en 2006.
En definitiva, unos resultados previsibles y que, aunque molesten a algunos, establecen una foto más o menos fija de lo que es la realidad española, con un socialismo incapaz de sostener sus postulados y unas propuestas liberales a las que la sociedad se aferra como tabla de salvación.
De no modificarse sustancialmente la situación a lo largo del próximo año, municipales, autonómicas y generales bien puede ser un calco de las catalanas, en este caso ocupando el PP el lugar de los convergentes.
ENRIQUE BELLIDO