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Víctor Barranco | El Vitaminado de la Calle Escuelas

A principios del siglo XX, un joven farmacéutico granadino, aconsejado por su padre, decidió trasladarse a Montilla y buscar en nuestra pequeña localidad un lugar donde ganarse la vida. En el año 1904, la calle Corredera ya es la principal zona comercial y centro neurálgico de la ciudad, y el lugar escogido para acoger la Farmacia Moderna. Supongo que con estos datos puede resultar banal descubrir que el nombre de este ilustre granadino no es otro que el de Bernabé Fernández Sánchez.


La Farmacia Moderna se encontraba, como he dicho anteriormente, en la calle Corredera, frente a la casa de don José Cuesta. El antiguo edificio estaría situado hoy entre una asesoría y un bazar.

Si bien Bernabé era un gran químico y científico, se mostraba algo reacio a situarse tras el mostrador. Por ello, y casi desde los inicios de la Moderna, contrató a un mancebo para cubrir esta labor de tendero. Joaquín León Cabello, el escogido, ya tenía cierta experiencia en la farmacia de un tal Estrada en Puente Genil. Mientras, Bernabé se ocupaba de preparar las fórmulas magistrales en la trastienda del establecimiento.

En aquellos tiempos se producían numerosas muertes infantiles a causa de problemas digestivos, principalmente, por intolerancia gástrica. En las farmacias de la época se vendían algunos compuestos como formas de alimentación artificial -leches condensadas, harinas lácteas o caldos vegetales, entre otros-.

Bernabé tuvo problemas con la casa que suministraba uno de estos extractos de cereales y decidió investigar algunas mejoras para esos compuestos. Hizo algunos experimentos y de ellos surgió el Extracto de Cereales y Leguminosas, envasado en tarros oscuros y etiquetados a mano que ocupaban un lugar preferente en las nutridas estanterías de la farmacia.

Coincidieron esos experimentos con la enfermedad de su hijo, del mismo nombre, a quien Bernabé suministró su extracto hasta que terminó superando sus problemas digestivos y venciendo la batalla en la que los médicos lo dieron por poco menos que deshauciado.

Ese hijo -Bernabé Fernández-Canivell Sánchez- sería, a la postre, un intelectual con gran influencia en varios artistas de la Generación del 27 y precursor de la famosa revista literaria La Caracola.

El extracto de la Farmacia Moderna tuvo un descomunal éxito no sólo en Montilla sino en toda la provincia, por lo que don Bernabé se propuso expandirlo a través de una entidad mercantil, junto con sus cuñados Francisco y Arturo Canivell, hermanos de su esposa Blanca.

De este modo, la sociedad Fernández y Canivell optó por desarrollar este extracto de cereales y comenzar su próspera comercialización. Médicos y científicos se interesaron por un producto que combinaba extractos de trigo, cebada, maíz, avena, judías, lentejas, miel y agua.

Por la resonancia que tomó el medicamento, pronto surgieron los imitadores, a lo que Bernabé respondió cambiando la forma del envase y registrando el producto. Ahora sí, año 1912, podemos hablar del verdadero nacimiento del Ceregumil, intento de acrónimo formado por cereales, leguminosas y miel.

Los primeros puestos de trabajo en la sociedad estaban ocupados por mujeres, que se encargaban de la elaboración del compuesto y de su envasado. Había un carpintero que hacía los envases de madera, y muy conocido era El Viruta, cochero que transportaba las cajas de Ceregumil por la provincia.

La Farmacia Moderna vio ampliadas sus instalaciones con la adquisición en propiedad de la parte trasera de la botica, que daba a la calle Escuelas -tramo de calle que hoy se llama Fernández y Canivell-, donde se instalaron los laboratorios de la empresa y la residencia de la familia del farmacéutico, conociéndose como Casa del Ceregumil.

Sin embargo, el producto no cesaba en su propagación, y su popularidad rebasó las fronteras de la comunidad andaluza para expandirse por toda España. Así, don Bernabé Fernández no tuvo más remedio que buscar un destino portuario, más favorable a la comercialización nacional e internacional de su producto.

A comienzos de los años veinte, adquieren un inmueble en el malagueño Paseo de la Farola y trasladan allí su negocio, acompañados de algunas familias montillanas que deciden continuar como trabajadores en las nuevas instalaciones.

La sociedad que albergaba el Ceregumil fue una de las pioneras en la búsqueda de publicidad para su producto, buscando fórmulas muy populares en los años posteriores. Todos conocemos alguno de los carteles publicitarios de la firma, como el del niño que sostiene una botella de Ceregumil o el popular loro de los cien años. Francisco Canivell convirtió al Ceregumil en mecenas artístico y patrocinador de diversos eventos culturales, logrando de esta forma la expansión internacional de la marca.

Anecdóticamente, las botellas de Ceregumil saltaron a la actualidad hace dos años por una curiosa noticia. En los años cuarenta del pasado siglo, 131 presos republicanos fueron enterrados cerca de la prisión de San Cristóbal, en Pamplona, después de morir por diferentes enfermedades. El capellán de la prisión, José María Pascual, decidió acompañar los cuerpos con los datos personales de cada uno encerrados en botellas. Algunas de ellas son de Ceregumil, como si el señor Pascual quisiera demostrar la popularidad del compuesto montillano. El realizador vasco Iñaki Alforja plasmó este descubrimiento en el documental El Cementerio de las Botellas.

Pese a todo lo expuesto, no son pocos los montillanos y montillanas que desconocen el origen de este curioso compuesto vitaminado. No obstante, y viendo el actual estado de la centenaria Casa del Ceregumil -tras los trabajos de rehabilitación por parte del arquitecto técnico montillano Manuel Hidalgo-, lo mismo sería conveniente probar el producto, a ver si es cierto aquello que decía el loro de “con esto, otros cien años...".

N. del A.: Quiero agradecer a Manolo Cabello y a Pepe Rey sus desinteresadas aportaciones.

VÍCTOR BARRANCO
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