La conquista de América por parte de los españoles originó, en las postrimerías del siglo XV, lo que los historiadores entienden como el paso de la Edad Medieval a la Moderna. Con ella surgieron nuevas oportunidades para todos: comerciantes, militares, investigadores y políticos. Los montillanos no íbamos a ser menos y, como otros muchos, decidimos lanzarnos a ultramar.
En la exploración de Centroamérica, los conquistadores observaron cómo los pueblos indígenas compartían el politeísmo y practicaban sacrificios, por lo que la Iglesia se propuso evangelizarlos y convertirlos al cristianismo. Fruto de este proceso son los cristos de caña típicos de la cultura tarasca -Michoacán, México- que combinan el tradicional cristo crucificado del catolicismo con la caña de maíz, alimento sagrado con que se realizaban las obras de artesanía.
Así, no es extraño encontrar en España muestras de este arte del siglo XVI, solicitadas en aquella época por cofradías y traídas por particulares que regresaban de hacer fortuna. Mucho se ha especulado con la posibilidad -leyenda, mientras no se demuestre lo contrario- de que tales cristos, al ser huecos, fuesen utilizados por los españoles para transportar en su interior oro y joyas y eludir así el pago de impuestos a la Corona. Sin embargo, parece razonable creer en motivos más espirituales o artísticos como responsables de la proliferación de tales obras en la Península.
Uno de estos cristos de caña de maíz llegó a Montilla procedente de las minas de plata de Zacatecas. Andrés de Mesa, tras haber permanecido durante más de una década en México haciendo fortuna, volvió a nuestra ciudad en 1576 cargando un cristo que inmediatamente donó a la Cofradía de la Vera Cruz.
En el documento notarial de donación, Andrés de Mesa solicita a cambio la entrada gratuita de él y de su familia a la Cofradía, así como el derecho a portar el Cristo en todas las procesiones que aquélla realizara. Además, se establece la ubicación del crucificado en la ermita de la Santa Vera Cruz, espacio que ahora ocupan el Colegio Salesiano y la guardería Virgen de las Viñas.
Cargado de leyenda desde antes de llegar a España y rodeado de historia, el Cristo de Zacatecas vivió diversas reformas en su templo. En 1727, luego de una insoportable sequía que amenazaba los campos y el abastecimiento humano, fue proclamado milagroso por el pueblo al ser portado en procesión y comenzar una lluvia que duró varios días y eliminó la amenaza.
A comienzos del siglo XIX fue testigo directo de la invasión francesa y tuvo que ser trasladado antes de que los invasores tomaran la ermita como cuartel de sus tropas. Tras ser expoliada y reducida a cenizas, la iglesia de la Vera Cruz dejó de existir y, años más tarde, su lugar fue ocupado por un cementerio.
Los ladrones no quisieron dejar pasar la oportunidad de añadir su aportación a esta historia y, a finales del XIX, la imagen sufrió el robo de su corona de plata. No obstante, la intervención de la Benemérita obligó al ladrón a entregar la joya y a mostrar al pueblo su vergüenza, recorriendo a pie el camino que separaba la Calle Fuente Álamo de la prisión.
La imagen, de más de de dos metros de altura y poco más de siete kilos de peso, es una de las más peculiares de la Semana Santa montillana, al mismo tiempo que está considerada precursora de la misma. Fue procesionada por la Cofradía de Santa Vera Cruz, en el siglo XVI.
La Hermandad de los Combatientes, formada por beligerantes de la Guerra Civil, la portó entre 1943 y 1952. Actualmente, la nueva Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz ha llevado a cabo la misión de recuperar la hermandad más antigua de nuestra localidad: la que recibió en donación al Cristo de Zacatecas.
Su donador, Andrés de Mesa, murió en 1602. Sus descendientes hicieron uso durante más de doscientos años del privilegio de portar al Cristo en sus salidas procesionales. Quién sabe si cualquier año, en Semana Santa, algún Cortés de Mesa sale a la palestra para reclamar su legítimo derecho...
N. del A.: Mis agradecimientos a Antonio Luis Jiménez Barranco por su inestimable ayuda.
En la exploración de Centroamérica, los conquistadores observaron cómo los pueblos indígenas compartían el politeísmo y practicaban sacrificios, por lo que la Iglesia se propuso evangelizarlos y convertirlos al cristianismo. Fruto de este proceso son los cristos de caña típicos de la cultura tarasca -Michoacán, México- que combinan el tradicional cristo crucificado del catolicismo con la caña de maíz, alimento sagrado con que se realizaban las obras de artesanía.
Así, no es extraño encontrar en España muestras de este arte del siglo XVI, solicitadas en aquella época por cofradías y traídas por particulares que regresaban de hacer fortuna. Mucho se ha especulado con la posibilidad -leyenda, mientras no se demuestre lo contrario- de que tales cristos, al ser huecos, fuesen utilizados por los españoles para transportar en su interior oro y joyas y eludir así el pago de impuestos a la Corona. Sin embargo, parece razonable creer en motivos más espirituales o artísticos como responsables de la proliferación de tales obras en la Península.
Uno de estos cristos de caña de maíz llegó a Montilla procedente de las minas de plata de Zacatecas. Andrés de Mesa, tras haber permanecido durante más de una década en México haciendo fortuna, volvió a nuestra ciudad en 1576 cargando un cristo que inmediatamente donó a la Cofradía de la Vera Cruz.
En el documento notarial de donación, Andrés de Mesa solicita a cambio la entrada gratuita de él y de su familia a la Cofradía, así como el derecho a portar el Cristo en todas las procesiones que aquélla realizara. Además, se establece la ubicación del crucificado en la ermita de la Santa Vera Cruz, espacio que ahora ocupan el Colegio Salesiano y la guardería Virgen de las Viñas.
Cargado de leyenda desde antes de llegar a España y rodeado de historia, el Cristo de Zacatecas vivió diversas reformas en su templo. En 1727, luego de una insoportable sequía que amenazaba los campos y el abastecimiento humano, fue proclamado milagroso por el pueblo al ser portado en procesión y comenzar una lluvia que duró varios días y eliminó la amenaza.
A comienzos del siglo XIX fue testigo directo de la invasión francesa y tuvo que ser trasladado antes de que los invasores tomaran la ermita como cuartel de sus tropas. Tras ser expoliada y reducida a cenizas, la iglesia de la Vera Cruz dejó de existir y, años más tarde, su lugar fue ocupado por un cementerio.
Los ladrones no quisieron dejar pasar la oportunidad de añadir su aportación a esta historia y, a finales del XIX, la imagen sufrió el robo de su corona de plata. No obstante, la intervención de la Benemérita obligó al ladrón a entregar la joya y a mostrar al pueblo su vergüenza, recorriendo a pie el camino que separaba la Calle Fuente Álamo de la prisión.
La imagen, de más de de dos metros de altura y poco más de siete kilos de peso, es una de las más peculiares de la Semana Santa montillana, al mismo tiempo que está considerada precursora de la misma. Fue procesionada por la Cofradía de Santa Vera Cruz, en el siglo XVI.
La Hermandad de los Combatientes, formada por beligerantes de la Guerra Civil, la portó entre 1943 y 1952. Actualmente, la nueva Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz ha llevado a cabo la misión de recuperar la hermandad más antigua de nuestra localidad: la que recibió en donación al Cristo de Zacatecas.
Su donador, Andrés de Mesa, murió en 1602. Sus descendientes hicieron uso durante más de doscientos años del privilegio de portar al Cristo en sus salidas procesionales. Quién sabe si cualquier año, en Semana Santa, algún Cortés de Mesa sale a la palestra para reclamar su legítimo derecho...
N. del A.: Mis agradecimientos a Antonio Luis Jiménez Barranco por su inestimable ayuda.
VÍCTOR BARRANCO