Uno de los errores más comúnmente escuchado en tertulias de café, reuniones de amigos e incluso sesiones de formación consiste en atribuir la gran culpa de nuestros problemas económicos al maldito déficit público. Para la mayoría de la gente está meridianamente claro que no es posible gastar más de lo que se ingresa, porque esto conlleva inevitablemente a la deuda y, por tanto, a la ruina.
Bien, he aquí que un liberal reconocido y reconocible –servidor de ustedes- se erige hoy en apasionado defensor de las pérdidas económicas del Estado, aprovechando de paso para derribar otro falso mito producto de la manipulación propagandística de la izquierda: los liberales, sencillamente, no somos contrarios al déficit presupuestario, ni siquiera al gasto público.
El Estado funciona y trabaja gracias al Presupuesto. Éste no es más que un documento -¡ojo! un documento contable, no una declaración de intenciones ni una obligación contraída- en el que señalan las previsiones de ingresos y de gastos de la Administración durante un ejercicio económico.
Por tanto, el Presupuesto tiene dos lados: los ingresos –uno- y los gastos -otro-. Cuando los ingresos del sector público de la economía son mayores que sus gastos, hablamos de "superávit". Al contrario, cuando los gobernantes deciden gastar más de lo que ingresan, habrán incurrido en "déficit".
La existencia de un déficit público moderado aumenta la demanda agregada, esto es, la cantidad de bienes y servicios disponibles para su consumo por los agentes económicos (instituciones públicas, trabajadores, empresarios, etc.). Por esta razón, los países promotores de la Unión Económica y Monetaria Europea fijaron un límite máximo –del 3 por ciento del PIB- para el déficit, en lugar de exigir como criterio de convergencia la eliminación total del mismo.
Está claro que si el Gobierno gasta dinero en, por ejemplo, pagar a trabajadores que construyan una vía férra desde Montilla hasta Irún, conseguirá que estos trabajadores usen esa renta para consumo, inversión, etc.
Sin embargo, reitero que el déficit público tiene dos componentes: gasto e ingreso. Habrá pues que analizar, por un lado, cómo se gasta el dinero, y por otro, de dónde vienen los ingresos. Y ésta es la clave de la trifulca permanente entre socialistas y conservadores, izquierdas y derechas, o si quieren, IU-PSOE y PP. Porque lo mismo aumenta el déficit una subida de los gastos como una disminución de los ingresos. Sin embargo, el efecto total sobre la renta es radicalmente diferente.
En una economía en crisis, aumentar las partidas de gasto corriente –es decir, todo lo que no sea inversión pública- es definitivamente inútil, por no decir directamente perverso. Está muy bien dar subvenciones para el estudio de la cochinilla verde del Amazonas, porque incrementa nuestra cultura, pero a decir verdad, no es económicamente rentable. Es importante promocionar la convivencia de los ciudadanos en fiestas y fastos, pero raramente produce altos beneficios económicos en términos de empleo y de renta.
Por el otro lado, en un entorno de desaparición diaria de miles de empresas, no parece lo más conveniente aumentar los ingresos públicos mediante la elevación de los tipos impositivos. Por dos razones fundamentales: en primer lugar, porque si elevamos los impuestos sobre las empresas, éstas podrán dedicar menos beneficios a la reinversión y al crecimiento, y por tanto estaremos limitando la capacidad de crecimiento de la renta y del empleo.
Por otra parte, los impuestos personales –como el IRPF- y los indirectos –el IVA es el más importante en nuestro país- forman parte del concepto llamado “renta disponible” que es lo que nos queda para gastar una vez satisfechos los impuestos. A mayor carga impositiva, menor renta disponible; y a menor renta disponible, menor nivel de consumo –otro de los elementos fundamentales de la renta nacional-.
En fin, soy consciente de que el debate no es nuevo, y de que las respuestas y los argumentos que leeremos a continuación tampoco lo serán. Probablemente, tampoco tendrá fin.
También advierto que es claro que el análisis expuesto aquí es seguramente demasiado simplista. Aun así, este análisis explica algunos de los pilares básicos de la economía, y siendo simple, no es por ello incierto o falso. Esto es lo que hay. Y, si lo piensan bien, es sólo sentido común.
Bien, he aquí que un liberal reconocido y reconocible –servidor de ustedes- se erige hoy en apasionado defensor de las pérdidas económicas del Estado, aprovechando de paso para derribar otro falso mito producto de la manipulación propagandística de la izquierda: los liberales, sencillamente, no somos contrarios al déficit presupuestario, ni siquiera al gasto público.
El Estado funciona y trabaja gracias al Presupuesto. Éste no es más que un documento -¡ojo! un documento contable, no una declaración de intenciones ni una obligación contraída- en el que señalan las previsiones de ingresos y de gastos de la Administración durante un ejercicio económico.
Por tanto, el Presupuesto tiene dos lados: los ingresos –uno- y los gastos -otro-. Cuando los ingresos del sector público de la economía son mayores que sus gastos, hablamos de "superávit". Al contrario, cuando los gobernantes deciden gastar más de lo que ingresan, habrán incurrido en "déficit".
La existencia de un déficit público moderado aumenta la demanda agregada, esto es, la cantidad de bienes y servicios disponibles para su consumo por los agentes económicos (instituciones públicas, trabajadores, empresarios, etc.). Por esta razón, los países promotores de la Unión Económica y Monetaria Europea fijaron un límite máximo –del 3 por ciento del PIB- para el déficit, en lugar de exigir como criterio de convergencia la eliminación total del mismo.
Está claro que si el Gobierno gasta dinero en, por ejemplo, pagar a trabajadores que construyan una vía férra desde Montilla hasta Irún, conseguirá que estos trabajadores usen esa renta para consumo, inversión, etc.
Sin embargo, reitero que el déficit público tiene dos componentes: gasto e ingreso. Habrá pues que analizar, por un lado, cómo se gasta el dinero, y por otro, de dónde vienen los ingresos. Y ésta es la clave de la trifulca permanente entre socialistas y conservadores, izquierdas y derechas, o si quieren, IU-PSOE y PP. Porque lo mismo aumenta el déficit una subida de los gastos como una disminución de los ingresos. Sin embargo, el efecto total sobre la renta es radicalmente diferente.
En una economía en crisis, aumentar las partidas de gasto corriente –es decir, todo lo que no sea inversión pública- es definitivamente inútil, por no decir directamente perverso. Está muy bien dar subvenciones para el estudio de la cochinilla verde del Amazonas, porque incrementa nuestra cultura, pero a decir verdad, no es económicamente rentable. Es importante promocionar la convivencia de los ciudadanos en fiestas y fastos, pero raramente produce altos beneficios económicos en términos de empleo y de renta.
Por el otro lado, en un entorno de desaparición diaria de miles de empresas, no parece lo más conveniente aumentar los ingresos públicos mediante la elevación de los tipos impositivos. Por dos razones fundamentales: en primer lugar, porque si elevamos los impuestos sobre las empresas, éstas podrán dedicar menos beneficios a la reinversión y al crecimiento, y por tanto estaremos limitando la capacidad de crecimiento de la renta y del empleo.
Por otra parte, los impuestos personales –como el IRPF- y los indirectos –el IVA es el más importante en nuestro país- forman parte del concepto llamado “renta disponible” que es lo que nos queda para gastar una vez satisfechos los impuestos. A mayor carga impositiva, menor renta disponible; y a menor renta disponible, menor nivel de consumo –otro de los elementos fundamentales de la renta nacional-.
En fin, soy consciente de que el debate no es nuevo, y de que las respuestas y los argumentos que leeremos a continuación tampoco lo serán. Probablemente, tampoco tendrá fin.
También advierto que es claro que el análisis expuesto aquí es seguramente demasiado simplista. Aun así, este análisis explica algunos de los pilares básicos de la economía, y siendo simple, no es por ello incierto o falso. Esto es lo que hay. Y, si lo piensan bien, es sólo sentido común.
MARIO J. HURTADO